Hoy, la cuarentena salvaje decretada por Alberto Fernández tiene otra lectura. Una gran mayoría de los argentinos comprenden que fue una locura someterse a semejante encierro, pero no por la mejor razón. Esta reflexión no llega de la mano de una revitalización de la introspección de los derechos de la ciudadanía, sino porque el expresidente no cumplió con lo que él mismo ordenaba.
Si bien es auspicioso que el kirchnerismo experimente un derrumbe de cara a la opinión pública, hay que seguir machacando en las cuestiones de fondo e invitando al debate reflexivo. El abuso de poder de la gestión anterior, estuvo mal, hayan o no predicado con el ejemplo los funcionarios del Frente de Todos. Lógicamente, no lo hicieron. Fueron un ejemplo de todo lo que está mal, hasta el nivel de lo inimaginable.
El último video que trascendió de Tamara Pettinato, sentada en el mismísimo Sillón de Rivadavia, donde tendrían que estar exclusivamente los presidentes (y solamente en circunstancias que lo ameriten) ha evidenciado una degradación total, que lo dejan a Fernández en un punto de indefensión total y absoluta. Ya no importa como salga parado en la causa judicial de violencia de género que le inició su expareja, Fabiola Yáñez. Ya un país vio lo que hacía este impresentable en el poder: utilizarlo para seducir mujeres, con las que mancillaba hasta los símbolos patrios más respetados por la ciudadanía.
Decile vergüenza es poco, como dijo el mismo presidente Javier Milei desde sus redes sociales.
La falta de respeto a las instituciones se ha dado a todo nivel. Se ha insultado la investidura presidencial y la historia de la República Argentina.
Vergüenza total.
Fin. pic.twitter.com/LdlMQqrVoC
— Manuel Adorni (@madorni) August 17, 2024
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Fernández es un abusador, como mínimo, desde que asumió como presidente. Se abusó de todos los argentinos. De los que lo votaron y los que no. Vulneró las libertades más básicas y salió impune. Recién con el festejo en la quinta de Olivos, que evidenció que no se sometía a sus propias reglas, le pasó factura.
Hoy, nadie lo reconoce. Incluso los que eran sus íntimos amigos personales dicen que no lo conocían realmente y se sienten desilusionados. Claro que esto no puede ser tolerado por la opinión pública. Aunque él sea el responsable legal de todas las aberraciones que hizo (y que se van sumando con el correr de los días), los cómplices deben ser apuntados como cómplices y también mentirosos. Sabían. Sabían todo. No es un secreto para nadie.
En esta línea de responsables están también los periodistas que conocían su inmoral afición a las mujeres (inmoral porque la ciudadanía pagaba la cuenta, no por la cantidad de las mismas) y las mujeres que realizaban las impúdicas visitas a Olivos y a la Rosada, que ahora lo incriminan a él y manifiestan inocencia. Habrá que ver si incurrieron en delitos. Pero “inocentes” no son.
Todos sabían todo. Solamente ahora quedó en evidencia.