El mito vive, Eva Perón no. Sin embargo, vale destacar que no corresponden a la misma cosa. La leyenda de “Evita” es algo que tuvo que ver poco con la segunda esposa de Juan Domingo Perón y el proceso autoritario que significó el primer capítulo peronista en Argentina.
- Lea también: Cuatro errores económicos que viven en la cabeza de todo kirchnerista
- Lea también: El peronismo está en su peor momento y CFK no podría ganar un balotaje
Sin dudas que la dolorosa muerte de un cáncer a una temprana edad (falleció a los 33 años, un 26 de julio de 1952) ayudó a la lectura edulcorada de la historia, apoyada en ingenuos musicales y películas que muestran una historia más que parcial. Claro que el peronismo en el Estado, que luego de la muerte de Eva Perón se mantuvo hasta 1955, posteriormente entre 1973 y 1976, para proseguir en la democracia moderna toda la década del noventa y ahora con el kirchnerismo, ayudó a fortalecer el mito idealista.
“Evita capitana” representa para el justicialismo (y para muchos argentinos incautos) lo más limpio y puro de esta ideología. El general Juan Domingo Perón era la praxis política y Eva el norte moral. La utopía y el recurrente recuerdo de qué es lo que tenía que hacer el peronismo en el poder: velar por los derechos de los argentinos más necesitados. Es que, como lo dijo la misma Eva Perón, detrás de cada necesidad “hay un derecho”. Falacia absoluta y nociva de la que Argentina aún no logra librarse hasta el día de hoy.
Cuando Perón se hace del poder en Argentina, el país venía de un proceso de acumulación de capital y riqueza absolutamente excepcional. Cabe destacar que, en 1895, esta nación se había convertido en el número uno a nivel global en materia de PIB per cápita. Claro que esto fue el resultado de la constitución liberal de Juan Bautista Alberdi, puesta en vigencia entre 1853/1860. Antes de eso (y después del peronismo) Argentina siempre fue un completo desastre.
Lógicamente, es muy difícil demostrar hipotéticas realidades contra fácticas, pero todo el sentido común indica que no hubiera sido posible el proceso de la “justicia social” del primer peronismo sin la riqueza y capacidad instalada que tenía la Argentina al llegar a la década del cuarenta. Es por esto que, una vez que el país dilapidó sus recursos, esta suerte de dogma que ha arropado a la mayoría de los gobiernos (salvo en el menemismo de corte liberal) jamás pudo recrear ningún tipo de crecimiento ni de “redistribución del ingreso”.
Pero, más allá de la ilusión económica de aquellos años, el primer peronismo, que tuvo el sello de Evita, se trató de uno de los procesos más autoritarios que tuvo la Argentina en su historia. Técnicamente, si vamos a la verdadera definición del fascismo, esos años fueron de un proceso fascista puro y duro. Todo era el Estado, que significaba lo mismo que el gobierno, que no tenía ninguna distinción con el partido. Hasta la estética personalista militarista de Perón era casi calcada al fascismo italiano (de donde se inspiró el joven capitán argentino, que fue a estudiar a Europa en su juventud).
Aquellos años estuvieron marcados por una constitución (afortunadamente derogada luego del derrocamiento de 1955) que desconocía la propiedad privada y que reducía al individuo y a su iniciativa a la nada misma. Los principales dirigentes opositores fueron enviados a prisión y el Estado se hizo de los medios de comunicación para emitir un relato monopólico y monocorde. Cada uno tendrá derecho a reivindicar a las figuras históricas que desee, pero, como dijo Perón, no hay otra verdad que la realidad. Y la realidad indica que el primer peronismo fue un proceso abiertamente fascista y Evita fue su máxima representante. Reivindicarla y cuestionar al fascismo es, técnicamente, un grosero error histórico o conceptual.