
Claudia Sheinbaum se impuso en las urnas con casi un 60 % de los votos, según los resultados preliminares que ofreció el Instituto Nacional Electoral. La delfín de Andrés Manuel López Obrador ganó cómodamente a una oposición que no representaba nada muy diferente a lo que ella proponía. En este contexto, los partidos tradicionales, con Xóchitl Gálvez (PAN-PRI-PRD) y Jorge Álvarez Máynez del Movimiento Ciudadano, expresaban posiciones que podrían ser vinculadas a una socialdemocracia, en términos generales. La “derecha”, por así decirlo, fue el espacio ausente en el último proceso electoral.
Esta situación, con Sheinbaum a la cabeza y Andrés Manuel López Obrador en las sombras, remite a la victoria de Cristina Fernández de Kirchner en 2011, cuando fue reelecta con el 54% de los votos. En aquella oportunidad, sus rivales obtuvieron un apoyo minúsculo que puso en evidencia a una oposición acéfala y completamente despedazada. Entre los contrincantes estaban el socialista Hermes Binner, Ricardo Alfonsín —quien posteriormente se convirtió en militante K y embajador de Alberto Fernández en España— y Eduardo Duhalde, responsable máximo de que el kirchnerismo llegara al poder en 2003 en Argentina.
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Muchas analogías se desprenden de ambos procesos electorales: una izquierda que se convierte en hegemónica y una ausencia de representación de un votante conservador, que no tuvo opción para apoyar en las urnas, aunque sea para perder con dignidad y conseguir algunas bancas en el Congreso que sirvan de contrapeso.
El desastre de CFK tuvo que ver, justamente, con este panorama de control hegemónico y de mayoría en ambas cámaras. Hasta hoy, Argentina paga las consecuencias de las estatizaciones, nacionalizaciones y demás desastres que se hicieron producto de esta concentración del poder. Uno de los responsables de que aquel proceso haya tenido semejantes características fue Mauricio Macri, quien decidió ir por la reelección en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en lugar de perder la nacional, pero pudiendo reducir un poco el abultado resultado y ofreciendo una oposición a futuro.
Si miramos lo que sucedió ayer en México, es evidente que los jugadores que podrían haber hecho una apuesta a una oposición más dura, consideraron que era perder el tiempo y el dinero. El resultado estaba “cantado” y Sheinbaum se iba a convertir en la próxima mandataria. Claro que, aunque la presidencia no estaba en disputa, esta apatía en la inversión opositora no es neutra. Hoy, la representante del oficialismo llega con un poder importante: asumirá con más diputados y gobernadores que los que tuvo AMLO al llegar al poder.
Hay que reconocer que la izquierda siempre fue más “trabajadora” en este sentido. En Brasil, Lula Da Silva compitió desde hace muchos años por la presidencia, hasta que tuvo su oportunidad. Lo mismo había hecho el actual presidente mexicano, cuando todavía no le daban los votos. Parece que, del otro lado, si no se juega para ganar se abandona la partida. Como vimos con el 54 % del kirchnerismo en la Argentina de 2011, esto es un disparo en el pie.
Puede que las restricciones de Sheinbaum, al no ser externas, sean internas. Ella misma aseguró que su presidencia será una “continuidad” de lo que viene sucediendo, evidenciando que AMLO sigue (al menos por ahora) como un hombre fuerte dentro del poder político.
También, hay que reconocer que el futuro expresidente, a pesar de la desacertada política internacional, los ineludibles casos de corrupción y nepotismo del populismo y la pérdida de la oportunidad de avanzar en una buena senda, siempre eligió el pragmatismo y no el suicidio castrochavista. Aunque la platea conservadora mexicana considere esto poca cosa, los que sufrimos el populismo ortodoxo sabemos que siempre puede haber algo peor.
La pregunta ahora es qué podemos esperar de esta nueva versión de Morena, con una Sheinbaum más poderosa que su antecesor. Todo parece indicar que, nada bueno ni superador. Si se llega a mantener todo más o menos estable, puede que sea una buena noticia para los mexicanos. Habrá que ver cómo se comporta la mandataria con el poder en sus manos y ante un nuevo contexto internacional, el cual podría tener a Donald Trump como vecino poderoso dentro de muy poco.
Por lo pronto, lo único que se puede decir con certeza es que el panorama hubiera sido más alentador, de contar con una oposición que proponga algo distinto. No la hubo en las urnas, por lo que ahora habrá que construirla desde cero. En este sentido, de haber existido un candidato alternativo que haya muerto con las botas puestas, expresando algo distinto, hoy Sheinbaum ya tendría alguna competencia externa que por ahora no tiene.
La construcción política requiere siempre tener una representación, más allá de lo coyuntural de los resultados. La izquierda lo entendió muy bien. Del otro lado, todavía no tanto.