Finalmente, la inflación de 2022 en Argentina arrojó un acumulado de 94,8 %, ubicándose como la cuarta peor del mundo. Aunque suene increíble, el gobierno no lo anunció como un fracaso total. Hace varios meses que Sergio Massa y compañía se habían puesto como meta terminar en un número menor a las tres cifras, aunque el presupuesto en marzo decía una cosa muy diferente. Mientras persiste el desastre económico, las autoridades insisten en una insólita teoría: que este es un problema colectivo que lo tienen que solucionar “todos los argentinos”. Es decir, se ponen a la par de los ciudadanos de a pie que deben recibir y utilizar sus billetes devaluados. Entonces, ¿qué tendríamos que hacer para terminar con la inflación?
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Aunque parezca una locura, si queremos hacer una lectura proactiva de la recomendación oficial, podemos desarrollarla. Hay algo que la ciudadanía puede hacer en el marco del “combate” contra la inflación. Eso es, dejar de creer todas las engaños que señala el gobierno, que no hace mención a los únicos problemas estructurales relacionados con el drama inflacionario: el estatismo, el déficit fiscal y la emisión monetaria como recurso.
Si el electorado le da la espalda a las teorías descabelladas de “guerra contra la inflación”, de los “Precios cuidados” o los “Precios justos”, podría haber un verdadero llamado de atención para los demagogos de turno que siguen explotando a las personas mediante lo que no es otra cosa que un proceso de falsificación monetaria en pos de sus propios objetivos.
Si algo termina de explicar la decadencia total Argentina es la presencia de ciudadanos con sus aplicaciones, discutiendo en los supermercados en búsqueda de los “Precios justos” como si todo el proceso económico se tratara de algo que se puede solucionar de la noche a la mañana con una “justa” intervención gubernamental.
SE DUPLICARON LOS PRECIOS EN TAN SOLO UN AÑO. LA INFLACIÓN MÁS ALTA DESDE 1991. GESTIÓN ALBERTO FERNÁNDEZ, CRISTINA KIRCHNER Y SERGIO MASSA pic.twitter.com/Xo23XbcQDS
— El Pelado de A24 (@trebuceroA24) January 12, 2023
Los precios no son justos o injustos, sino que realmente vienen a darse como el resultado de un sistema de incentivos y señales que, en un marco de libre competencia, coordinan las necesidades del público con las iniciativas empresariales. Cuando el proceso se desarrolla libremente, las góndolas se llenan de productos y los precios son estables e incluso tienden a la baja. Cuando el burócrata (que es el responsable de la depreciación monetaria inflacionaria en primer lugar) regula los precios, éstos ya dejan de ser precios y pasan a ser resoluciones administrativas. Y si los precios libres garantizan productos a precios accesibles, la intervención de los mismos, generan la destrucción del sistema y la escasez. El que tenga alguna duda sobre esta cuestión básica, puede corroborarlo en los supermercados, cada vez que encuentre el segmento de un producto a “Precio justo” vacío, mientras que el de al lado (lógicamente más caro) suele estar a disposición.
Para lo único que sirvió el sistema de “Precios justos” es para que a Sergio Massa le haya dado un número levemente menor al 100 % en materia de inflación. Algo bastante caro si tenemos en cuenta las multas, las clausuras y el aporte a la confusión que generan todos estos programas contraproducentes.
Ahora, ¿qué debería hacer el gobierno para terminar con la inflación? Para empezar, poseer credibilidad antes de iniciar un proceso de reformas, por lo que la actual administración no está en condiciones de hacerlo. El Frente de Todos no puede tener un objetivo que no sea entregar el poder antes que vuele todo por los aires.
En el caso que el desastre actual sea sucedido por una administración que desee terminar con la inflación, lo primero que debe hacer es hablarle con honestidad a la ciudadanía y reconocer el problema en toda su magnitud desde el día uno, no como hizo Mauricio Macri en 2015. Luego deberá darse a la tarea de adecuar los gastos del Estado a una dimensión lógica, que no necesite recurrir ni a la emisión ni a la deuda. Los grandes responsables de todas las crisis nacionales, pero que no son más que los síntomas del problema anterior.
Luego de solucionar el problema de los pasivos del Banco Central, deberá tener lugar una reforma monetaria ambiciosa. Argentina ya aprendió las dos lecciones de la convertibilidad de los noventa: evitar la emisión puede terminar con la inflación, pero si no se soluciona el problema del déficit, la tentación será romper la regla monetaria de la caja de conversión para volver a las andanzas de la “maquinita”.
Dado que el peso convertible se terminó con una simple votación parlamentaria, avanzar hacia la dolarización con cierre del Banco Central parece lo más óptimo. Claro que no se trata de una solución ideal o perfecta, pero en materia de instituciones humanas y políticas, las utopías no existen. Como ocurrió en Ecuador, si la ciudadanía cuenta con una moneda cuyos gobernantes no puedan devaluar, no hay chances que se retorne al modelo anterior. Y para un país de los antecedentes argentinos, la imposibilidad de emitir puede llegar a funcionar como un corset para la clase política y una señal para sus eventuales acreedores.