
Recientemente, el filósofo Alejandro Rozitchner llegó a una conclusión chocante en el marco de una entrevista periodística. Dijo que “odiaba” a los periodistas, generando sonrisas en los comunicadores que conversaban con él. Sin embargo, más allá de lo crudo de su opinión —sobre todo para los periodistas como yo—, su planteo no tiene puntos flojos y es necesario reconocerlo. Su tesis es la siguiente: hasta los mejores caen en los amagues del populismo. Al respecto, puso el ejemplo del caso Maldonado, cuando todos los comunicadores, hasta los rotulados como “antikirchneristas” se “comieron la curva del kirchnerismo”.
Aunque se conoció la tesis de la “desaparición forzada” para vincular al gobierno de Mauricio Macri, con Patricia Bullrich como ministra de Seguridad, todas las autopsias corroboraron lo predecible: el individuo se ahogó en la fuga luego de cometer un delito, es decir, el corte de una ruta. Sin embargo, aunque la historia se repite una y otra vez, los comunicadores argentinos siguen haciéndole el juego al kirchnerismo, coalición en evidente clave golpista.
Excelente Alejandro Rozitchner(@AlejRozitchner)
“Odio a los periodistas”
— Miguel A Boggiano del 55,6% (@Miguel_Boggiano) March 14, 2025
Si durante la gestión de Cambiemos (2015-2019), en la cual no se planteó ninguna reforma estructural de fondo, “el club del helicóptero” operó a la máxima potencia, ahora, con un gobierno cuya propuesta es terminar con todos los negocios corporativos de “la casta”, las intentonas golpistas están a la orden del día y lo estarán cada día más, porque saben que no tienen más allá de seis meses para cumplir su cometido. Si los argentinos van a las urnas en libertad en octubre, y Javier Milei sigue siendo presidente, el oficialismo incrementará de forma considerable sus espaldas en materia legislativa, con más diputados y senadores. Ese escenario significa las dos estocadas de muerte para la argentina mafiosa: se disipa por completo la posibilidad de un juicio político basado en excusas y se incrementan exponencialmente las posibilidades de aprobar legislaciones virtuosas, con el objetivo de hacer al país una tierra de oportunidades para quienes quieren trabajar, ya sin posibilidades para quienes se enriquecen mediante las prebendas corporativas.
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En este período de transición (que anticipé en varias columnas y apenas Milei ganó las elecciones lo manifesté en un libro) la comunicación cumple un rol fundamental. La oposición sabe muy bien que la lucha con el gobierno no puede ser ni justa ni democrática. Es decir, no optar por plantear disidencias conceptuales, para luego dejar a la ciudadanía elegir en las urnas. Esto es porque la mayoría apoya a Milei y su proyecto. Según varias encuestas, hasta habría un número de respaldo mayor a la cantidad de votos del balotaje de finales de 2023 contra Sergio Massa. Esto no es descabellado, ya que, por un lado, el presidente viene cumpliendo con sus propuestas de campaña y, por otro, la campaña del miedo y el caos planteada por el kirchnerismo, no solo no sucedió, sino que son ellos quienes aportan la dosis de caos actual en el país.
Ante estas características coyunturales, las armas del populismo son escasas y rústicas. Básicamente, se trata de buscar cualquier tipo de excusas para tratar de generar movilizaciones donde aparecen los grupos de choque. Como la sociedad ya percibe, las causas de las supuestas “manifestaciones” son por cuestiones en las que el actual presidente no tiene la culpa.
Por ejemplo, se dijo que se pensaba privatizar las universidades y luego resultó ser mentira. Luego se dijo que el gobierno planeaba quitarle los derechos a los homosexuales argentinos, como el matrimonio. Lógicamente, todo resultó ser otra patraña. La última encarnación de la falsa protesta social fue la situación de los jubilados, que, si bien es precaria, Milei no tiene incidencia directa en esto. Incluso, las jubilaciones progresaron con respecto al gobierno kirchnerista anterior. Más allá de los aumentos, la inflación planchada contribuye considerablemente a las mejoras jubilatorias y de salarios.
Si a alguien le preocupa la situación de los abuelos, debería ver lo ocurrido en el país hasta diciembre de 2023. Para empezar, el siempre fallido sistema “de reparto” inservible en cualquier lugar del mundo y como si esto fuera poco, se deben agregar los condimentos argentinos como la voracidad estatal de todas las cajas, la destrucción sistemática de la moneda y la aberración kirchnerista de sumarle a los recursos escasos que corresponderían a los jubilados quienes sí aportaron, millones de nuevos jubilados sin aportes. Aunque suene difícil de creer para alguien en el exterior, ante esta realidad fáctica, la oposición responsabiliza a Javier Milei por la situación “de los jubilados”.
