Esta insólita reacción de Sergio Massa ya ocurrió en medio del conflicto con los trabajadores de la industria del neumático. Si no volvían a la producción, el ministerio de Economía abriría la importación, para que no se produzca el desabastecimiento. Ahora, con una inflación que no baja acorde a las urgencias políticas del gobierno, la amenaza es para el sector textil: o moderan sus subas o los argentinos tendrán la oportunidad de comprar ropa y calzado importado. Es difícil imaginar un escenario más claro que este para describir el fracaso estrepitoso del modelo de sustitución de importaciones.
- Lea también: Lo que queda en evidencia con el debate de la Educación Sexual
- Lea también: La extrema derecha imaginaria de la socialdemocracia adolescente
“Si joden lo hago ya”, les dijo esta mañana Massa a sus colaboradores, que por estas horas buscan un “acuerdo” con el sector. El ministro está tan nervioso como enojado. El rubro “Prendas de vestir y calzado” fue uno de los notorios responsables de los últimos índices de inflación. Su último relevamiento interanual arrojó un incremento del 118 %. En la opinión del ministro y sus colaboradores, este número no es “razonable”, ya que el sector tiene más de un 35 % de aumento con relación a los otros rubros, que también tienen incrementos considerables.
La retórica del kirchnerismo suele plantear una dicotomía entre la clase empresarial y el pueblo trabajador. En teoría, el Estado es el que debe irrumpir en el libre funcionamiento del mercado, para poner a los poderosos hombres de negocios en su lugar, en defensa de los trabajadores y consumidores. Aunque muchos argentinos todavía no quieran verlo, la realidad pasa por otro lado. Existe una sociedad entre un empresariado parasitario y la política, que genera bienes y servicios de mala calidad a precios delirantes. En la Argentina de hoy, tomar mate con un termo Stanley o traerse ropa interior de HyM, Forever 21 o Victoria’s Secret es sinónimo del más alto status social. Ya no hace falta ir a Miami. Pasear por un supermercado de Montevideo o Asunción, es para un porteño una experiencia de “primer mundo”.
Que el gobierno utilice la amenaza del libre comercio en la pulseada con los aprovechadores “empresaurios” es la más clara señal que Argentina debe dejar atrás y para siempre el fracaso del modelo de sustitución de importaciones. Además de tener que comprar bienes de mala calidad, producto de la arbitrariedad política, los trabajadores (sobre todo los de menos recursos) deben pagar un porcentual mucho mayor de sus ingresos para comprarse un par de medias. Como siempre, los que tienen la posibilidad de viajar y de retornar al país con valijas llenas de ropa importada no sufren grandes inconvenientes. Los más humildes, los supuestos representados por el peronismo, son los que tienen que dedicarle una buena parte de sus módicos ingresos a productos de mala calidad.