EnglishEl reciente impasse entre los gobiernos de Nicolás Maduro y Barack Obama por la inicial prohibición estadounidense de permitir el sobrevuelo por el territorio de Puerto Rico al avión en el que viajaba el mandatario venezolano hacia China, así como la posterior negación de la visa a un funcionario de la comitiva presidencial, más que mostrar la pésima relación diplomática existente entre los Estados Unidos y Venezuela, evidencia hasta qué punto se ha reforzado el contubernio entre los gobiernos de los hermanos Castro y el del sucesor de Hugo Chávez.
El incidente hizo público el hecho de que el Presidente venezolano se traslada por el mundo en Cubana de Aviación y que, incluso, para asistir a una Asamblea de las Naciones Unidas se rodea de agentes de seguridad e inteligencia cubana. Según el reconocido periodista venezolano Nelson Bocaranda, en esta oportunidad lo acompañaron seis cubanos con cédula de extranjeros y sus respectivos pasaportes venezolanos. No por casualidad, el canciller cubano salió tan apresuradamente en defensa de Maduro y en contra del “nuevo ataque del imperio” a Venezuela, Cuba y toda la región.
Muchos analistas creían que la alianza tejida entre Cuba y Venezuela en los últimos catorce años, se resquebrajaría con la muerte de Chávez y la llegada de Maduro, pese a que él es un hombre formado por los cubanos desde la década de 1990, y que fue elegido por ellos como el mejor sucesor del fallecido líder bolivariano. Sostenían que las divisiones y conflictos dentro del chavismo, la mala situación económica venezolana, y el pragmatismo cubano harían que ambos países se distanciaran, entrando así en una nueva etapa. Pero ha pasado justamente todo lo contrario. Ambos gobiernos, cada uno debilitado por diversas razones, se ha aferrado al otro para sobrevivir económica y políticamente a la dura etapa que enfrentan en la actualidad.
No obstante, hay otra significativa razón que no deberíamos pasar por alto. El castrismo y el chavismo no han trabajado por una simple alianza bilateral con beneficios económicos (casi exclusivamente para Cuba) y con coincidencias políticas. Más bien, entre Cuba y Venezuela se ha forjado una especie de matrimonio cuyo fin ulterior sigue siendo fundirse en un solo Estado-Nación con el objeto de consolidar el poder de ambos regímenes y el proyecto hegemónico neocomunista – ahora eufemísticamente denominado socialista bolivariano del siglo XXI – en América Latina. Además, desde sus inicios el enlace pretende un poder con influencia suficiente para desestabilizar y transformar los Estados democráticos del hemisferio y sus instituciones internacionales asociadas, así como de construir redes estratégicas con gobiernos extracontinentales afines, en particular de las regiones del Medio Oriente, Asia y África.
De allí que desde hace años ondean en las instituciones públicas y las fuerzas armadas venezolanas y cubanas las banderas de ambos países y que numerosos discursos de Chávez y, ahora, de Maduro, al unísono con los de los hermanos Castro, se refirieran a la unión cubano-venezolana como epicentro de una futura “Patria Grande Americana”. En la visita que Nicolás Maduro hiciera en julio pasado a Fidel Castro, reafirmó aquello que en 2010 declaró Raúl Castro en una visita a Caracas: “Cada vez crece más la hermandad entre Venezuela y Cuba, que cada día son la misma cosa”.
No cabe duda de que en este matrimonio el régimen dictatorial castrista resulta especialmente favorecido en detrimento del interés nacional y de la soberanía venezolana. Pero también es indudable que el apoyo cubano ha sido esencial en todo el proceso chavista. Es muy probable que la experiencia de la revolución bolivariana no hubiese prosperado tantos años sin la ayuda política, militar, de inteligencia y propaganda que recibió de la revolución cubana. Fidel y Raúl Castro fueron los grandes entrenadores de Hugo Chávez y ahora lo son de Nicolás Maduro. Tampoco hubiesen logrado tanta influencia internacional sin la experiencia cubana. Cuba no solo estuvo detrás de la desinstitucionalización democrática de Venezuela, sino que también es responsable de la de América Latina, empezando por la OEA.
La influencia cubana en el régimen bolivariano fue esencial en la llegada al poder y en el mantenimiento de partidos y gobiernos ideológicamente afines en la región, como Daniel Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador; en la creación de nuevos bloques de poder denominados de “integración alternativa”, como Petrocaribe, Petrosur, Petroandina y el ALBA, que desde su nacimiento en 2004 en La Habana dieron piso político y ayuda energética no solo a sus miembros sino también a gobiernos de otras regiones, como los de Gadafi en Libia y Al-Assad en Siria; y en la formación de los llamados “Ejes de Liberación Estratégica” en Latinoamérica, tales como el Congreso Bolivariano de los Pueblos, la Coordinadora Bolivariana y el Frente Bolivariano de Liberación, para desestabilizar la región e instalar una “Gran Patria Americana”.
Así pues, en la alianza los roles de cada gobierno han estado bien claros y repartidos; son distintos pero complementarios con respecto a los objetivos de poder e ideológicos que se trazaron conjuntamente. Los gobiernos de Chávez y Maduro han sido los que han llevado el protagonismo internacional y los que aportan el financiamiento; mientras que el gobierno de los Castro es el que realiza el trabajo político subrepticio. En realidad, ese rol cubano fue el que siempre soñó Fidel Castro con respecto a Venezuela.