Limitar el horror del nazismo a una guerra mundial y al Holocausto contra el pueblo judío es erróneo y peligroso. No porque haya que dejar en el pasado las barbaridades que sufrieron millones de inocentes desde el establecimiento de la dictadura de Adolf Hitler. Todo lo contrario. El recuerdo de lo sucedido por aquellos días nos interpelará para siempre como seres humanos. Sin embargo, también hay que tener muy presente en el debate político y académico actual y futuro, todas las características que hicieron que aquellas atrocidades puedan convertirse en realidad.
Repasamos cinco cuestiones que, lamentablemente, no están demasiado presentes a la hora de recordar la barbarie del Tercer Reich, que tienen demasiados denominadores comunes con otros procesos históricos previos y posteriores. Muchas de estas cosas, ni se perciben como debieran en la actualidad.
Los riesgos de la democracia
¿Es riesgosa la democracia? Plantear estas cuestiones lo convierten a uno en un eventual vocero de “la dictadura” como modelo. Lo paradójico es que los que censuran estos debates son los que suelen utilizar las instituciones democráticas en beneficio personal. Hay que recordar siempre que el nazismo fue ganando espacios en el Bundestag alemán mediante procesos electorales democráticos, hasta que tuvo suficiente poder como para aniquilar el sistema desde adentro.
Ser riguroso con las falencias y contradicciones del sistema democrático, en lugar de convertirnos en “antidemócratas”, lo cierto es que significa todo lo contrario. No hace falta llegar al extremo de la dictadura (y mucho menos la implementación de un genocidio) para que un gobierno con legitimidad de origen vulnere el sistema desde adentro. Argentina, con su Poder Ejecutivo arremetiendo contra el Judicial, es un ejemplo de este problema. De la misma forma, muchas de las dictaduras que hoy atentan contra millones de inocentes han tenido raíz democrática electoral. Venezuela y Rusia son las perversiones actuales de la estrategia nacional socialista en Alemania que fue robusteciéndose allá por los treinta.
El nacionalismo y el socialismo
Aunque “nazismo” sea una mala palabra (afortunadamente), en la actualidad las dos ideologías políticas que la sustentan (y cuya unión le dan paso a su formación gramatical) siguen vigentes. El socialismo, a pesar de su largo historial de fracasos en el siglo XX (y con más muertos a cuestas que el nazismo, pero que parecen no ser tan importantes por la ausencia del contenido racial o religioso), sigue vigente. Lo curioso es que, mientras crece el desencanto por los recientes fracasos del llamado “Socialismo del siglo XXI”, mucha gente por derecha cae en la falacia del nacionalismo, como si fuera una buena idea para combatir al colectivismo internacionalista.
Las estructuras socialistoides globales, que promueven las mismas agendas intervencionistas en todo el mundo, son cuestionadas desde un punto de vista equivocado. En lugar de fomentar la necesaria desfinanciación de estos organismos (que se nutren de recursos coercitivos que brindan los Estados miembros), se combate un supuesto “globalismo”, desde la necesidad del fortalecimiento de los nacionalismos.
Este grave error intelectual de muchos “conservadores”, no es más que el resultado de una exitosa prédica encubierta por parte de muchos nacionalistas. Resulta increíble que, luego del exitosísimo proceso que significó la globalización, hoy se ponga en duda su eficacia.
Parece que, de vez en cuando, en vez de resumir diciendo “nazismo”, habría que recordar su nombre completo: el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Para que a nadie se le olvide de que se trató aquella nefasta ideología sanguinaria.
La simbiosis de la esvástica como el símbolo de Estado
Asociar la cruz gamada a los gritos de Hitler, a los campos de concentración y a las cámaras de gas, es quedarse corto. Claro que la esvástica siempre estará ligada a los peores abusos en la historia, pero aquel símbolo –que todavía nos genera escalofríos- tiene mucho que enseñarnos. El símbolo del nazismo, antes de obtener el poder en Alemania, era el de un partido. Una facción que tenía, por ejemplo, a las S.S. y las S.A. como sus fuerzas de choque. El establecimiento de la dictadura hizo que el país, con sus instituciones, sucumbiera al control del Partido Nacional Socialista. La implementación de la cruz esvástica como símbolo nacional es el más claro ejemplo de la cooptación de un partido, por medio del gobierno, del Estado.
Todos los procesos populistas, como el kirchnerismo argentino, representan lo mismo que la esvástica, aunque no quieran aceptarlo. Se adueñan de las estructuras gubernamentales, las usan como bolsa de trabajo para las militancias y utilizan las organizaciones nacionales, provinciales y municipales para sus propios fines. Aunque muchos en la oposición tampoco lo acepten, el color amarillo del partido opositor PRO en la Ciudad de Buenos Aires (que paradójicamente resume “Propuesta Republicana”), aparece en las obras públicas del distrito. Esto también debería ser imputado como fascismo y debería estar tan prohibido como condenado por la opinión pública. Lo mismo ocurre con la financiación pública de la propaganda oficial. Todas reminiscencias de actitudes “nacional socialistas” que la ciudadanía, incluso los “antikirchneristas” avalan.
El bien común sobre el individuo
Otra cuestión que tristemente sigue vigente es la idea que el bien común debe estar por encima de las necesidades del individuo. La historia demostró, sobre todo en materia económica, que la interacción social beneficia a los individuos en coincidencia con su conjunto. Cuando el colectivo se beneficia (supuestamente) a costa de la persona, suele haber “gato encerrado”. Todas las barbaridades del nazismo alemán se hicieron en nombre del “pueblo”. Cuando pensemos que las ideas que reinaban aquellos días se acabaron definitivamente, recordemos a Hugo Chávez exclamar que no importa si hay hambre, frío, si falta la luz, si no hay comida o andamos desnudos, ya que lo importante es mantener viva “la revolución”.
Los controles de cambios y precios, los altos impuestos y todo el decálogo intervencionista y populista se basa en la falacia total y absoluta que el bien común debe primar por los intereses individuales. Desterrar esta idea, además de alejarnos de eventuales dictaduras en el futuro, hará un gran aporte en materia de desarrollo económico.
La providencia divina del líder
Lo que mencionamos acá es otra cuestión que, lamentablemente, sigue vigente y está presente en todo el espectro ideológico. ¿Qué quiere decir “Führer”? Conductor, jefe o líder, ideas que deberían ser erradicadas de la terminología política. Sin embargo, más allá del mesianismo presente en los extremismos como el chavismo, el castrismo o el kirchnerismo -donde existe una fe ciega e irracional en los representantes del liderazgo político- partidarios de todas las extracciones ideológicas suelen denominar como “jefes” o “líderes” a los representantes con los que simpatizan. Incluso, hay que decirlo, esto pasa tanto en la social democracia como en el liberalismo, la ideología más odiada por Adolf Hitler. Él la consideraba la más lejana y peligrosa para los intereses de su nacional socialismo. En este punto, Hitler tenía razón. Lo es.