Hasta no hace mucho tiempo, la figura del “permitido” en Argentina tenía que ver con algo muy distinto a lo que se lo usa hoy. En el marco de una excepcionalidad total, las parejas solían discutir (casi siempre de forma teórica), cuál sería su “permitido” aceptado. Es decir, la persona inalcanzable, ya sea del mundo de las estrellas de Hollywood o un cantante famoso, con la que se podría llegar a tener sexo dentro de lo avalado y acordado por el vínculo. Cada uno blanqueaba su amor platónico, había indulto mutuo ya que cada uno confesaba el suyo, y la vida seguía su rumbo. Seguramente pocos argentinos hayan tenido la oportunidad de usar su “bala de plata” en la vida real.
Ya en un escenario posible (o de lo más accesible), la figura del permitido tenía otra acepción popular. Tanto en Argentina como en otros países de habla hispana, “el permitido” aparece en los marcos de las dietas, cuando se desea bajar de peso o corregir algún desajuste de salud. Cuando el paciente se porta bien, ya sea semanal, quincenal o mensual, las personas tienen acceso al permitido (ese plato que los apasiona pero que no pueden comer a diario), que se disfruta casi como la última cena.
Sin embargo, la decadencia económica que experiementa el país hizo que ambos permitidos dejen de ser la primera referencia obligatoria, a la hora de describir un gusto particular o una excepción extraordinaria. En la Argentina actual, los privilegiados que tienen la suerte de contar con un trabajo que les permita pagar las cuentas y, literalmente, alimentarse (que en algún momento fueron algo parecido a una “clase media”), ya tienen la costumbre de hacer referencia al “permitido”, cuando se habla de un humilde gusto que pueden darse al mes. Uno, sólo uno. No nos referimos a nada extravagante, claro. Hablamos de una salida a un bar, o, como dijo una señora, “una torta”.
Un móvil de Todo Noticias salió a recorrer la ciudad, preguntándole a los argentinos sobre su “permitido”. El periodista ni tuvo que hacer referencia a lo que preguntaba, ya que todos entienden a lo que se refiere. “Es recoger el dinero y darles un gusto a los chicos”, dijo una mujer, que reconoció que los viajes ya no eran una posibilidad para su familia. Otra dijo que era “una salida a un bar con amigas para comer rico”. “Es una cena con mis hijos, el resto es cumplir con obligaciones”. “Buscar un recital de una banda tributo, algo barato”. Otro hombre, con un casco de obrero y unos evidentes años encima de trabajo, comentó que era “ir a comer con su mamá”, para disfrutarla “los años que le queden de vida”.
El diputado liberal José Luis Espert recogió el video en su cuenta de Twitter y sentenció: “Rumbo a ser la villa miseria más grande del mundo”.
Rumbo a ser la villa miseria más grande del mundo. https://t.co/8cS0FkGIlK
— José Luis Espert (@jlespert) September 7, 2022
De la misma manera que la gloriosa arquitectura de Buenos Aires es parte de un pasado que no renovó su stock, la clase media en la actualidad es mera cuestión del pasado y de autopercepción. Revertir esta situación que se ha normalizado no será sencillo. Argentina necesita multiplicar su inversión e incrementar sus tasas de capitalización exponencialmente.
Lo que resulta realmente lamentable es la paradoja del potencial que tiene el país, tanto en recursos naturales como humanos. A pesar de la brutalidad fiscal, Argentina produce alimento como para abastecer a medio mundo y los argentinos expulsados, que buscan una vida mejor en el exterior suelen triunfar en sus nuevos hogares. Es que los que no se desempeñan dentro del ámbito profesional y tienen que desarrollar labores básicas, también cuentan con un capital que no tienen sus colegas: son sobrevivientes de esta locura y tienen en su sangre el ADN de la supervivencia y el pensamiento lateral -para buscar soluciones a las problemáticas eventuales- muy entrenado. De la misma manera que ocurre con los emigrantes cubanos que llegan a Estados Unidos, ya es común ver en redes sociales que un argentino que se fue a otro país, incrementó su nivel de vida trabajando como mozo o lavacopas de un bar. Incluso los que se desempeñaban como “profesionales” en su país de origen.
El potencial que tiene el país, difícil de encontrar en otro país subdesarrollado (será porque Argentina es el único “desdesarrollado” del planeta), puede revertir la situación en poco tiempo. Pero para eso, además de reclamarle las ideas correctas a la clase dirigente, la ciudadanía tiene que relacionar sus problemáticas con las verdaderas causas. El kirchnerismo vendió una solución mágica, de la mano del ataque a enemigos imaginarios. Todavía seguimos pagando la cuenta de ese descomunal error. El año que viene habrá otra oportunidad. La elección correcta, de encontrarla en el menú electoral, será solo el primer paso.