Hebe de Bonafini se transformó en vida en la corrupción de un símbolo. Aunque su organización terminó vinculada a gravísimos hechos de corrupción, no es eso lo más trascendente al fin de cuentas. Lo grave es lo que ha corrompido: la causa de los derechos humanos y la búsqueda de justicia.
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Uno puede tener la interpretación que quiera sobre los hechos sangrientos que sucedieron en la Argentina de los setenta. Muchos ponen énfasis en el terrorismo de Estado, otros priorizan la cuestión de la lucha contra la guerrilla (que quería instaurar una dictadura socialista en el país). Otros, pocos lamentablemente, comprenden que ninguna de las dos cosas es aceptable y compatible con un mínimo estándar de civilización.
Al decidirse los militares por la guerra sucia y la desaparición de personas, convirtieron al enemigo en víctima. Mientras los desaparecidos se multiplicaban, las Madres de Plaza de Mayo marchaban preguntando lo justo y lógico: ¿Dónde estaban sus hijos? Hebe María Pastor de Bonafini había sufrido tres pérdidas en su familia: sus hijos Jorge Omar y Raúl Alfredo y su nuera, María Elena.
Pero con la llegada de la democracia, Bonafini pasó a personificar lo peor. Desde la defensa de todas las dictaduras de izquierda de la región hasta la afiliación ortodoxa y fanática del kirchnerismo. Allí, la decadencia total. La malversación de fondos públicos en Sueños Compartidos junto a Sergio Schoklender y hasta la complicidad en la lavada de cara de César Milani (el único militar que era declarado sistemáticamente inocente en las causas de los setenta) que, casualmente, se había pasado al kirchnerismo al ser nombrado Jefe Mayor del Ejército.
Convertida en una heroína, Cristina Fernández de Kirchner la usó hasta el hartazgo. Por su parte, Hebe siempre estuvo predispuesta para representar al kirchnerismo más fanático. Ese que propuso hasta desalojar por la fuerza a los jueces de la Corte Suprema de Justicia. Aunque está todo absolutamente documentado, la izquierda no la cuestionó jamás. Mucho menos ahora que está muerta, pero todos los argentinos saben que, además de defender y reivindicar a Fidel Castro, a Hugo Chávez y a todos los dictadores latinoamericanos, Bonafini celebró el ataque a las Torres Gemelas en 2001. A lo largo de su vida política, sus comentarios racistas, antisemitas y xenófobos fueron usuales. Sin embargo, cada vez que alguien intentaba esbozar una crítica, la respuesta era siempre la misma. “Es Hebe…” Y a Hebe se le perdonaba (y se le perdona) cualquier cosa.
Ahora, lo que fue demasiado fue el stand by impune que tuvo por parte de la justicia en la causa del desmanejo de fondos públicos por la construcción de viviendas sociales. Durante los años del primer kirchnerismo, a pesar de haber explotado el escándalo, no pasó nada. En el intervalo del macrismo un juez se animó a pedir su detención, pero el proceso fue evitado por una pueblada del kirchnerismo y la izquierda que impidieron el ingreso de los oficiales a la sede de Madres. Desde el retorno del peronismo, fuentes judiciales reconocen que la causa se estaba dilantando a la espera de lo que ocurrió este fin de semana. No sería de extrañar que la misma se active ahora, contra Shoklender y el resto de los imputados.
Murió impune y eso no es una opinión. Es un dato de la realidad.