
Siempre es bueno tener presente las atrocidades que ocurrieron en la historia, sobre todo, para que no vuelvan a repetirse. Con respecto al Holocausto nazi, ciertas lecciones se han aprendido. El antisemitismo (aunque presente) enciende alarmas, el nacionalismo extremo genera críticas multipartidarias y las dictaduras (que tampoco se extinguieron) suelen ser repudiadas por los países civilizados.
A ocho décadas de la liberación de Auschwitz, uno de los peores campos de la muerte del nacional socialismo, repasamos algunos aspectos fundamentales para tener las defensas en alto ante cualquier aventura totalitaria.
Nunca hay excusas para vulnerar la República
El proceso que tuvo lugar entre la elección que le dio la primera minoría a Hitler y el establecimiento de una dictadura pura y dura estuvo marcado por la concentración de poder, básicamente por el miedo de una sociedad y la falsa creencia de que la concentración de poder puede solucionar los problemas.
Más allá del engaño del incendio del Reichtag y de cómo los nazis “vendieron” la necesidad de suprimir las libertades civiles en el marco de una hora de supuesto peligro, una nación terminó aceptando un período de excepción que solamente llegó a su fin con el suicidio del dictador y la destrucción del país.
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Es lógico que los partidarios de un espacio político consideren que, de tener poder absoluto para implementar todo lo que desean sin contrapesos ni división de poderes, todo se solucionará más fácil. Pero las instituciones son la garantía para que cuando lleguen los gobiernos peligrosos no puedan hacer mucho daño. Si eventualmente arriban al poder dirigentes virtuosos, es preferible mantener los engorrosos funcionamientos republicanos, ya que si se terminan rompiendo, tarde o temprano algún abusivo logrará hacerse con el poder total.
La cultura y la economía básica
Aunque lo “crematístico” parezca distante e insignificante cuando hablamos de un genocidio, hay que tener presente que el nazismo logró establecerse, entre otras cosas, por la ignorancia económica de buena parte de la población. La absolutamente traumática experiencia de la hiperinflación alemana les sirvió a los demagogos populistas del nacional socialismo para asociar el drama con la supuesta codicia de los judíos especuladores.
Si bien la Alemania de principios del siglo XX era una de las sociedades más “cultas” del mundo (si relacionamos cultura con lo que se aprende en los libros y las universidades), lo cierto es que los contenidos leídos y estudiados pueden no ser los mejores. Existieron teorías absurdas para justificar el racismo, como la supremacía de un sujeto ario, que hasta tenía raíces inventadas en mitologías incomprobables. La filosofía de los autores de la época también sirvió para comenzar a transitar un camino hacia el infierno.
Cualquiera podría pensar que estas cuestiones son muy lejanas y distantes, pero si quitamos la violencia y los asesinatos, en el mundo actual vemos cómo fenómenos políticos como el chavismo o el kirchnerismo responsabilizaron también a sujetos imaginarios a la hora de explicar sus procesos inflacionarios.
El riesgo colectivista
Las sociedades tienen que tener presente que cuando los procesos políticos pretenden fortalecerse en el colectivismo, nada bueno puede suceder. Cuando se comienza a transitar este camino, no solamente desaparecen las responsabilidades individuales, sino que terminan indefectiblemente los derechos de los individuos. En el marco de las cruzadas de la representación del colectivo virtuoso, se encuentran las justificaciones de todos los males en otros colectivos, que supuestamente atentan contra “el bien común”.
De esta manera, en marcos donde prima el miedo, la envidia o el resentimiento, el gobierno apela a la representación del pueblo en la lucha contra los enemigos del mismo. Cuando se establecen las dictaduras y se desatan los aparatos represivos, las atrocidades las terminan cometiendo individuos despersonalizados. Se deshumaniza a la víctima y se da rienda suelta a un mecanismo que, cuando queda en evidencia, no tiene responsables. Todos siempre terminan ante un tribunal diciendo que seguían órdenes.
El mesianismo
Los problemas de los países y las sociedades suelen ser complejos, sobre todo si se llega a una situación de crisis profunda, como la que atravesaba la Alemania de entreguerras. En estos contextos, la tentación de confiar en un liderazgo que solucione todo con voluntarismo siempre cala hondo en algunos sectores del electorado.
Para muchas personas, es preferible depositar la confianza en un líder que en un proceso racional de reformas, que habitualmente requiere además sacrificios. Los demagogos –que muchas veces terminan enloquecidos y creyendo sus propios divagues– siempre están dispuestos a ofrecer soluciones mágicas y voluntaristas a un sector de la población que prefiere evadirse de las verdaderas causas de los problemas.
Aunque la historia también ha demostrado que hacen falta liderazgos fuertes y referentes que cosechen respaldos (muchas veces basados en algún punto en la personalidad de los líderes) siempre se requiere un plan concreto, una hoja de ruta y un programa. En tiempos de crisis, vale advertir nuevamente que siempre suele ser antipático.
Disociarse de la realidad para confiar en un hombre que arreglará todo casi por arte de magia, termina siempre de la peor manera. Y la lección sale muy cara. Para los que cometieron el error de apoyarlo y para sus víctimas que advirtieron sobre el riesgo.