
Aunque Argentina está comprobando en tiempo real que todo lo dicho por el kirchnerismo no funciona y las soluciones de mercado propuestas por Javier Milei brindan mejores resultados, los partidarios de Cristina Kirchner siguen insistiendo con las recetas del desastre para el país.
Cynthia García, expanelista del nefasto programa fascista 678, transmitido en la televisión estatal durante todo el kirchnerismo, hizo referencia a un supuesto problema de orden económico. Desde sus redes sociales, la periodista se indignó por la falta de actualización del salario mínimo, el cual se ubica por debajo de los 300.000 pesos. Es decir, algo menos de 300 dólares.
“No hay remate”, ironizó, como si se tratara de un mal chiste sin solución, para generar solo indignación.
En esta tesis compartida con todos los espacios políticos no afines al presidente Milei, el salario mínimo, es decir, la suma menor para contratar a una persona, debe alcanzar ciertos parámetros: necesidades básicas satisfechas, vivienda y, lógicamente, dignidad para el trabajador.
Por lo tanto, mientras el mercado determinaría los sueldos más altos, el Estado, en su opinión, debería establecer la suma mínima de contratación y así nadie esté sin cubrir sus necesidades básicas.
Como hemos visto con anterioridad, en medio de los procesos inflacionarios generados por Gobiernos con su déficit irresponsable y su emisión monetaria indiscriminada, los políticos aumentan el salario mínimo en actos donde aluden conciencia social y responsabilidad. Ellos solo levantan la mano o firman decretos.
Supuestamente, como por arte de magia, los trabajadores de menores ingresos verían incrementar su salario, sin mayores consecuencias para la economía más allá del enojo de la clase empresaria, que tendrá que disponer de más recursos para pagar sueldos. Sin embargo, lo que sucede en el mundo real es muy distinto.
No hace mucho vimos en California algo que sucede en todas partes del mundo como si fuese una ley de la física: la administración demócrata, sin nada para envidiarle al kirchnerismo, subió los salarios mínimos por ley. Ante la rigidez de un sistema que no permite las contrataciones informales como en Argentina, muchos comercios —sobre todo negocios de comida rápida— simplemente bajaron la persiana. Es decir, los empleados con ingresos módicos en los trabajos básicos se quedaron sin empleo, así como también quienes ganaban salarios medios y altos en esas empresas.
Ahora, el círculo vicioso no terminó ahí. Los insumos y materia prima que demandaban también se cortaron a cero, generando una externalidad negativa en los proveedores. Hasta el mismo Estado, con ingresos por la facturación de estos negocios, dejó de percibir ese dinero proveniente de unos impuestos que debido a estas políticas coercitivas ya no existen.
Todo se evaporó, gracias a la benevolencia de una clase política con “conciencia social”, pero con ignorancia económica total.
En el caso de Argentina, dado el historial de regulaciones prohibitivas a la hora de generar empleo, el trabajo “en negro”, es decir, en la informalidad y con acuerdos de palabra con el empleador, es una realidad. Esta modalidad de “contratación” alcanza a una buena parte de la sociedad y es una situación con ciertas problemáticas. Por ejemplo, al asalariado se le excluye de poder adquirir un préstamo, un alquiler o incluso (si su salario lo permite) ingresar a un crédito hipotecario, que ahora vuelven a aparecer gracias al fin de las devaluaciones permanentes y la consolidación del peso.
También para el empleador, que en la mayoría de los casos está entre la disyuntiva de contratar en negro o no hacerlo por sus escuetos márgenes de ganancia, la situación es compleja: si tiene trabajando a alguien en la informalidad durante varios años, el juicio laboral que puede padecer lo llevaría sin dudas a la quiebra. Las externalidades negativas se generan siempre. Si sucede esto, todos se quedan sin empleo. Para no llegar a este extremo y poder cubrirse, los pequeños empresarios suelen tener por poco tiempo a los empleados en negro. Aquí suceden dos cosas negativas: es probable que el trabajador despedido jamás haya pensado en denunciar a su empleador y lo único que haya querido es mantener su empleo, pero lo termina perdiendo ante la duda del patrón. Del otro lado del escritorio, el emprendedor debe volver a capacitar a alguien de cero, muchas veces dejando ir a alguien que cumplía bien con sus obligaciones.
