
Si uno repasa por estas horas los medios argentinos, parece que la realidad es un cúmulo de malas noticias: el dólar que trepa sin techo, la inflación que se escapa a todas las políticas oficiales, los miles de piqueteros manifestando, el inminente desabastecimiento de los productos que contienen elementos importados, etcétera. Sin embargo, absolutamente todo lo que ocurre es la única consecuencia del fracaso generado por una única raíz: lo que el kirchnerismo vendió como una utopía allá por 2003, con la propuesta del “Estado presente”, que una buena parte del electorado incauto compró en varias oportunidades.
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Como dijimos en demasiadas oportunidades, la certeza era la crisis y lo único incierto era el cuándo. Evidentemente, la salida de Martín Guzmán y la llegada de Silvina Batakis al ministerio de Economía generó el elemento catalizador para una espiralización que estaba al caer en cualquier momento. Ante la confirmación del rumbo del proyecto económico, que no es más que seguir remendando un desastre sin arreglo, improvisando todos los días ante un nuevo incendio, todo parece indicar que Argentina llegó al momento en donde el drama comienza a incrementarse a pasos agigantados.
¿Qué tienen en común la escalada del dólar libre, el aumento del “dólar turista”, las protestas de las agrupaciones piqueteras y el posible desabastecimiento que pueda afectar tanto al té, al café como al vino? El núcleo central del estatismo exacerbado que el kirchnerismo propuso como herramienta para terminar con “el drama de la desigualdad”. A pesar que los periodistas y los argentinos consideren que se tratan de varios problemas distintos, todo tiene la raíz en el problema del déficit fiscal. Es que, ante la imposibilidad de seguir financiando un Estado imposible y de subir aún más los impuestos, comienzan todos los problemas que se genera con la emisión monetaria indiscriminada que sigue haciendo el Banco Central.
Ante esta “solución”, que no es más que recurrentes manotazos de ahogado, el dólar libre cotiza cada vez más. Lógicamente, el supuesto desacople del “oficial” no existe (porque el problema es el peso), por lo que los dólares administrados por el Estado comienzan a escasear. Entonces, el gobierno tiene que aumentar las restricciones, viendo que hace con las divisas que cada vez son menos. Pero como ocurrió siempre en la historia económica, cada restricción genera un problema nuevo: al limitar los dólares para el sector productivo, comienzan a faltar insumos que generan desabastecimiento. Entonces, repitiendo el síndrome de la frazada corta, buscan meter mano en otros sectores como el dólar “turismo”. Pero el mercado en tiempo récord avisa que también se trata de un callejón sin salida: mientras los dirigentes kirchneristas dicen que es un aumento para los ricos, las empresas aerocomerciales internacionales ya amenazan con una salida masiva de empresas del país.
Mientras tanto, las góndolas cada vez más vacías, muestran productos cada vez más caros. Y en las calles, los negocios del centro de Buenos Aires atienden con la persiana baja, por miedo a incidentes con las “organizaciones sociales” que piden más dinero al gobierno. Claro que los recursos no están, entonces Alberto Fernández tiene que decidir si quiere enfrentar el problema o seguir imprimiendo billetitos de colores, incrementando la problemática macro y general.
Sin embargo, toda esta problemática, supuestamente multifacética, pero absolutamente unicausal, tiene una ventaja, a pesar que los argentinos nos neguemos a utilizarla. A diferencia de otros países, que tienen conflictos limítrofes, religiosos, bélicos o raciales, la problemática nacional, no sólo se puede arreglar de forma sencilla y unilateral, sino que se puede saber automáticamente si el eventual camino elegido para la solución funcionará o fracasará como hasta ahora.
Si las autoridades proponen reducir un Estado imposible, bajar los impuestos, dejar de utilizar la emisión como política monetaria, promoviendo una flexibilización laboral que permita que el mercado incluya a miles de excluidos subsidiados con planes sociales, el potencial argentino garantiza el éxito. Cualquier otro camino está condenado al fracaso.
El nombramiento de Batakis fue la confirmación de la senda al desastre y eso comienza a transitar la Argentina. Habrá que ver si la oposición propone el único camino que puede sacarnos de un caos, del que solamente estamos viendo por estas horas la punta del iceberg.