
Frédéric Bastiat ya fue muy claro allá por el siglo XIX. Los argumentos que dio en su momento siguen hoy siendo absolutamente vigentes para la defensa de las ideas liberales, aunque el mundo sea otro. Un siglo después de su muerte, Henry Hazlitt volvió a tomar la posta para explicar que, en economía, se debe tener siempre en cuenta lo que se ve y lo que no se ve.
Con respecto a esta cuestión, sucede que hay una cierta incapacidad de imaginar escenarios alternativos en dinámico. Esta discusión se relaciona respecto a la llegada de Javier Milei a la Presidencia, su plan de la “motosierra” y el recorte del gasto público para pasar del déficit al superávit fiscal.
Entre las barbaridades financiadas por el kirchnerismo estaban las producciones audiovisuales que el gobierno y sus agencias decidía respaldar. Algunos éxitos comerciales (que seguramente lo hubieran logrado sin subsidios) y muchos fracasos estrepitosos de taquilla, los cuales no llegaron a cubrir ni las “ayudas” estatales. En este último grupo, casualmente, los actores y productores kirchneristas estaban siempre presentes.
Cuando desde el oficialismo se planteaba que las producciones artísticas debían ser autosustentables, los grupos que no querían perder los privilegios respondían con dos falacias: la primera, que el gobierno estaba “en contra del arte y la cultura”. La segunda es que, sin esas “ayudas”, las cuales en realidad son aportes forzosos de los contribuyentes, no se podrían haber generado, por ejemplo, los grandes clásicos nacionales.
Sin embargo, para echar por tierra estos planteamientos, sin siquiera proponérselo, llegó un mega éxito argentino a Netflix, refutando con sus datos a los voceros del “Estado presente” en el ámbito de “la cultura”. Estamos hablando de El Eternauta. Esta producción televisiva y su triunfo dentro de la plataforma es una muestra o también un símbolo de el gobierno, además de tener razón en su planteo económico, tiene suerte y los planetas alineados.
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El mundo entero está comentando por estos días sobre El Eternauta. Tal fanatismo está generando la adaptación del clásico comic de ciencia ficción, que hasta se especula con eventuales movidas turísticas de nuevos fans, deseosos de conocer las locaciones donde transcurre la historia argentina. Ahora, cabe preguntarse: ¿Cómo sucedió todo esto sin dinero del Estado?
Simple, financiamiento privado y sponsors. Es decir, publicidad. “Chivos” explícitos están por toda la serie, capítulo a capítulo. Lejos de bastardear la producción o el argumento, los argentinos vieron con beneplácito en la pantalla las marcas que los acompañan en la vida diaria.
Son tantas las empresas que aportaron para la realización, que hasta uno puede sospechar los porcentuales de los montos por su tiempo en pantalla. En algunos casos aparecen los envases sin el nombre visibilizado, pero con total evidencia del producto (por ejemplo, la sal Celusal o el agua mineral Villavicencio) y otros tienen una exposición considerable, hasta con carteles completos publicitarios (Burger King o La Gotita).
De hecho, la publicidad, que ni es encubierta, va más allá en algunos casos. A veces los productos saltan al guion y a la historia, como en el caso del Blue Label de Johnnie Walker, el whisky que el “Coco” Basile denominó como “un elixir” y que, por el precio de venta, muchos argentinos podrían tomarlo solo en un escenario apocalíptico, con los supermercados abandonados por una invasión extraterrestre.
Seguramente, los anticapitalistas hipócritas que disfrutan de los productos terminados, pero reniegan de los procesos económicos que los generan, considerarán que este intercambio devalúa la producción. Como dijo el gran Antonio Escohotado: “El capitalismo siempre tiene mala prensa”.
Sin embargo, la catarata de marcas presentes en El Eternauta, no solo no perjudica el relato, sino hace que la producción sea mucho más moral y ética que otras, donde no hay publicidades, pero sí dineros coactivos. Aquí, las marcas que quisieron, voluntariamente, pusieron su dinero. Quien tiene ganas, y paga la suscripción de la plataforma, puede ver la serie. No hay coerción para nadie, todos son acuerdos libres y voluntarios.
El hecho consumado, del Eternauta realizado con ayuda de publicidades de diversas marcas y productos, es “lo que no se veía”, en términos de Bastiat. Sin embargo, no era algo de realización imposible. Al existir la prebenda gubernamental (y ante los costos prohibitivos de las grandes producciones, sobre todo en un país de una economía arrasada sin crédito ni moneda, algo que afortunadamente está cambiando), siempre era más fácil ir a pedirle plata al gobierno que salir a “patear” sponsors con la carpeta bajo el brazo.
“Lo que se veía”, era que las producciones se realizaban con estos aportes coactivos. “Lo que no”, era lo que sí podía pasar. Siempre es complicado plantear la viabilidad de los contrafácticos, pero, de a poco, con cada espacio y área que el gobierno deje de financiar, la realidad mostrará que la sociedad civil tendrá siempre mejores incentivos y más eficientes para que se realicen las cosas.