Poco hay en esta jornada del clásico enfrentamiento entre los dos colosos del bipartidismo norteamericano que pueden extrañar los nostálgicos analistas que peinan canas. No se percibe la lucha entre el tradicional Partido Republicano y la socialdemocracia Demócrata. De un lado está Donald Trump y el trumpismo y del otro un populismo de izquierda que va más allá de la moda woke. Las propuestas económicas de Kamala Harris terminaron siendo análogas a la rama de la ultraizquierda kirchnerista de Argentina.
Pero, ¿qué pasó con aquel partido conservador y esa centroizquierda civilizada, que no proponía delirios dignos del Manifiesto comunista de Marx y Engels?
Lo cierto es que ambos partidos se han extraviado hace tiempo. Puede que el primero que lo haya hecho en gestión haya sido el republicano, con las presidencias de George W. Bush. Allí, con el complicado contexto internacional que enfrentó Estados Unidos, se terminaron de romper todas las reglas básicas del capitalismo en la potencia más grande del mundo. Hasta el mismo presidente llegó a decir en el marco de los inmorales bailouts que necesitaba romper las reglas de la economía de mercado para salvar al capitalismo.
Uno que describió bien la decadencia republicana fue el actor y director Clint Eastwood, de orientación libertaria. Él cuestionó que el partido, que supo sostener valores de responsabilidad fiscal, terminó gastando dinero en el gobierno como “marinero borracho“, igual que los demócratas. Para retrotraernos a las últimas manifestaciones, al menos en lo discursivo, del Partido Republicano tradicional, hay que remontarse a las presidencias de Ronald Reagan a finales de los ochenta o de Bush padre, al inicio de la década del noventa.
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Por esos años, el Partido Demócrata todavía era una socialdemocracia responsable. Las presidencias de Bill Clinton (a pesar de sus apoyos políticos actuales) no han sido una locura como los últimos gobiernos de su partido o lo que proponía su esposa, que afortunadamente perdió contra Donald Trump en su primer mandato.
Tanto los dos mandatos de Barak Obama como esta incalificable gestión de Joe Biden han marcado una clara decadencia del Partido Demócrata, solamente comparable a la tragedia del PSOE de España. Como si fuera poco, lo que terminó irrumpiendo ahora es el ala izquierda del desastre, encarnado por una Kamala Harris que llegó a la vicepresidenta y a la candidatura actual por las vueltas de la política. Lejos de identificarse con los tradicionales cuadros de su partido como John F. Kennedy o James Carter, la rival de Trump está mucho más cerca del comunista Bernie Sanders, que podría cumplir un rol importante en un eventual gobierno.
Desafortunadamente, Estados Unidos no tiene buenos candidatos para la elección de hoy. Sin embargo, entre grados de “malos” y “menos malo”, lo mejor que podría pasar es que Donald Trump consiga su segundo mandato. El desastre económico y geopolítico que podría significar una victoria de esta versión del Partido Demócrata es un lujo que ni Estados Unidos ni el mundo se pueden dar.
Dada la limitación constitucional de los únicos dos mandatos, el inicio de un eventual gobierno de Trump sería también el comienzo de su retiro, por lo que el Partido Republicano tiene la oportunidad de reinventarse. Lejos del personalismo del actual candidato y de la falta de claridad y responsabilidad económica que cuestionó hasta Clint Eastwood. Por el lado del Partido Demócrata, lo ideal sería también pensar en el largo plazo y abandonar también ellos el “antitrumpismo”, del que estuvieron presos la última década. Una derrota de la dupla Harris-Walz podría ser una oportunidad para que el partido deje de lado los postulados woke y socialistas, que nada tienen que hacer en una socialdemocracia seria y menos en los Estados Unidos.