Que no deba existir igualdad salarial entre hombres y mujeres no quiere decir que los varones, en términos generales, deban ganar más que ellas. Dicen que a una estadística se le puede presionar para que diga lo que el analista busca. Con esas premisas se utilizan cálculos rebuscados para decir que los hombres ganan más que las mujeres y que eso es una anomalía machista y patriarcal que debe ser solucionada mediante políticas activas. Sin embargo, no hace falta más que mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta que hay hombres que tienen un salario más alto que otros hombres, algo pasa también con mujeres que devengan mejores ingresos que otras, así como también mujeres que ganan más que colegas varones.
Esta necesidad de intervención gubernamental no comenzó con la cuestión de género. Hace varias décadas que la manía igualitarista volcó en muchas legislaciones la utopía de la “igual remuneración por igual tarea”. Esto que puede sonar muy justo y bonito, cuando se pasa a la realidad es evidente que es absolutamente impracticable.
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¿El 10 de Boca o River debe cobrar lo mismo que el 10 de Sacachispas? Si obligamos al club más humilde a imitar el salario de los grandes equipos lo quitamos del sistema. Y si pasamos la guillotina igualadora a los grandes, lo único que lograremos son sueldos por debajo de la mesa o migración de los jugadores a los países vecinos, como ya pasa con los megatalentos con las ligas de otros países. ¿Vamos al extremo y cerramos la frontera? El resultado es el desincentivo total y la pérdida absoluta de nivel y de competitividad. De ir en esa dirección, Argentina, reciente campeón del mundo, no clasificaría jamás para ninguna otra competencia internacional.
Esto, que para explicarlo se buscan ejemplificaciones grandilocuentes, ocurre y fracasa estrepitosamente en ámbitos importantes como el docente. Todos comprendemos que el arquero de Independiente tenga un mejor salario que el de Sportivo Italiano, pero no cuestionamos que todos los maestros de las escuelas públicas ganen lo mismo. Aunque la educación sea más importante que el fútbol.
La noticia de esta semana es que el seleccionado femenino de fútbol de Gales pasará a percibir el mismo sueldo que sus colegas varones. Antes que nada, vale destacar que, mientras los ingresos de la selección vengan de recursos privados de las ligas y no haya coercitividad gubernamental, pueden hacer lo que quieran. Es respetable y nada tenemos que objetar desde afuera. Incluso, si los jugadores de ambas formaciones tienen sus mayores ingresos en sus respectivos equipos, es hasta un ejemplo de redistribución voluntaria, absolutamente compatible con los principios liberales. El problema es cuando estas cuestiones quieren aplicarse por la fuerza en el mercado laboral.
Los salarios, para que la economía crezca y haya mejoría palpable, tienen que ser un resultado del sistema de precios. Para que los sueldos sean mayores (tanto para hombres y mujeres en todas las actividades), las tasas de capitalización de las economías deben ser mayores. Es por eso que el seleccionado femenino de Estados Unidos (que también tiene igualdad salarial con los hombres) debe tener mejores ingresos que sus pares de Bolivia. El fenómeno se extrapola a los gerentes de las empresas, los mozos de los bares y los profesionales. Cuando se interrumpe la formación de los precios con políticas dirigistas en términos económicos, las señales dejan de coordinar, generando la problemática de los clásicos desajustes de las economías socialistas centralmente planificadas.
El libre mercado fomenta las individualidades a los mejores lugares y la experiencia muestra que cuando esto ocurre, llegan a la cima hombres, mujeres, transexuales, homosexuales, judíos, católicos, ateos, negros, altos o petizos. La economía libre y sus resultados han sido los mayores demoledores de mitos y prejuicios de los ignorantes de todas las orientaciones políticas.
El hecho que los jugadores de fútbol varones ganen más que las mujeres no es culpa de ningún demonio imaginario como el machismo heteropatriarcal. Se trata del resultado de la preferencia de una gran mayoría. Es decir, la democracia más pura y virtuosa, ya que no obliga a los que eligen otras cosas a pagar por las consecuencias. Quien no mira fútbol y no le interesa no sufre ninguna consecuencia. Sin embargo, cuando se impone en un proceso democrático un demagogo igualitarista, las consecuencias la pagan todos los electores. Sobre todo, los que votaron en contra.
Mientras que más personas, hombres y mujeres, miren más fútbol masculino que femenino, el dinero de las transmisiones televisivas, las ventas de entrada y los aportes de los sponsors (entre otros factores) harán que los futbolistas varones ganen más. El capitalismo, tan amoral como eficiente, el día que perciba que hay más interesados e interesadas en el fútbol femenino, pondrá en funcionamiento los engranajes para que los sueldos mejoren. Y si el público lo desea, serán incluso más altos que los de sus pares hombres.
Cuando los precios son libres y la economía se mueve con los parámetros del mercado, son las mismas personas las que asignan las distintas valoraciones. Culpar a las entelequias en pos de un feminismo mal entendido, lo único que hace es generar malas políticas públicas que fomentan peores salarios para todos.