No tendrían que haber arruinado la idea de esta manera. La historia era contable, potencialmente interesante y la producción cuenta (en general) con muy buenas actuaciones como la de Diego Peretti. Además, la serie está muy bien hecha. Pero terminaron por convertirla en algo inmirable. Insufrible. El reino 2 es un cúmulo perfecto de todos los clichés juntos de la izquierda —todos juntos— volcados en un guion y repartidos en seis capítulos de menos de una hora.
La primera temporada cierra con el acceso al poder de un pastor evangélico, que termina siendo el candidato a presidente luego que asesinaran a su compañero de fórmula que iba a encabezar el binomio. Hasta ahí la historia contaba con potencial y permitía explorar aspectos interesantes de varios fenómenos, como los procesos políticos de laboratorio, la influencia de la religión en los asuntos públicos y los vericuetos de la política argentina. Sin embargo, a pesar que podría haber sido distinto, la segunda temporada de El reino se convierte en tragicómica, por la desopilante bajada de línea progresista.
Si uno tiene que comentar todos los lugares comunes de esta secuela lo cierto es que es complicado hasta encontrar por donde empezar. Seguramente hasta me olvide de varios, ya que, para recordarlos todos, habría que ir tomando nota mientras transcurren las escenas y los capítulos del El reino 2.
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Como no podía ser de otra manera, según la serie de Netflix, en Argentina el presidente es hasta decorativo. ¿Quién maneja los hilos del poder real? Estados Unidos. Claro. Joaquín Furriel, en un personaje muy logrado, que muestra que el actor tiene más para ofrecer que su rol de galancito por el que hiperventilan sus seguidoras, representa una especie de agente infiltrado del norte de una agencia que podría ser la CIA o similar. Él es quien tiene en sus manos a los que formalmente ocupan el Poder Ejecutivo, que no son más que títeres de los que realmente ostentan el poder.
A la hora de nombrar a los espacios políticos que respaldan al pastor en su llegada a la presidencia, aparece, sin ninguna necesidad, la mención del grupo de los “libertarios”. Quien crea que este detalle es casual, en un año electoral y con el esquema actual del mapa político argentino, que lo piense dos veces. Pero como si esto fuera poco, el gobierno religioso que finalmente apunta a un autogolpe para volverse una dictadura con la suma del poder público, en reiteradas oportunidades hace mención a la “propiedad privada” como un valor no discutible y a defender. La asociación de este derecho constitucional, en el que se basa ni más ni menos la civilización, es permanentemente (y burdamente) asociado a “los malos”.
Claro que a los malvados se los contrasta con “los buenos”. Buscando la empatía del público en los seguidores del personaje de Tadeo, con cuestiones fuertes como el abuso sexual de menores, se busca el antagonismo de la derecha imaginaria que vive en la cabeza del kirchnerismo con una construcción ideal e idealista. Hasta se blanquea a los piqueteros que cortan las calles y las rutas, como si fueran verdaderos comprometidos con la cuestión social y las necesidades de los que menos tienen. En el bando de los buenos están los humildes, apoyados por una diputada de izquierda que lucha contra la corporación política.
Pero, como si todo esto fuera poco, la distorsión de la realidad no se limita a lo que el progresismo señala como “la ultraderecha” en la actualidad. La historia se torna tan burda que hasta se dedican a darle de comer al relato izquierdista sobre los setenta. Cuando el presidente evangélico decide redoblar la apuesta, fomenta un grupo de tareas formado por gente vinculada a las fuerzas de seguridad. De la mano de “los pretorianos”, el revival del terrorismo de Estado se dedica a hacer lo que la izquierda dice que hicieron los militares en la época de Videla.
Matan homosexuales por degenerados, ejecutan sindicalistas y hasta tiran por la ventana a una abogada feminista, por defender a mujeres que abortaron. En una subestimación total del público, por si alguien no recibió el mensaje, hasta vinculan explícitamente a las agrupaciones subversivas al bando de los buenos. Sí, todo esto en seis capítulos de menos de una hora. ¿Cómo se lograalgo así? Con una historia muy tirada de los pelos, que a veces invita hasta la carcajada.
Resumiendo, la bajada de línea de El reino 2 es realmente una pena. Se trata de una historia que podría haber sido interesante, con una producción muy digna y grandes actuaciones. Desafortunadamente, eligieron el burdo panfleto político como contexto.