Como casi todos los días, hoy hay fuegos artificiales, suenan los bombos, las trompetas y los redoblantes en las inmediaciones del Congreso Nacional de Argentina. La mayoría de las veces, en sintonía con la cultura prebendaria generalizada, se trata de algún grupo de presión que busca un privilegio. Aunque, vale destacar, ni siquiera ellos lo ven así. Para los distintos manifestantes de las diversas causas, se trata de reivindicaciones justas, que, de aprobarse la ley, los recursos que pretenden aparecerán como por arte de magia. Los que hoy parecen no percibir que el Estado está absolutamente quebrado en el mediodía del miércoles son los exempleados de Segba.
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El nombre, que resume la sigla de Servicios Eléctricos del Gran Buenos Aires, seguramente no diga nada a los más jóvenes. Pero los que tenemos algunas canas encima recordamos a las fallidas empresas estatales, afortunadamente privatizadas en la década del noventa por Carlos Menem. ¿Cómo funcionaba Segba en Argentina? Como funciona hoy la empresa del Estado cubano: con cortes de energía permanentes y con horarios establecidos para poder saber con algo de anticipación cuando funcionará o no la luz. Postales de la década alfonsinista que muchos recordamos son las de las mujeres despertando en medio de la noche para lavar o planchar la ropa en horario de madrugada.
Al menos, el sistema tenía un costado positivo en lo social: las personas debían tener un esquema de rotación en las casas de los familiares o amigos para ver los programas preferidos en la televisión. Uno tenía energía en el horario de la novela el lunes y el miércoles, otro el martes y el sábado y otro el jueves y el domingo, por ejemplo.
Claro que el pésimo servicio y el desabastecimiento energético no era lo único que sufrían los argentinos a causa del modelo donde “funcionaban” las empresas estatales: el déficit fiscal que generaban al Estado tenían al Banco Central imprimiendo billetes a toda máquina para pagar la cuenta. El Austral, que en su debut de 1985 cotizaba 0,85 centavos de dólar, desapareció en 1991 con un tipo de cambio de 10000 a 1. Los que éramos niños por esos años tenemos un conocimiento sobre inflación que sorprendería a los economistas del extranjero. Es que recordamos que llegamos a pagar 500 australes por un chicle, mientras que en los quioscos todavía se veían los stickers antiguos del producto pegados en la pared, que indicaban que el valor del mismo era de 0,05 centavos.
Como ocurre con las dependencias públicas, las empresas del Estado –al no perseguir el lucro- tenían más personal que el necesario para operar. Lógicamente, el proceso privatizador (que hizo que se dejara de cortar la luz o que la gente pudiera tener un teléfono por primera vez en la vida) fue sinónimo de una gran cantidad de despidos. Cada negociación fue particular, pero nadie se fue a su casa sin una buena cantidad de dinero en los bolsillos. Otro recuerdo de la época fue la proliferación de canchas de paddle y “parripollos”, que estaban de moda por aquellos años. Varios exempleados públicos invirtieron sus indemnizaciones en emprendimientos semejantes, muchos de los cuales fueron a la quiebra por “la burbuja” que generó una oferta excesiva. Claro que muchos otros tuvieron inversiones más exitosas, pero cada uno comenzó a ser dueño de su propio destino… que no significa el éxito asegurado de la tranquilidad financiera del empleado público, claro.
Hoy, Segba volvió a ser noticia en Argentina. Algunos nostálgicos absurdos incluso plantean el retorno de la empresa estatal de energía, pero ni el kirchnerismo se anima a explorar semejante camino. Sin embargo, los exempleados mantienen el recuerdo vivo en los argentinos que escuchan su protesta. Están reclamando una ley en el Congreso que compense un dinero que no se les dio al momento de las privatizaciones. Solicitan el “resarcimiento” y la “reparación histórica”, por una participación que no se les habría otorgado hace treinta años con el desguace de la fallida empresa pública.
Todos privilegios que no tienen los empleados del sector privado que, además de vivir con la preocupación de la productividad permanentemente, muchos están en el sector informal sin ningún derecho laboral. Pero en Argentina, que hasta existe el “día del empleado público”, es evidente que no somos todos iguales.