La muerte física de Juan Bautista Alberdi, que nació un día como hoy en 1810, tuvo lugar el 19 de junio de 1884. Sin embargo, por esos días estaba más vivo que nunca. Su Argentina, que desde su independencia no fue más que un violento y salvaje desaprovechado terreno, se estaba convirtiendo en el rincón más fértil y productivo del planeta. Pocos años más tarde, en 1895, su legado convertía este territorio en el país con el PBI per cápita más grande del mundo. Sí, incluso más alto que el de Estados Unidos en su apogeo.
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En el transcurso del tiempo han existido muchas teorías sobre los motivos por los cuales la Constitución liberal de Alberdi no se hizo “carne” en los argentinos. Algunos señalan a la cultura y otros a procesos políticos determinados. Aunque en el sector que reivindica al pensador tucumano existe una mayoría que carga las tintas sobre el peronismo, la realidad es un poco más compleja. Y los culpables son varios. ¿Juan Domingo Perón? Claro que sí. Sin embargo, él no fue el único.
La Unión Cívica Radical le aportó a la democracia argentina los tres primeros presidentes entre 1916 y 1930. El primer y el tercer turno estuvieron en manos de Hipólito Yrigoyen. A pesar que en el medio estuvo el liberal Marcelo Torcuato de Alvear, Yrigoyen, sobre todo en su segundo mandato, fue el impulsor de un estatismo a contramano de los principios de la Constitución alberdiana. Creador de la petrolera estatal YPF, y reivindicado por el kirchnerismo en la actualidad, Hipólito Yrigoyen fue la primera señal clara del inicio de la argentina corporativista, de economía filofascista de la que aún no sale.
Yrigoyen fue derrocado el 6 de septiembre de 1930, y entre las teorías que se evaluaron posteriormente, no son pocos los que aseguran que el golpe tuvo que ver con la intención de estatizar el petróleo. Sin embargo, los militares que se hicieron cargo del Estado, lejos de convocar a elecciones, consiguieron que la Corte Suprema de Justicia de la época acepte la figura del gobierno “de facto”, convirtiéndose en actores claves de la política, que llegaron para quedarse. De pensamiento mayoritariamente nacionalista y corporativista, el joven Perón fue casi un emergente natural. Mucho de los cuadros políticos con experiencia que lo acompañaron fueron los radicales “personalistas” que seguían a Yrigoyen.
Con el primer peronismo, el fascismo puro y duro comenzó en 1946 y se plasmó en la nueva Constitución de 1949, que directamente reemplazó al texto alberdiano. En este nuevo texto, los principios generales del anterior de 1853/60, quedan absolutamente subvertidos, al punto que la propiedad privada pasa a quedar limitada por la “función social de la misma”.
Juan Domingo Perón fue derrocado en 1955 por un proceso militar autodenominado “Revolución Libertadora”. El nuevo gobierno convocó a una constituyente con los partidos políticos (el peronismo había sido proscripto) y se decidió volver al texto alberdiano con un engendro que relativizaba todo: el Artículo 14 bis. Allí se amparaban todos los “derechos sociales” consagrados por el peronismo prohibido.
Aunque el peronismo (y el mismo Perón) retornaron en 1973, en Argentina el radicalismo ya se había convertido en un partido socialdemócrata por completo (más “social” que “demócrata). Años más tarde, la UCR abandonó la ambigüedad y se afilió a la Internacional Socialista y los militares, que fueron parte de la política activa hasta 1983, desembarcaron en el poder con una influencia peronista en una buena parte de sus representantes. Varios de ellos, en lugar de reconocer en el peronismo un problema, soñaban con reemplazar a Perón, que emergió de las mismas Fuerzas Armadas.
Si uno tiene que encontrar al máximo responsable intelectual de la Argentina potencia, no tiene mucho trabajo en la búsqueda: es Juan Bautista Alberdi. Su proyecto de país fue puesto en marcha por varios históricos mandatarios como Carlos Pellegrini o Julio Argentino Roca, e incluso por adversarios en cuestiones no menores como Bartolomé Mitre o Domingo Faustino Sarmiento. Sin embargo, al buscar las causas de la decadencia, los responsables son mucho más. Puede que ese debate, con la subjetividad e incierto de lo contrafáctico, no sea de lo más productivo. Sería más útil, de una vez por todas, volver al legado alberdiano. La tecnología y la modernidad no harán más que garantizar los mismos resultados que se obtuvieron en su momento en mucho menos tiempo y con más facilidad.