El albertismo —que nunca llegó a consolidarse como tal— está desmoronado en su totalidad. En pocas horas, entre Cristina Kirchner y Nicolás Maduro terminaron de fulminar a un gobernante fallido, que le queda un año de mandato. En realidad, será presidente hasta finales de 2023, pero lo mejor que le pasará a su gestión transcurrirá en el segundo semestre del año próximo, cuando mejoren las expectativas económicas por el desastre que será la actuación del Frente de Todos en las urnas. Puede que todo quede liquidado en el ámbito de las primarias, como sucedió en 2019.
“Se terminó Alberto. ¿Quién lo va a querer defender ahora? Ya nadie lo va a acompañar. En términos políticos y personales ya nadie le cree”. “Se pegó un tiro en los pies. Una vez más. Nadie se siente respaldado”. Las frases pertenecen a distintos funcionarios “albertistas”, que, desilusionados, filtran sin reparo en la prensa sus sentimientos hacia el actual presidente argentino.
Probablemente, esta sea la semana que más debilitado comienza Fernández. Es que, durante el sábado y el domingo, no paró de replicarse en las redes sociales la celebración de Nicolás Maduro, por la posición que el socio devaluado de CFK llevará a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles. En una de sus últimas presentaciones públicas, que compartió con el sociólogo argentino Atilio Borón (un ser delirante que aseguró que Chávez fue asesinado y que su sucesor es un “mano blanda”), el dictador aseguró que Venezuela y Cuba serán “representadas” por Fernández en Estados Unidos.
Pero lo cierto es que el plano internacional es la menor de las preocupaciones de Alberto Fernández. En su presentación pública con Cristina por el aniversario de la petrolera estatal YPF, la vicepresidente volvió a regañar públicamente al que en teoría debería ser su superior. Kirchner le pidió que use “la lapicera” y el presidente no se demoró. Matías Kulfas, otro de los ministros cuestionados por CFK, ya es historia. Lo reemplazará Daniel Scioli, que llega de Brasil, donde se desempeñó hasta ahora como embajador.
Lo cierto es que Alberto Fernández es el único que tiene en la cabeza que pensaba hacer al llegar a la presidencia. Lo cierto es que, sea lo que haya pensado, no le salió absolutamente nada. Su espacio político propio, que nunca tuvo un respaldo de su parte, le suelta la mano al ver que el presidente entrega lo que le pide CFK. Cristina no tiene ningún interés en hacerse cargo del desastre económico, así que oficia de referente opositora dentro del mismo gobierno. ¿Sergio Massa? Hace su juego y ya dejó en evidencia que a Fernández lo acompañará solamente a la puerta del cementerio, pero se queda afuera. Clásica actitud de supervivencia peronista.
El futuro argentino es incierto. Sin embargo, una de las pocas certezas claras que existen hoy en día es que el próximo gobierno será de un signo político diferente. Con Cristina estará su séquito duro, que oficia de ejército personal. A Alberto, que pudo haber servido solo para garantizar la impunidad de una CFK en cuatro años claves, ya que ahora llega a la edad de la prisión domiciliaria, le espera el triste ocaso del presidente fallido. El que encerró al país en una cuarentena inútil, el que terminó de fundir una economía agobiada y el que fue humillado por la mujer al que él abandonó en su esplendor político.