
Visitar Japón es un viaje de ida, aunque uno tenga que regresar. Es imposible volver igual después de semejante experiencia. Más allá de todo lo vinculado con la limpieza, el orden y el funcionamiento de todo (que ameritaría algo mucho más extenso que un artículo), la cuestión del respeto al otro merece un párrafo aparte siempre que se comente la experiencia nipona.
Como compartimos en un video en PanAm Post en uno de mis viajes, se puede percibir cómo allí no se cometen delitos como el robo, no porque no se pueda, sino porque generalmente no se quiere. En mi primera experiencia japonesa, una de las cosas que me tomó más de un día comprender fue qué hacían, por ejemplo, carteras o bolsas en determinados lugares públicos, donde la limpieza y el orden es extremo.
Al preguntarle a un conocido que vive allí desde hace varios años pude saber que esas cosas se exhiben cerca de donde se las encuentran, porque alguien la olvidó o se le cayó. Lo que en otro lugar del mundo no duraría ni un segundo tirado, en Japón se deja a la vista para que la persona que la perdió pueda volver por sus pertenencias. Y encontrarlas…
En una plaza, me ganó la curiosidad y después de mirar hacia todos lados para corroborar que nadie me estuviera viendo, procedí a abrir una pequeña mochila que aguardaba por su propietario. Luego de varios días en ese bello país, corroboré lo que de a poco uno se va acostumbrando. Entre las pertenencias había un pequeño monedero con dinero adentro, que nadie se animó a tomar. Lo más probable es que yo haya sido el único indiscreto que se metió a revisar pertenencias que no me eran propias.
- Lea también: El mileísmo japonés y el antimileísmo de cabotaje
- Lea también: Castrismo usa falsos operativos policiales para robar comida destinada a labor humanitaria
Casi como sin poder creer lo que veía, me tomé unos cuantos minutos para confirmar lo que ya era evidente. Me alejé del lugar, pero me mantuve mirando con atención a la mochila, mientras decenas de personas pasaban y nadie siquiera amagó a ponerle una mano encima. Cada japonés que transitaba por el lugar era un voto de confianza en una humanidad un poco mejor a lo que estamos acostumbrados, pero también generaba un escenario alternativo en mi cabeza. ¿Qué pasaría si sucediera lo mismo en Argentina? Lo más probable, no es que solamente alguien se lleve la mochila, sino que sería absolutamente verosímil imaginarse a dos personas a los golpes de puño, peleando por “quien la vio primero”. Inclusive sin saber si adentro hay algo de valor.
En los lugares de concurrencia masiva, como las estaciones de tren y subte (que aún con un flujo de circulación de miles de personas por minuto mantiene sus baños públicos absolutamente impecables) se percibe que la estadística sigue hablando bien de los japoneses y su cultura con base al respeto. Los quioscos, donde se compra alimento para llevar a casa o para consumir en el viaje (sin dejar una miguita tirada, claro) tienen la característica de ser cuadrados abiertos. La cocina es interna, en los cuatro lados está la comida exhibida para que la gente la tome, para después acercarse a pagar. O sea, si alguien decide no hacerlo, no hay mecanismo que pueda evitar que se vaya con el producto sin haberlo abonado. La caja suele ser pequeña y ocupa un segmento en uno de los lados. La persona que cobra no puede ver lo que sucede en sus laterales o en la parte de atrás.
La primera vez que uno va, inevitablemente se toma unos minutos para ver cómo, absolutamente todo el mundo, paga por lo que va a consumir. Podrían no hacerlo, claro. Pero van, si hay cola hacen la fila, y se retiran habiendo pagado por el producto.
Lamentablemente, no todos los argentinos que viajan a Japón reaccionan de la misma manera. Alguno considera divertido traicionar el voto de confianza de un sistema (que funciona mucho mejor que el nuestro) para robarse algo que tranquilamente se puede pagar. Pero a veces el nivel de estupidez llega tan lejos, que una inadaptada, no solamente se dedica a robar allí, sino que lo cuenta como si fuera gracioso al público.
Esto hizo la cantante Ángela Torres que, afortunadamente, sufrió un escarmiento público en redes sociales más que merecido. Muchas personas incluso etiquetaron al embajador japonés en Buenos Aires, para disculparse públicamente por esta compatriota inadaptada.
“¡Ay chicos!, ¿es muy grave?”, dijo cuando vio que sus palabras no fueron celebradas por sus compañeros de panel.
Que su insólita manifestación haya generado indignación es un buen síntoma. Aunque estemos todavía muy lejos de tener los códigos de respeto al prójimo de los japoneses, estas actitudes hacen pensar que no todo está perdido. Hasta el presidente Javier Milei se hizo eco de la situación y sentenció: “El virus kuka no falla”.
EL VIRUS KUKA NO FALLA.
Fin. https://t.co/ALhTn8yACG— Javier Milei (@JMilei) July 4, 2025