El retorno de Oscar Martínez, encarnando al director del museo de la serie Bellas Artes, cumple con las expectativas. A veces, cuando una miniserie tiene un éxito inesperado, y la secuela se hace obligatoria, las segundas partes pueden no ser tan buenas. Siguiendo la suerte de El encargado, que pierde algo de sorpresa pero mantiene el interés, los segundos seis capítulos de la producción de Disney+ no desilusionan.
Una vez más, el director argentino del museo madrileño Antonio Dumas se enfrenta al ejército políticamente correcto que se manifiesta en todas las formas posibles, habidas y por haber. En una de las reapariciones obligadas, vuelve la ministra de Cultura con sus absurdos requisitos como la “igualdad” de cantidad de hombres y mujeres artistas en exposición, lo que lleva a un cómico episodio donde un hombre indignado termina vulnerando al sistema y mostrando la hipocresía total de las agendas progresistas.
El eterno debate sobre si algunas expresiones contemporáneas son o no verdadero arte también está presente, de la mano de una excéntrica “artista” alemana, que realiza una serie de performances que terminan con la necesaria intervención policial.
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La plataforma de Disney, que no se caracteriza justamente por criticar la corriente woke, vuelve a apelar al éxito comercial de una serie que contradice todos los valores del progresismo. Incluso, desde las publicidades en la vía pública, la segunda temporada de Bellas Artes traen la marketinera advertencia de que se trata de una tira “políticamente incorrecta”. Claro que para los críticos del wokismo, el contenido que causa risas y carcajadas más que “polémicamente incorrecto” es una cuestión de sentido común. Una necesaria respuesta a una corriente hipócrita que, afortunadamente, hoy es criticada y cuestionada abiertamente.
Bellas Artes, en su continuación obligada, confirma que hay un nutrido público harto de la moralina que se impuso en las últimas décadas, paradójicamente, de plataformas y compañías como Disney, que nos trae la serie. Es que, en la implícita división de la ficción entre los héroes, o con los personajes que empatizamos, y los villanos, o a los que logramos tenerle bronca, aquí de un lado se encuentra el sentido común de la mayoría silenciosa. Del otro lado, del que nos causa indignación, se encuentra el progresismo en decadencia.