El autor y periodista Marcelo Gioffré fue víctima de una salvaje carnicería del kirchnerismo durante el fin de semana. Hasta la vocera presidencial, Gabriela Cerruti, fue parte del escarmiento tuitero donde se calificó al escritor hasta de “nazi”. Aunque el detonante fue el artículo “La discordia histórica entre la clase media y la patria choriplanera”, lo que el oficialismo atacó fue la ilustración de la nota, que ni siquiera es de autoría del redactor de la pieza. Sin embargo, el debate abrió una válida discusión sobre la existencia de dos supuestas “clases sociales” enfrentadas en Argentina.
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Si uno va al texto publicado en La Nación, se va a dar cuenta de que Gioffré hace referencia a un texto de un autor (más vinculado al peronismo que al “gorilismo”), sobre la época de los “cabecitas negras”. Esa era la forma peyorativa con la que a mediados del siglo pasado se denominaba a la migración interna que llegaba a Buenos Aires durante el primer peronismo. La columna recuerda “asépticamente” un momento histórico. No hay opinión, sino descripción objetiva de una parte de la historia argentina. Hacia el final, Gioffré hace referencia a los enfrentamientos fomentados por el kirchnerismo y se pregunta si nuestro país puede tener un destino común, sin estas dicotomías históricas.
Pero la ilustración del talentoso Alfredo Sábat (la de un maniquí blanco con un sushi y uno más oscuro con un choripán) fue lo que desató la tormenta que se le adjudicó al responsable del texto. Aunque Gioffré dijo que la imagen “se presta a cierta confusión”, lo cierto es que ilustra algo bastante representativo en el imaginario argentino. Si bien puede existir ese segmento acomodado, ilustrado con el sushi, lo cierto es que el fenómeno “choriplanero” merece ser analizado también sin prejuicios ni complejos.
Aunque el rótulo de los “cabecitas negras” en los cuarenta y los cincuenta lo inventaron los ámbitos “antiperonistas”, Perón y sus discípulos fueron los que lo terminaron explotando a su favor. El fundador del Partido Justicialista sí era un morocho (moreno) de raíces humildes; sin embargo, el peronismo que lo sucedió fue más amplio y diverso, pero con un fuerte denominador común: la utilización del humilde en su propio beneficio.
La referencia de Gioffré a la patria choriplanera está vinculada a un universo amplio. No se trata del “morocho humilde” señalado por algún prejuicio “racista”. En cambio, sí el kirchnerismo hace uso de esa construcción, para recurrir a la falacia del hombre de paja. Inventa un antiperonista racista prejuicioso, para ponerse ellos en el lugar de los defensores de las víctimas discriminadas por su condición social. La utilización de esto es total y muy impune. Solamente basta con recordar a Milagro Sala, que asegura que es perseguida por ser “negra y coya” (mientras que es una peligrosa delincuente condenada). Hasta CFK, de gustos extravagantes y carteras que cuestan fortunas, se reivindica públicamente como “peruca” (término compatible con los “cabecitas negras” peronistas), cayendo inevitablemente en el más profundo de los ridículos.
Mientras la pobreza avanza, cada vez más argentinos comprenden que la solución no es el populismo redistribuidor del circo bizarro que pretende mostrarse como “nacional y popular”. En la realidad se trata de la más impune oligarquía. En los próximos comicios electorales, el oficialismo sufrirá esta lección de la peor manera. Seguramente, como cada vez que pierde en las urnas, arremeterá contra aquellos pobres que pasarán de ser benditos a ignorantes engañados por “la derecha”.
Dejando de lado la antipática denominación de “clases sociales”, como bien recomienda usualmente Alberto Benegas Lynch (h), sí debemos reconocer la existencia de dos argentinas en la actualidad. A diferencia de lo que pretende plantear el kirchnerismo de los “blancos acomodados” y los “negros humildes” a los que ellos supuestamente representan, los espacios son absolutamente transversales en materia de ingresos, patrimonio, posición social y, lógicamente, color de piel.
De un lado están los que viven del esfuerzo y su trabajo. Los hay en el mundo empresarial, en el comercio y en los segmentos más humildes. Personas que quieren progresar por sus propios medios para tener un buen porvenir, lejos de las migajas del Estado. Pero también está el mundo prebendario. ¿Hay en él personas de tez oscura, desinteresadas en trabajar y conformadas con planes sociales que votan al kirchnerismo? Claro que sí. Pero también están los “empresarios” de doble apellido, multimillonarios, rubios pero de color tostado (de vacacionar en las playas más exclusivas del mundo) que también parasitan al Estado (en realidad a la sociedad en su conjunto). Son los falsos “hombres de negocios” que son de orientación política “oficialista” sin importar el partido del gobierno de turno. Los esquivos de la competencia internacional, que someten a la mayoría de los argentinos (que no viajan a Miami y a Europa como ellos) a comprar malos productos a precios altos.
Estos son los dos espacios verdaderamente antagónicos que dirimirán el futuro del país. Los que dependen del fruto de su trabajo y los que viven de los demás.
Pero para que la estafa populista caiga en las urnas, lo que hay que desarticular es el segmento engañado de lo que sería “la clase media kirchnerista”. Claro que los que viven en condiciones precarias de los planes sociales y sin trabajar salen “ganando” en su ecuación, lo mismo que los empresarios prebendarios que levantan fortunas por los favores del Estado. Sin embargo, existe un espacio que defiende este modelo, pero que no hace ningún negocio. Es el que se creyó la mentira de los supuestos beneficios de las tarifas subsidiadas, el control de cambios, el modelo de sustitución de importaciones y los altos impuestos, aunque se desempeña en el sector privado y paga más de lo que recibe.
Pese a que parezca irracional, estos argentinos también existen y son, en el fondo, los verdaderos convencidos del engaño. Piensan que es por el “bien común”, mientras que lo único que hacen es ser parasitados por los vagos que no quieren trabajar y por los corruptos empresarios amigos del poder que imponen sus productos en clientelas cautivas. Son los idiotas útiles que le cierran el círculo a los falsos abanderados de una falsa clase social.