Cuando Sergio Massa se hizo cargo del Ministerio de Economía, Argentina se hacía una vez más la vieja pregunta: ¿Aprovechará esta oportunidad el peronismo para abandonar el desastroso sistema dirigista, inflacionario, de control de precios, cepo cambiario y distorsión económica? En aquella oportunidad, el misterio se develó muy rápido. En su primera conferencia de prensa, el flamante ministro evidenció que no habría nada nuevo bajo el sol. Así, se dedicó a emparchar permanentemente un sistema absolutamente roto, para llegar a la última novedad, que no es más que otro manotazo de ahogado: el “dólar Malbec”.
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“Entendiendo que el problema de la pérdida de competitividad por las dificultades que representaron la helada, el granizo y también por nuestros problemas macroeconómicos, nos han hecho perder mercados”, señaló Massa ante los productores del sector vitivinícolas en la celebración de la vendimia 2023. Haciendo referencia al “dólar soja” y su supuesto “éxito”, el alto funcionario anticipó que ofrecerá un nuevo tipo de cambio preferencial al sector para hacer rentables sus exportaciones.
“El año pasado, en la decisión de recuperar mercados y consolidar reservas, intentamos poner en marcha para un sector un programa de fortalecimiento exportador. A partir del primero de abril vamos a implementarlo en todas las economías regionales, arrancando por la vitivinicultura, para que puedan recuperar mercados y tengan oportunidad de recuperarse frente a la pérdida que representó el granizo y la helada”, dijo en la presentación de lo que los medios argentinos ya denominaron como el “dólar Malbec”.
Pero ¿de qué se trató el “programa de fortalecimiento exportador” (dólar soja) al que hace referencia Massa? Simplemente, con un dólar oficial que andaba por debajo de los 200 pesos y un paralelo que prácticamente lo duplicaba, el Estado argentino mejoró el tipo de cambio al sector sojero para incrementar las reservas, producto de las exportaciones incentivadas. Cabe destacar que el Estado argentino no permite que los exportadores se hagan de las divisas de sus productos. Se las queda y les da pesos devaluados al tipo de cambio que ellos deciden.
Hay que reconocer que los productores vitivinícolas venían ya solicitando hace tiempo el dólar para el sector, tal cual se les ofreció a otras actividades de la economía. Al fin de cuentas, no es responsabilidad de ellos solucionar los problemas macroeconómicos del país, sino poder seguir ejerciendo su negocio. Finalmente, Sergio Massa escuchó los reclamos y decidió avanzar en este sentido, lo que no significa ninguna solución para la economía argentina. Se trata de un parche más, para un sistema roto, que sigue sumando remaches. Aunque se presente como un alivio para el sector, lo cierto es que se trata de un nuevo paso en la dirección incorrecta en términos generales.
Como suele ocurrir con las medidas intervencionistas, su implementación no tendrá el mismo impacto en todos los productores. Es evidente que los que tengan capacidad exportadora podrán hacer una diferencia en comparación con pequeños productores que trabajan exclusivamente para el mercado local. Además de no contar con el recurso extraordinario del “dólar Malbec”, estos terminarían perjudicados al enfrentar una competencia subsidiada con precios preferenciales en comparación con la situación que vivirán los productores para el mercado.
En lugar del “dólar Malbec”, los productores vitivinícolas se verían mucho más favorecidos con un cambio general en las reglas de juego: oportunidades para vender sus productos al mundo y dejarles que se queden con el dinero de lo que pueden exportar, sin pasar por la mano “pesificadora” de un Estado abusivo. Sin embargo, el kirchnerismo sigue apostando por una Argentina cerrada al mundo, continúa devaluando su moneda y, cuando los sectores están a punto de quebrar por completo, les ofrece las muletas (luego de haberles quebrado las piernas).
Antes de finalizar su presentación, Massa dejó claro que nada es gratis. A cambio del “dólar exportador”, ya evidenció que el Estado pedirá precios más accesibles para el mercado local:
“Debemos cuidar la competitividad exportadora, pero también la capacidad para que los precios nuevos lleguen a todos los productores, para que la medida no sea de unos pocos. También tenemos el desafío, entre todos, de que esté garantizado el buen precio en el mercado interno. Si el vino es de los argentinos, además de sostener los mercados exportadores, tenemos que cuidar los precios en la mesa de los argentinos”.
El capricho del “desacople” de los precios nacionales a lo que ocurre en la economía internacional (que tiene a Cuba como uno de sus clásicos ejemplos históricos) confirma algo desalentador. Aunque los argentinos puedan pagar por el vino en las góndolas del supermercado (mientras los productores hacen la ganancia en la exportación), la ciudadanía seguirá portando una moneda sin valor, por lo que el país seguirá su rumbo ineludible a la pobreza absoluta.