El avance de la modernidad y la tecnología revoluciona de manera continua los sectores de la economía y la sociedad que parecen inamovibles. La luz eléctrica puso en jaque a la industria de las velas, los automóviles a las carretas y puede que las redes sociales arrinconen al periodismo. Sin embargo, en la actualidad se siguen fabricando velas y carretas, pero las posibilidades ampliaron los recursos en favor del público consumidor que ha conseguido bienestar.
Si algo hicieron la Internet y los avances tecnológicos fue alcanzar una verdadera “democratización horizontal” de varios recursos que antes estaban limitados a pequeños sectores. Hasta no hace mucho tiempo, si un artista quería grabar un disco, dependía que un empresario considere que con él podía ganar dinero, sino las puertas del estudio no se abrirían jamás. Luego los costos se redujeron, pero todavía era necesaria la inversión en materia de difusión ya que, aunque se podía realizar la producción con algún esfuerzo, sin respaldo no conseguiría publicidad masiva.
Entre los modernos equipos y la web, ya todo depende del talento del artista y de la aceptación del público, debido a que la gran vidriera es accesible para todos. La demanda, con sus clics, sus pulgares arriba o abajo premian o castigan una enorme oferta todos los días. Los intermediarios, en muchos rubros, han sido dejados de lado. Ya no hace falta un local para promover un producto y las personas pueden comunicarse de manera directa a los sitios que les interesen para conseguir las referencias que soliciten.
Todos estos cambios generaron en el mundo del periodismo un shock del que todavía muchos comunicadores no se recuperan. Conductores de radio y televisión, como redactores de editoriales en diarios impresos, se han convertido en agentes secundarios, no solo de la comunicación, sino lo de lo que se conoce como formación de opinión pública.
Antes, lo más común (sobre todo para las grandes mayorías poco politizadas e ideologizadas) era la “tercerización” de las posiciones coyunturales. Las personas confiaban en sus periodistas y medios preferidos y, en general, iban consolidando opiniones de la mano de las propuestas de sus voceros predilectos. Aunque las radios, los canales y los diarios (ahora complementados por los portales) siguen allí, los comunicadores tradicionales han perdido dos monopolios: el de la comunicación unilateral y el de la poderosa influencia en la opinión pública.
De la misma manera que ya no hace falta un empresario y un gran estudio de grabación para producir un álbum de música y difundirlo, tampoco es necesario ser contratado por una cadena de televisión para entrar en el nuevo “control remoto” popular. Hoy, la atención ya está más puesta en los canales de streaming y en los clics que consiguen sus visualizaciones, que en lo que sucede en el noticiero del primetime televisivo. ¿Quién tiene la “culpa” de esto? Nadie. Se trata de la libre elección descentralizada de las personas que prefieren una cosa a otra, como sucede en todos los ámbitos de la economía con los recursos escasos y el tiempo de las personas es uno muy importante, aunque no se mida en valores monetarios.
Los popes de la comunicación perdieron la unilateralidad del discurso, que ya es multilateral. Muchos periodistas consagrados no pueden salir de su asombro cuando los ciudadanos de a pie le contestan en las redes sociales, muchas veces cuestionando duramente sus posiciones.
Aunque no hay violencia de por medio, el “antiguo régimen”, por así decirlo, mira sin comprender del todo el fenómeno de una toma de la Batilla moderna, donde se libera la opinión general y se abre la prisión comunicacional de la que muchos hicieron uso y abuso.
Mientras sucede este cambio revolucionario, y la corporación política pierde un recurso centralizado para operar con fondos públicos, llega Javier Milei a la Presidencia de Argentina. Un personaje que hoy está en la Casa Rosada gracias al quiebre comunicacional que “jubiló” a la formación de opinión unilateral. En otros tiempos, sin la pólvora regada en las redes sociales, que terminó de dinamitar el discurso único, jamás un libertario podría haber llegado a ejercer el Poder Ejecutivo de una nación. El populismo rancio y agotado hubiera sido reemplazado por algún proceso menos desastroso, sin salir del círculo vicioso de las políticas estatistas que se hicieron carne en el país.
