
El empate en cero entre Brasil y Costa Rica excede lo futbolístico. Lo sucedido ayer en Los Angeles puede que merezca un análisis filosófico y ético. Técnicamente, el planteo del argentino Gustavo Alfaro fue un éxito e inapelable. Salieron a cuidar el empate desde el minuto uno. Aguantaron el resultado los noventa minutos, con una estrategia idéntica a la que utilizan los equipos que ganan uno a cero, en los últimos dos minutos, cuando el rival se viene con todo por el empate: todos colgados del arco. A veces funciona y a veces no.
Claro que una cosa es aguantar en los minutos de descuento y otra muy distinta es hacerlo durante todo el partido.
Costa Rica, con un humilde plantel que no puede competirle de igual a igual al siempre candidato Brasil, optó por irse a lo defensivo. Totalmente defensivo. Con el correr de los minutos, con el objetivo que se iba cumpliendo de a poco, los dirigidos por Dorival Junior comenzaron a ponerse nerviosos. A mostrar impotencia e indignación. Tanto con el rival como con ellos mismos, por no poder anotar un gol que abra el partido.
Es probable si los de amarillo lograban un tanto (le anularon uno por un offiside fino de VAR en el primer tiempo), el resultado final podría haber sido goleada. Con la necesidad de salir a buscar el empate, Costa Rica hubiera abierto los espacios por donde los jugadores de Brasil podrían haber hecho estragos. No hizo falta.
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Puede que haya que remontarse al Brasil-Argentina del mundial de Italia 90, para recordar una injusticia similar. En aquella oportunidad, lo único que tuvo el equipo de Salvador Bilardo fue un pase mágico de Maradona, para una corrida histórica de Caniggia que sentenció el 1 a 0. Después fue todo de Brasil, que tuvo la suerte en contra.
Este lunes fue más o menos lo mismo, pero sin dos jugadores como los argentinos que hicieron la diferencia. Sin embargo, hubo un palo salvador, unas atajadas de Sequeira para el recuerdo y hasta casi un gol en contra, que ni los de Costa Rica podían creer. Ahora, más allá del éxito del juego que planteó Alfaro, Costa Rica tuvo mucha suerte. Para retener el arco en cero, hacía falta más que una buena defensa. Al equipo centroamericano le salieron todas. Al de Brasil, ninguna.
Puede que la indignación haya quedado plasmada en un pique, luego de una lesión exagerada de un jugador costarricense. ¿Qué suele hacerse en esos casos? El árbitro pica la pelota, y el equipo que está en ataque pega un pelotazo para que reponga el arquero rival. ¿Qué hizo Brasil? Aprovechar la pelota para probar suerte en otro ataque. Ni esa le salió.
Que el planteo de Costa Rica fue lícito y exitoso, de eso no hay ninguna duda. Conociendo sus limitaciones, Alfaro salió a buscar lo único que podía llegar a conseguir en el mejor de los casos: un empate milagroso. Eso fue lo que obtuvo. Ahora, el debate está plantado.