La injusticia y la ineficiencia afloran por doquier.
296.832 pesos es el salario mínimo.
No hay remate— Cynthia García (@cyngarciaradio) April 29, 2025
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Como funciona la realidad
Aunque García proteste por el pobre salario mínimo, la verdad nadie contrata por esa suma. El mismo mercado ya puso la vara por encima. Es decir, si se ofrece un trabajo de ocho horas, de lunes a viernes, por menos de 300.000 pesos, lo más probable es que ningún candidato se presente para tomar el puesto. Es decir, si se quiere tener a alguien trabajando en una tarea, es necesario pagar más dinero.
Esto explica la inutilidad absoluta del salario mínimo establecido por ley, sobre todo cuando se le ubica por encima de lo pagado en el mercado. Afortunadamente, el gobierno sabe lo contraproducente de estas leyes voluntaristas, por lo tanto, amortizan el impacto, en este caso, no actualizando la suma o haciéndolo por debajo de lo que se contrataría en situación de libertad entre las partes.
Si el gobierno subiera a un millón de pesos el salario mínimo, aquí sí veríamos serios problemas: quienes ganen más que eso seguirían sin mayores complicaciones, aquellos con cobros menores a esa suma seguramente vean actualizado su recibo de sueldo con el pequeño aumento, pero los más afectados son los trabajadores menos capacitados, con una gran necesidad de trabajo pero sin una productividad para convalidar ese salario. Los que se encuentren trabajando serán despedidos y los que necesiten conseguir empleo no lo podrán hacer, al menos en el sector formal.
La icónica escena de Rocky, en la primera entrega de la saga, cuando el boxeador es despedido de la carnicería porque el sindicato logró el aumento del salario mínimo, es tan vigente como el libro Economía en una lección de Henry Hazlitt, publicado hace más de medio siglo.
Lo único que permite mejorar el salario de los trabajadores es la capitalización de las economías de los países donde se desempeñan. Gracias al capitalismo y a la tecnología (una consecuencia capitalista), muchas personas trabajan de forma remota desde países con salarios bajos para el exterior, beneficiándose de las posibilidades de otras economías. Ahora, respecto a quienes deben trabajar físicamente donde residen necesitan que las tasas de capitalización del país se incrementen. Esto sucede de una sola manera: con inversión y multiplicación del capital disponible con relación al número de trabajadores del mercado. Cuando esto sucede, solo se debe garantizar la libertad de contratos. El Estado no haría nada más que ofrecer los tribunales y el sistema de justicia para mediar ante un conflicto, en caso de defraudación del empleador o del empleado.
Como bien explica Alberto Benegas Lynch (h), es común de los países pobres que los ricachones del lugar puedan darse el gusto de tener a un grupo de personas para recibir una abanicada a la hora de la siesta. Situación absolutamente inviable para una economía capitalizada, donde la persona que quiera algo así deberá pagar una fortuna, porque se utilizarían trabajadores que se estarían desempeñando en empleos más productivos y rentables.
¿Por qué un pintor de brocha gorda gana más en Canadá o en Nueva York que en Jujuy o Catamarca? Porque las tasas de capitalización determinan el monto a pagar si uno quiere que le pinten la casa. Como bien explica el economista, si uno se muda de una ciudad pobre a una más rica, y desea seguir pagando lo mismo que antes por el día de trabajo de un empleado, solamente tiene una cosa por hacer: dedicarse uno mismo porque nadie va a ir a asistirle.
Aunque García quiera que el gobierno fije el salario mínimo al número que su moral le sugiera, nada bueno sucederá en la economía si eso pasa. Si no se pueden derogar estas normativas contraproducentes, se deben ignorar y dejarlas siempre por debajo del valor de mercado.
Para que los salarios crezcan y ganen poder de compra, es necesario ir por el camino de Milei: incrementar la inversión y dejar apagada la máquina de imprimir billetes. Es un proceso más lento que una solución mágica, pero es lo único que funciona.