En un país quebrado por los enfrentamientos internos, el seleccionado de Lionel Scaloni pudo unir a todo el territorio nacional bajo los colores de la celeste y blanca. Sin embargo, como si fuera una maldición, la grieta se trasladó al exterior. Mientras varios países alentaron por Messi y compañía, otros tantos se dedicaron en su mayoría a desearle el traspié a la albiceleste. Con los madrileños antimessi a la cabeza, y muchos chilenos contreras en la región, el mundial de Catar tuvo también un fuerte sentimiento antiargentino. Pero si de energía se trata, los 166 millones de habitantes de Bangladesh inclinaron la balanza y Argentina gritó campeón.
El equipo fue de menos a más y, mientras pasaban las fechas y se acumulaban las victorias y las clasificaciones, cada vez más se reparaba en una profecía. La del francés que pudo vencer a la Argentina. No…Mbappé no. Hervé Renard, el técnico de Arabia Saudita que dijo que al rival que le acababan de ganar iba a salir campeón del mundo. Así fue. Con sufrimiento. Parece que, si de algo vinculado a la Argentina se trata, si no es con sufrimiento no vale.
La final contra Francia pudo haber sido el partido más sufrido de la historia del fútbol mundial. En los 90 dominó casi todo Argentina, que a 10 del final estaba 2 a 0 (Messi y Di María). En pocos segundos, el seleccionado que por algo era hasta hoy el campeón del mundo, y que cuenta con un asesino en potencia como Mbappé, empató un partido que parecía liquidado con dos tantos de su estrella. El alargue también fue para el infarto. Aunque Messi consiguió una nueva ventaja en el segundo suplementario, Mbappé volvió a conseguir la igualdad antes del final y casi lo gana en la última del partido.
Desde los 12 pasos apareció otra vez Dibu Martínez y Argentina se impuso en los penales 4 a 2. En otro trofeo muy merecido, el arquero de la celeste y blanca se llevó el premio al mejor guardameta del torneo.
Se terminó el sufrimiento y comienzan los festejos. Merecidos. Muy merecidos. ¡Argentina campeón!