Los espías de la extinta Unión Soviética, que desertaban y se instalaban en los Estados Unidos, eran escépticos sobre una cuestión que entusiasmaba a los norteamericanos. Aunque los comunicadores estadounidenses les daban los espacios masivos para que cuenten las calamidades de la experimentación real del llamado “socialismo científico”, los desertores aseguraban que no serviría demasiado para abrirles los ojos a los simpatizantes del colectivismo en suelo capitalista y democrático. Consideraban que ya estaban formateados y que, de exponerlos ante evidencia incontestable, igualmente justificarían lo injustificable. Como si se tratara de una programación del disco rígido.
Algo de esto es cierto. Todos venimos con vivencias y concepciones que marcan nuestro paradigma permanentemente, a la hora de analizar los fenómenos de la vida coyuntural. Estas experiencias, que forman preconceptos y dirigen conclusiones, pueden estar orientadas hacia análisis acertados o viciados. Lo que es un hecho es que nuestras circunstancias forman parte de lo que somos y, aunque no nos determinan, influyen y nos afectan.
Jorge Lanata, que reconoció en su programa que no le entusiasma el fútbol y que lo considera una manifestación “cínica del sistema”, tiene claro el momento de su vida en que su construcción epistemológica lo llevó a esta conclusión concreta de la adultez. De niño, supo que su abuela analfabeta llegó al país con un libro de la iglesia, que daba consejos nefastos para los jóvenes para que vivan su vida acorde a los intereses de la curia. Por lo tanto, en su más temprana edad, comprendió bien que existen estructuras que operaban en las mentes de los más vulnerables, ejerciendo control desde la culpa y el temor.
Claro que esta fuerte vivencia por ahora no tiene una interpretación ideológica hacia una orientación particular. Es simplemente la fortaleza intelectual y el individualismo de un niño, que puede percibir las injusticias y rebelarse ante las mismas. Sin embargo, su interpretación marxista comienza a desarrollarse a partir de ese momento.
Para Karl Marx la religión era una especie de opiáceo para el proletariado trabajador. Para resumirlo en breves palabras, la promesa de la vida eterna y el paraíso, el que se conseguía portándose bien en vida, distraía y alejaba a los explotados de su necesaria conciencia revolucionaria. Al pensar en la autoridad divina, respetando las autoridades religiosas terrenales, las víctimas del “sistema” (el capitalismo) no percibían su ignominia. Pasaban por la vida sirviendo a los explotadores, engañados como niños que esperaban un premio inexistente.
Lanata, que considera que el fútbol es el opio de los pobres argentinos, además analiza el fenómeno a través de la concepción de la existencia de las “clases sociales”. El periodista lamenta profundamente que los más humildes depositen su alegría y esperanza viendo a veintidós “millonarios” corriendo detrás de una pelota. El esquema a grandes rasgos es el marxista tradicional: el fútbol es el divertimento que entretiene a los humildes y los aleja de lo que deberían ser sus verdaderas preocupaciones y el “sistema” es el de los millonarios que se benefician de algo que, si bien no es “explotación”, es un engranaje “cínico”, en palabras del comunicador.
Claro que es válida la preocupación a la que hace referencia. Sin embargo, cabe destacar, que “el sistema”, de existir, es validado por las personas en libertad plena. Existen en la actualidad muchos sistemas coercitivos, del que los ciudadanos no podemos salir fácilmente. Por ejemplo, la recaudación fiscal centralizada que genera pésimos incentivos políticos, el dinero fiduciario del Banco Central argentino que nos somete a la pobreza, la existencia de empresarios prebendarios que imponen sus productos gracias al modelo de sustitución de importaciones y una larga lista de etcéteras. El fútbol, es un divertimento y un negocio que depende exclusivamente de la voluntad libre del consumidor. Por si hace falta, aclaro que me siento más cerca de Lanata con respecto a esta pasión que a la mayoría de los argentinos. Pero reconozco que el negocio multimillonario alrededor del fútbol es el resultado de uno de los mercados más libres del mundo.
Claro que en la FIFA hay corrupción a diestra y siniestra. Solamente hay que ver la sede donde se desarrollará este mundial como para darnos una idea del flujo de dólares que hay detrás de cada decisión. Sin embargo, el fútbol en sí, es elegido en libertad por las personas en todo el mundo y mucho más en Argentina. Pero no se trata de un sistema que distrae a los pobres de sus ignominias. Es algo que eligen transversalmente y de manera voluntaria todas las “clases sociales”, si se me permite el término marxista. Pararse en el pedestal para cuestionarlo en esos términos tiene algo de lo que Hayek denominaba “fatal arrogancia”. Aunque Lanata y yo no lo comprendamos, una buena parte de nuestros compatriotas están embobados con el suceso deportivo que está a punto de comenzar.
Finalmente, vale destacar que el fútbol no son solamente los millonarios que corren detrás de una pelota. Se trata de un gran mercado que genera una buena cantidad de fuentes de trabajo reales en el sector privado, con personas de todos los ingresos. También cabe señalar que esos millonarios que menciona generaron sus ingresos de la forma más lícita que uno pueda imaginar. Los futbolistas que se desempeñan en las primeras ligas y son convocados a sus selecciones son esclavos del mérito y la exigencia permanentemente. Mientras que muchas fortunas de personas vinculadas al sector público y privado fueron hechas gracias a la corrupción, el favor o el acomodo, los jugadores de los seleccionados no tienen ninguna posibilidad de posicionarse artificialmente. O cumplen con un desempeño profesional excepcional o pierden su espacio.
Claro que estos millonarios son la minoría. Detrás de las primeras ligas de importantes salarios hay un mundo de ascenso y de torneos provinciales, donde los ingresos son más que módicos. Muchos necesitan incluso tener más de un trabajo mientras buscan su oportunidad o simplemente disfrutan del deporte que aman. Como en el periodismo, los “millonarios” que salen en televisión (como Jorge Lanata) son la minoría. Pero gracias a su éxito, muchas personas pueden trabajar en sus iniciativas y producciones. Mientras esos millones sean bien ganados gracias al favor del público, aunque no compartamos las preferencias, siempre los procesos serán virtuosos para la economía en términos generales.