Cuando la izquierda encuentra en la realidad la refutación empírica de sus premisas trasnochadas, siempre sale a buscar una hipótesis ad hoc que “salve” el equivocado marco teórico. Lejos de las cuestiones que tienen que ver con las ciencias duras y la economía, uno de los casos más usuales es la problemática que tienen los intérpretes y defensores de los humildes cuando ellos no se comportan como los socialistas quieren. Ante un proletario que no se adapta al perfil del explotado revolucionario, el progresismo se pone incómodo y ataca al elemento díscolo con artillería pesada, con más resentimiento incluso que ante la “clase capitalista explotadora”. Lo acusa de “desclazado” y de “falta de conciencia social”. Una especie de traidor que merece el peor de los escarmientos.
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Para ejemplificar este fenómeno, la revista de izquierda Sudestada mencionó el caso de la histórica madre de Quico en El Chavo del Ocho: Doña Florinda. La publicación socialistoide incluso aseguró que se trata de un “síndrome”, aclarando que también existen los masculinos en la versión de “Don Florindo”. Es decir, todos los pobres que se creen de una clase a la que no pertenecen. “Son las personas pobres que odian o desprecian a sus pares. Es decir, a sus vecinos o a gente de su clase social. No son de clase media, son pobres”, señala el insólito artículo.
“Como detestaba a sus vecinos, Doña Florinda andaba siempre enojada. Con una mueca en el rostro, como oliendo caca. Sólo sonreía cuando aparecía el profesor Jirafales, con un humilde ramo de rosas. El maestro Longaniza también era pobre, cobraba el salario mensual de un profesor de la educación pública”, interpreta el progresismo al clásico Chavo del Ocho. Aunque uno está acostumbrado a leer estupideces de la izquierda, la interpretación marxista de Chespirito puede ser demasiado. Incluso para los estándares delirantes del progresismo latinoamericano.