Dicen que la historia la escriben los vencedores. ¿Y quiénes ganaron en 2002/2003? Aquellos que impulsaron el último golpe de Estado en Argentina, uno que pocos mencionábamos desde la marginalidad e intrascendencia, mientras la historia oficial mantenía su relato: el del último golpe del 24 de marzo de 1976 y la recuperación de una democracia que, con Raúl Alfonsín en 1983, parecía haber llegado para quedarse.
Puede que el rol de este personaje tenga mucho que ver con la verdad distorsionada que estudian los chicos y jóvenes en las escuelas. Es que el llamado “padre de la democracia” tuvo un rol activo en la caída de su correligionario radical, Fernando de la Rúa en diciembre de 2001. Como no hubo tanques militares de por medio y la corporación política resolvió (a los tumbos) la continuidad supuestamente institucional, se consideró que lo que sucedió con el final del gobierno de la Alianza no fue otra cosa que la crisis de una gestión fallida, la cual terminó con las protestas populares de los argentinos indignados.
En su último discurso, el presidente Javier Milei hizo referencia a la caída de Fernando de la Rúa, así como también a la “colaboración” que le hicieron dos importantes caudillos políticos: Eduardo Duhalde, quien terminó ese mandato habiendo perdido las elecciones de 1999 y Raúl Alfonsín, el hombre que atentó contra un mandatario democrático constitucional de su propio partido, solamente por estar en desacuerdo con su visión económica.
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En el marco de su disputa con el canal TN, Milei también explicó la influencia que tuvo el Grupo Clarín en aquel momento, uno de los grandes beneficiados con la devaluación y la pesificación asimétrica. Aunque los argentinos pagaron la licuación, varios grupos económicos pasaron de deber dólares a pesos devaluados que comenzaban a imprimirse sin ningún respaldo desde el banco central. La pobreza en Argentina por esta “salida” trepó a su índice más alto: 66 %.
Así el programa y el gobierno de la Alianza haya sido malo, lógicamente no justifica lo sucedido, que fue mucho peor. La fallida coalición entre la Unión Cívica Radical y el FrePaSo estuvo viciada desde un primer momento. Para empezar, se trató de un rejunte electoral, que iba a tener serios problemas para plasmar cualquier hoja de ruta en la gestión. Aunque todos recuerdan el quiebre con la temprana renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Álvarez del partido asociado al radicalismo, lo cierto es que los debates programáticos e ideológicos estaban también en el seno de la UCR. Curiosamente, las diferencias de visión en el partido permanecen hasta hoy, con dirigentes que se sienten identificados con el rumbo del presidente Milei y otros que están mucho más cerca conceptualmente del kirchnerismo.
El planteo electoral fue simple: plan económico de la convertibilidad sin la corrupción del menemismo. Eso propusieron y eso votaron los argentinos. Sin embargo, como sucedió hasta la llegada de Milei, se subestimó por completo la problemática fiscal y se le temió al extremo a los recortes del gasto público.
Al existir una caja de conversión, que requería del ingreso de dólares para la impresión de la misma cantidad de pesos, el recurso de la emisión para financiar al fisco salió del menú de posibilidades. Por no corregir la problemática del déficit, y ante un cambio de perspectiva coyuntural del FMI, todo voló por los aires en el marco de una crisis de deuda. Claro que los que vinieron después disfrazaron lo sucedido para responsabilizar del desastre a una vieja entelequia conocida por todos: el neoliberalismo.
Aunque parezca increíble, una buena cantidad de argentinos se terminó comprando el buzón que perdieron hasta sus depósitos en los bancos porque en Argentina se privatizaron las empresas públicas y se implementó el plan de convertibilidad con el dólar. Sería interesante imaginar si semejante estafa, digna de una teoría conspirativa, podría tener éxito en épocas de redes sociales y diversificación absoluta de las voces en la discusión pública. Por entonces todavía la comunicación era unilateral: los medios explicaban como era la realidad y las personas escuchaban. Había que tener algún tipo de formación para comprender que todo era una gran mentira, pero ni siquiera los comunicadores que salían por radio y televisión contaban con las herramientas para analizar los vertiginosos acontecimientos de esos días.
¿Qué pasó a la historia finalmente? Que un gobierno improvisado y sin rumbo cayó por los reclamos de una ciudadanía harta y que la política pudo encontrar las herramientas para mantener la continuidad institucional. ¿Qué sucedió? Que a ese gobierno improvisado y sin rumbo lo voltearon desde la política (peronismo y radicalismo de la provincia de Buenos Aires, bajo las órdenes del “padre de la democracia”) con el sponsoreo de grupos económicos que fueron beneficiados por una enorme injusticia: todos los tenedores de pesos pagaron sus deudas, que terminaron siendo licuadas. El que tenga dudas sobre todo esto, y peine algunas canas, puede hacerse una pregunta incómoda: ¿por qué los medios de Clarín visibilizaron las protestas hasta el día que asumió Eduardo Duhalde, cuando todavía sonaban las cacerolas de todos los balcones? Lo cierto es que, luego de todos los interinatos, sobre todo el de Adolfo Rodríguez Saa que se negaba a devaluar, finalmente había llegado el hombre que implementaría un plan que ya tenía un año escrito.
Solamente con el apoyo de los grandes medios (en el marco de un momento en el que dominaban por completo el discurso) se puede explicar que la gente todavía recuerde el “corralito” de Domingo Cavallo (que limitaba el uso de efectivo) y el “corralón” de Duhalde, que fue lisa y llanamente una confiscación de la peor manera.
Puede que la relevancia de la palabra presidencial sea un aporte para rediscutir la historia, como ya hizo con éxito el gobierno el pasado 24 de marzo, ampliando los márgenes de discusión sobre lo sucedido en 1976.