Alberto Fernández no puede mostrarse sorprendido. En su época de crítico de Cristina Kirchner (desde que renunció a la jefatura de gabinete hasta la conformación del fallido Frente de Todos), el presidente dejaba muy en claro que no tenía ningún problema conceptual en materia económica, a diferencia de otros cuadros del kirchnerismo. Hacía énfasis en el déficit fiscal, en la emisión monetaria descontrolada e incluso chicaneaba a CFK diciéndole que, en vez de mandar a la militancia a controlar los precios, los lleve al Banco Central que era donde estaba el verdadero problema.
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Por esos días le daba la razón a Javier Milei (al que ahora acusa de fascista neoliberal) y se paseaba por los canales de televisión explicando muy claramente los problemas conceptuales del kirchnerismo y el macrismo. Su actitud desorientaba a muchos, ya que, como se dijo en las redes sociales por esa época, “parecía Milton Friedman”. Sin embargo, desde que Kirchner le ofreció la candidatura presidencial en 2019, Alberto Fernández sucumbió ante el peor de los oscurantismos económicos.
Bajo su gestión, la secretaría de Comercio clausuró y multó a varios supermercados por no cumplir los “precios” establecidos por el Estado y, a pesar de sus cuestionamientos previos, volvió a incurrir en el delirio fascista de mandar a los “controladores de precios” a las góndolas. En esta oportunidad, hasta utilizó al sindicato de Camioneros para la nefasta tarea.
Mientras el Estado argentino seguía creciendo y el banco central imprimía a toda máquina, hace un año el presidente hizo un anuncio. En el marco de la invasión a Ucrania, y luego del papelón reciente de haberle dicho a Vladímir Putin que deseaba que Argentina sea “la puerta de entrada” de Rusia en la región, Fernández hizo un anuncio condenado al fracaso. Dijo que su gobierno también le iba a declarar “la guerra a la inflación”. Claro que para que un anuncio semejante tenga un sentido, el presidente debió lanzarlo junto a un radical programa de reformas. Pero no. Alberto hizo el anuncio bélico y se limitó a seguir imprimiendo billetes y a mandar a los sindicalistas y a los burócratas a amenazar a los supermercados que suban los precios.
El resultado de la guerra no fue otro que el esperado. Con el 6,6 % que acaba de confirmarse para el mes de febrero, Argentina tuvo un acumulado anual del 102,5 % de inflación. Además de los asalariados y jubilados caídos en combate, puede que la principal víctima de esta guerra sea el mismo Alberto Fernández, que hasta hoy insistía con una candidatura para buscar su reelección. Pero, como era de esperar, la realidad lo llevó puesto y hoy es un muerto político que transita su último año en extensa agonía. Al menos dejó para la historia un nuevo fracaso en materia de controles de precios, confirmando, una vez más, que la inflación es, todo el tiempo y en todo lugar, un fenómeno monetario. ¿Habrá aprendido Argentina?