EnglishNo deja de impresionar que luego de 55 años de dictadura comunista opresiva, permanentemente violatoria de los derechos humanos de los cubanos y del derecho internacional democrático, todavía el régimen de los hermanos Fidel y Raúl Castro suscite atracción, sea por simpatía, por miedo o por simple pragmatismo.
La semana pasada a La Habana llegó el presidente electo de El Salvador, Salvador Sánchez Cerén, del partido socialista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). En una visita que no se hizo pública sino hasta el final, el recién electo y el comandante Raúl Castro discutieron “la buena marcha de las relaciones bilaterales y las perspectivas de su desarrollo”, según indicó un comunicado publicado en el periódico oficial cubano Juventud Rebelde. Seguramente también hayan hablando sobre el siempre complejo escenario latinoamericano y, en particular, acerca de la difícil situación en que se encuentra “el compañero revolucionario” Nicolás Maduro y el petróleo venezolano, del cual vive Cuba y el resto del ALBA.
Asimismo, la semana pasada Raúl Castro recibió al canciller francés Laurent Fabius en una visita realmente histórica ya que se trató del primer funcionario galo de alto rango en pisar la isla en más de 30 años. El encuentro sirvió para hablar de oportunidades de negocios en los sectores de energía, turismo, educación, agroalimentación y finanzas, así como para dialogar de política a pesar de las diferencias ideológicas.
Sin duda, esta visita se enmarca en la nueva política de aproximación diplomática y comercial a Cuba acordada el 10 de febrero pasado por los miembros de la Unión Europea, quienes, además, celebrarán con Cuba la primera ronda de negociaciones de un acuerdo de diálogo político y cooperación los próximos 29 y 30 de abril en La Habana.
Por supuesto, ninguno de los dos visitantes, ni el francés y mucho menos el salvadoreño, preguntó por los disidentes cubanos perseguidos o presos, ni verificó las famosas reformas económicas, que a todas luces se tratan de meros cambios tardíos y limitados, como bien ha señalado el disidente Elizardo Sánchez en varias oportunidades.
Pareciera que la reciente aprobación de la nueva Ley de Inversión Extranjera promovida por el gobierno castrista como parte de sus reformas económicas para “actualizar” el socialismo y la sentencia del Banco Mundial de principios de abril en torno a que el proceso de modernización y actualización de la economía cubana “va muy en serio”, les basta y sobra a los visitantes para creer firmemente en esos supuestos cambios. Así, la única preocupación es sí en la “apertura” del régimen cubano podrían ellos verse amenazados si hay un gran deterioro en la situación en Venezuela, el principal proveedor de petrolero de la isla.
Como en el caso venezolano, los gobiernos democráticos dentro y fuera del hemisferio prefieren voltear a un lado cuando se trata de defender los valores democráticos y la creciente represión política en Cuba. Según la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional (CCDHRN), “durante los meses de enero y febrero de 2014 hubo 2.103 detenciones por motivos políticos, más que en todo el año 2010, cuando se produjeron 2.074 arrestos por esta causa”.
Es comprensible la actitud de admiración y embobamiento del nuevo presidente salvadoreño por la dictadura cubana. Él también es comunista, antiguo guerrillero con vínculos históricos ideológicos y políticos con los hermanos Castro. Pero es incomprensible en el caso del ministro de Relaciones Exteriores de Francia y los de la Unión Europea (UE). Se trata de puro pragmatismo económico. Ellos seguramente quieren recobrar el tiempo perdido durante los años que la UE se aisló de Cuba y le impuso sanciones diplomáticas en respuesta al encarcelamiento de decenas de disidentes. En ese lapso, otros países se le adelantaron en negocios y comercio, en especial España, Italia, Canadá, Brasil y México.
La situación cubana continúa siendo una gran vergüenza hemisférica. Ya a nadie le importa que sea una dictadura.