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Como el actual mandatario argentino aclaró que se iba a terminar el dinero para la pauta en medios periodísticos, el mainstream comunicacional quedó a merced de dos candidatos que se presentaban por distintos espacios pero que, como analogía de lo que representan, hasta eran amigos personales. Así, con fondos del gobierno nacional del exministro de Economía, Sergio Massa, y del exjefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, se dijo cualquier cosa del libertario desde la mayoría de los medios de comunicación. En uno, su propietario incluso instó a votar por el rival de Milei, indicando que se ponía en riesgo la continuidad democrática si ganaba el economista. Como columnista de opinión y análisis político, no encontré ningún medio argentino dispuesto a publicar una columna que argumentara lo contrario.
Contra viento y marea, y con la gente formando opinión propia, Milei llegó a la Presidencia de Argentina. Sin embargo, no es ningún secreto que el mandatario libertario no es un político tradicional, ya que se ha caracterizado por decir lo que piensa y lo hace sin ninguna vuelta. Aunque su concepción filosófica le impide cualquier tipo de “vendetta” desde el poder, debido a que ningún liberal utilizaría las herramientas del Estado para arremeter contra un particular, Milei no olvida y le dice sin reparos lo que piensa del periodismo “pautero”.
Desde una posición defensiva, y con cada vez menos influencia ante la opinión pública, se asegura que el presidente atenta contra la libertad de prensa, garantizada en la Constitución Nacional. Sin embargo, no se explica qué acciones específicas del mandatario argentino restringen la opinión de los periodistas que lo critican. Solo se dedica a responderles, también haciendo uso de su libertad individual. ¿En qué lugar de la Constitución está el artículo que indica que, por ser presidente de la Nación, el jefe de Estado pierde su derecho a la libertad de expresión? En ninguno. Curiosamente, mientras se apela a la defensa de una libertad que no está siendo amenazada, se solicita de forma encubierta que se limite esa misma libertad para otros.
Nadie, mucho menos un liberal, puede estar de acuerdo con ninguna limitación a la prensa, aunque en muchos casos se ponga corporativa, prebendaria y mentirosa. Arremeter contra ella sería, por sobre todas las cosas, un pésimo precedente a futuro. Sin embargo, muchos de los periodistas famosos y consagrados van a tener que aprender una lección por las buenas o por las malas y el “por las malas” no hace referencia a ningún proceso violento o coercitivo externo, sino a la desilusión propia que sufrirán cuando se den cuenta que el mundo ha cambiado.
Por encima de la prensa está la libertad de expresión; una incluye a la otra, como una mamushka que alberga en su interior a una muñeca más pequeña. Los periodistas deben ejercer su libertad de expresión, que se manifiesta a través de los medios. Sin embargo, el mundo moderno le quitó a la prensa tradicional el monopolio del micrófono. Hablamos todos, contestamos y la gente elige. Esta descentralización de voces hizo que la política tradicional pierdan la posibilidad de comprar voceros que formen opinión pública. El mercado ofrece y también corrige. Es por esto que hacer referencia a la libertad de expresión puede que sea más necesario que limitarse a la libertad de prensa. No porque esta última sea menos importante, sino porque es solamente uno de los aspectos de la misma.
Muchos de los que ponen la lupa en que no se cuestione a los periodistas, simultáneamente argumentan de manera insólita en favor de las regulaciones a las redes sociales. Una aberración que tiene como finalidad el silencio de las voces críticas que puedan surgir sobre cualquier asunto. Hoy, con la libertad de prensa garantizada en la mayor parte del mundo civilizado, la libertad de expresión todavía no está correctamente protegida. En varios países de Occidente vemos con poca reacción que se han generado hasta procesos judiciales por las opiniones de usuarios, que tendrían que ser respetadas a rajatabla. Muchas aberraciones de estas tienen que ver con la imposición de la ideología de género, que deja expuestas a las personas que pueden llegar a cometer el desatino que un hombre es un hombre y una mujer, una mujer.
Claro que hay que valorar y defender la libertad de prensa,pero, por sobre todas las cosas, hay que tener en cuenta que la libertad de expresión es el principio general que la consagra.