Jorge Lanata y Javier Milei participaron en un debate radial sobre un tema polémico: la compra y venta de órganos. El diputado libertario, como ya había manifestado previamente, se mostró a favor. Mejor dicho, en contra de una prohibición gubernamental que lo reprima. El periodista, como era previsible, no estuvo de acuerdo. Lanata considera que, ante casos de “desesperación”, cualquier operación semejante debería estar prohibida. O al menos eso sugirió.
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Cabe destacar que los que avalaríamos un mercado en este ámbito, no estamos defendiendo “la compra y venta de órganos” en sí misma. Estamos siendo consecuentes con otros principios superiores, de lo que el tema en cuestión no es más que un desprendimiento lógico. ¿Es dueño uno de sí mismo? ¿El cuerpo es propiedad de una persona? ¿Los seres humanos deberíamos tener libertad de hacer uso de nuestra propiedad, siempre y cuando no se lesionen derechos de terceros? Si la respuesta a esas cuestiones es “sí”, no hay nada más que hablar.
Temas como la eutanasia, el consumo de drogas o la venta de algún órgano son cuestiones que se desprenden de la premisa de la propiedad sobre uno mismo. Si el Estado me prohíbe, aunque esté en uso de mis facultades, vender una cornea o un riñón, o incluso mi corazón, con el que no podré seguir viviendo, al fin y al cabo, yo no soy dueño de mí mismo. Este debate no es para convencer a nadie de que los seres humanos somos propietarios de nuestro cuerpo. Pero si avalamos esa premisa, lo cierto es que cualquier posición alternativa sería contradictoria.
Jorge Lanata piensa que es dueño de su propio cuerpo. Sin embargo, probablemente sin siquiera saberlo, considera que él, por su status social y económico, tiene derecho a hacer un uso irrestricto del mismo. Ejerciendo la propiedad de su cuerpo, el fundador de Página/12 y conductor de Periodismo para Todos se ha arruinado los pulmones y su corazón, fumando permanentemente, aún en contra de los consejos de sus médicos, que luchan por mantenerlo de pie, a pesar de su problemático estado de salud. Sin embargo, su exmujer ha tenido la generosidad de facilitarle hace seis años un riñón. El mercado (que no tiene por qué ser monetario) coordinó una triangulación por motivo de compatibilidad, pero, al fin y al cabo, Lanata vive porque su expareja le “regaló” un órgano.
Seguramente, al momento del trasplante había en la lista de espera oficial varios enfermos que “merecían” (por así decirlo) un riñón. Gente joven, niños o personas saludables. Lanata es un hombre que, según sus propias declaraciones, llegó a tomar seis gramos de cocaína por día, y que, como dijimos, fuma como un escuerzo permanentemente. Alguien podría haber intervenido en nombre de una supuesta justicia a decirle a la donante que le entregara su riñón a un enfermo que haya tenido más respeto por su cuerpo. El tema es que Sara Stewart Brown tenía todo el derecho del mundo de darle su órgano a Jorge Lanata. ¿Por qué? Porque era de ella. Como se suele decir en Argentina… todo lo demás es cháchara.
Claro que existen transacciones basadas en la necesidad que podrían sonar repugnantes. Sin embargo, la persona de vulnerabilidad en el intercambio, se encontraría todavía peor si se le priva de la oportunidad de realizarla. Esta conclusión no es más que la lectura fría y utilitaria. Desde el punto de vista de la moral, las dudas son todavía menores.
Las personas que están preocupadas justamente por los vulnerables, que tendrían que acceder a transacciones repudiables por la mera supervivencia, deberían hacer un ejercicio simple. Ver cómo funcionan las economías más libres, donde las tasas de capitalización consiguen salarios mucho más altos que las reprimidas. Cuando lo que se puede intercambiar o no lo decide el gobierno y la propiedad pertenece Estado, las mujeres sin privilegios se prostituyen con los turistas simplemente para poder comer. ¿Cuál es la conclusión de esto? Que la solución y el bienestar viene siempre de la mano de la opción de la libertad.