Sin embargo, a pesar de toda esta locura, el absurdo en esta oportunidad fue todavía más lejos, cuando se sumaron barras bravas (delincuentes) de los equipos de fútbol a la supuesta causa de los abuelos argentinos, muchos de los cuales, cuando se les pone un micrófono y una cámara de televisión por la calle, lejos de los microclimas de las falsas “marchas”, apoyan al presidente y a su programa.
La metodología es siempre la misma. Calcada. Una vez ubicada la causa en cuestión se convoca supuestamente a una “marcha” o “manifestación”. Durante la misma se producen desmanes y luego se denuncia la presunta represión indiscriminada, siempre buscando escándalos y heridos, para ver si se puede llegar a forzar el juicio político que permita frustrar el proceso de cambio antes del punto de no retorno: las elecciones legislativas de octubre, donde La Libertad Avanza saldrá inevitablemente fortalecida.
Aquí es donde aparece la cuestión retórica, la necesidad de hablar con las palabras y la terminología adecuada para abordar la cuestión. Este es el primer bastión fundamental de la estrategia golpista. Un ámbito donde, es pertinente reconocer, han tenido éxito. Lograron que todos los periodistas y comunicadores, hasta quienes no respaldan la agenda K y de la izquierda, denominen “marchas” o “manifestaciones” a estos disturbios. ¿Qué es una marcha política, protesta o manifestación, que, dicho sea de paso, es un derecho constitucional en Argentina? La visibilización de una consigna para concientizar sobre una problemática, con la finalidad de incrementar el respaldo a la causa, para luego dar paso a la generación de cambios políticos. Por ejemplo, cuando Cristina Kirchner envió a sus voceros a instalar la posibilidad de una reforma constitucional para obtener la reelección indefinida, millones de argentinos salieron a la calle en todo el país. Eso fue una manifestación popular exitosa: se visibilizó cómo una gran mayoría no estaba de acuerdo con lo que quería hacer el gobierno de entonces, por lo tanto, recularon.
Algo muy distinto es salir a cortar una calle o una ruta, como hacía la izquierda, para generar una extorsión. Algo que, afortunadamente, el gobierno actual erradicó por completo. Sin embargo, los periodistas también denominaban a eso “protesta social” en lugar de llamarlo por lo que era.
Ahora, todos los canales y portales hacen referencia a las “marchas” y “protestas”, haciéndole el juego a una oposición golpista. Ahora, si uno se limita a escuchar lo dicho por los medios, se le daría la razón al kirchnerismo. Si la gente sale a manifestarse y las fuerzas de seguridad se dedican a reprimir, reconoceríamos que no estaríamos frente a un gobierno democrático, aunque haya ganado en buena ley las elecciones.
Aunque eso plantea el kirchnerismo, la realidad es bien distinta. Luego de convocar con una excusa cualquiera, siempre alejados de las intenciones o responsabilidades del actual gobierno, se sale a la calle a destruir, a violentar y a enfrentar a las fuerzas de seguridad, las cuales responden cumpliendo con su obligación natural. Esto también lo documenté en primera persona en la última “marcha” opositora donde estuve, cuando se aprobó la Ley Bases en el Senado. Apenas un grupo de “manifestantes” (que tampoco deberían denominarse así desde el periodismo) me reconocieron, me agredieron físicamente por el hecho de pensar distinto a ellos. Si la policía no me quitaba de donde estaba, mientras me arrinconaban, golpeaban y escupían decenas de “personas”, podría haber sufrido daños considerables.
En honor a la verdad y la justicia, ya desde lo comunicacional, podría denominarse a estos eventos como lo que son: intentonas golpistas cuyo propósito es salir a la calle a generar desmanes, buscando trágicas excusas serviles a las corporaciones para frustrar el proceso de reforma de Milei y su equipo.
Hablar de “jubilados”, “reclamos” o “protesta” es abrir el juego para darle la razón al kirchnerismo en su mentira y victimización. Si el debate comenzara con las palabras adecuadas y los términos correctos, al populismo le costaría mucho más justificar su agenda. Afortunadamente, la gente llega a estas conclusiones de forma autónoma y decide informarse por otros lados. Por eso, los medios alternativos y las redes sociales ganan espacio en detrimento de los tradicionales, los cuales están gravemente afectados por dos ejes: la poca imparcialidad, ante la pérdida de los beneficios del sector como la pauta estatal y el temor a decir algo considerado “políticamente incorrecto” para un público que ya no existe más.