“No quiero crear falsas expectativas. Es el primer paso de un largo camino”, aseguró el ministro de Economía del kirchnerismo, Sergio Massa, luego de una publicación del Financial Times que hacía referencia al “Sur”: una supuesta moneda común que tendría como primeros protagonistas a Brasil y Argentina. La propuesta tendría una invitación abierta a los países de la región que pretendan sumarse a la aventura, tratando de emular una especie de euro sudamericano.
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La idea viene apareciendo en los medios de comunicación tímidamente desde finales del año pasado. En primera instancia se habló sobre una divisa limitada al comercio bilateral entre ambas naciones, absolutamente ajena a los ciudadanos de a pie. Luego se comenzó a hacer referencia a otro proyecto más ambicioso: agregarle a esa primera finalidad una libre circulación entre dos socios, para que el “sur” se mueva libremente junto al peso y al real.
Aquí es donde comienzan a aparecer las dudas. ¿Cómo van a dejar flotar libremente una moneda en un país donde existe un rígido control de cambios, producto del repudio absoluto a la moneda nacional? Cabe destacar que, en las zonas fronterizas con Uruguay, los argentinos ahorran en pesos uruguayos, en las cercanías de Brasil lo hacen con reales y lo mismo ocurre por la zona limítrofe con Paraguay, donde el guaraní es mucho más valorado que el peso.
Lo cierto es que, aunque esté todo en la nada y todavía no haya nada concreto, podemos sacar algunas conclusiones: la primera es que el motivo por el cual se implementaría, sea la iniciativa que sea, es mentira. Massa y su equipo hacen referencia a la búsqueda de un incremento en el comercio bilateral, pero lo cierto es que (probablemente por la actitud proclive al kirchnerismo) ni siquiera el Mercosur vigente sirvió en este sentido. Cuando uno visita el territorio que pertenece a la Unión Europea encuentra en un supermercado alemán un vino español al mismo precio que en Madrid o Barcelona. Sin embargo, Argentina y Brasil ya han tenido ríspidos debates en materia de importación y exportación hasta por electrodomésticos y juguetes infantiles. Incluso durante gobiernos de signos políticos afines.
Si el Mercosur, que solamente sirvió para el movimiento de los ciudadanos entre los miembros asociados, fracasó estrepitosamente a lo interno y en el frente externo, vender la profundización de algo inexistente es, al menos, dudoso. Massa dice que es momento de avanzar en la relación con una moneda común, mientras que sus coterráneos vuelven de Uruguay con yerba Canarias en la valija (fabricada en Brasil), porque en su país sale muy cara. No se comprende en lo más mínimo. La exitosa experiencia europea fue un vínculo entre las naciones que fue creciendo de menos a más. Aquí no hay bases, pero se hace un anuncio rimbombante que genera más dudas que certezas.
En el caso que el “sur” tenga como finalidad exclusiva el comercio bilateral, como se dijo inicialmente, lo cierto es que Argentina tiene que solucionar cuestiones básicas primero. Ni siquiera me refiero al estatismo desmesurado que genera una emisión monetaria inflacionaria que ha destruido al peso, como a todas sus monedas antecesoras. Hablo del pensamiento colbertista y mercantilista de hace más de 400 años vigente, que considera que las exportaciones son buenas y las importaciones nocivas. No hace falta más que repasar las redes sociales del embajador del kirchnerismo en Brasil, Daniel Scioli, que suele festejar las exportaciones que realiza nuestro país en su destino, sin mencionar la llegada de productos brasileños.
La historia demostró que, cuando las economías son sanas y no hay ingresos artificiales de divisas, no se puede importar más de lo que se produce (como una persona no puede adquirir bienes si no trabaja para conseguir dinero). También dejó en evidencia que no hay enriquecimiento con el incremento de exportaciones y la limitación de importaciones, sino a través de la multiplicación del comercio. Es decir, exportando más e importando también más. Sin embargo, la burocracia argentina parece que vive en la Francia de Luis XIV.
En el hipotético caso que las necesidades electorales kirchneristas decidan priorizar un lanzamiento de moneda común por encima de las exigencias de los tradicionales aliados empresarios prebendarios proteccionistas, para que conviva y flote junto al real y al peso, también afloran los problemas. En la economía doméstica, donde la gente ya ahorra hasta en latas de conservas, botellas de vino y alimentos para el freezer, es lógico que el nuevo sur (o lo que sea) generará más aceptación que en el territorio vecino. El real se ha desempeñado mejor que el peso, que lo cierto es que los brasileños (que hasta ahora ni se desesperan por el dólar) no tendrían demasiado interés en la moneda compartida con el socio decadente. Es claro que en el comercio internacional entre ambas partes no hay pesos de por medio. Si los empresarios de Brasil siguen pretendiendo divisas internacionales en lugar del “sur”, ¿Lula piensa obligarlos a comerciar con la nueva moneda? Este escenario no puede arrojar otro resultado que no sea el desastre, sobre todo para la Argentina, ya que sería dejada de lado para comerciar con otros potenciales clientes que puedan pagar con algo distinto.
Finalmente, si la intención de Lula y Alberto Fernández es la creación de una moneda que reemplace a las dos vigentes, lo cierto es que esto sería una pésima noticia para Brasil. Solamente alcanza como adelanto lo que el presidente argentino le dijo a un medio del territorio vecino hace tan solo unas horas: que acá hay inflación autoconstruida, psicológica, que opera desde la mente de las personas. Para el binomio de Cristina Fernández, que hace unos años hablaba como Milton Friedman, parece que la depreciación de la moneda que emite el Banco Central se la debe combatir con los sindicatos “controlando precios” en los supermercados, pero también en el diván del psicólogo. Si el gigante suramericano desea atar su destino a semejante mamarracho, el futuro no parece nada prometedor para que hasta ahora es la economía más importante de América Latina.