Cada vez que, en una ciudad del mundo con libre portación de armas, un loco comete una masacre contra la población civil, se reabre un debate y se repite un argumento: el de la necesidad de la prohibición, para que estas tragedias no se repitan. En cada oportunidad, los partidarios de la restricción arremeten contra los defensores de este cuestionado derecho, casi como responsabilizándonos por lo ocurrido a los que consideramos que desarmar a la población civil es altamente contraproducente.
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La visión que promueve la prohibición ya es muy conocida. Sin embargo, la posición alternativa suele ser acallada y estigmatizada. Sin embargo, más allá de las estadísticas que se pueden utilizar de un lado y del otro, hay que recordar al clásico liberal francés Frederic Bastiat, quien invitaba a reparar en lo que se ve y lo que no se ve.
Por ejemplo, cada vez que un portador de armas logra reducir o abatir a un agresor, lo que puede contabilizarse como una estadística en favor de este derecho, seguramente, estos beneficios de la tenencia de armas por parte de la población civil no se registran. Hablamos del efecto de la disuasión que genera en la delincuencia saber que un intento de robo, violación u homicidio puede terminar con su propia vida.
También vale destacar que las naciones que han mantenido este derecho, no han caído en los procesos dictatoriales de los países que lo limitaron. No es casual que los gobiernos totalitarios, de todos los signos políticos e ideologías habidas y por haber, han coincidido en la necesidad de desarmar a la población civil. Por algo los padres fundadores de los Estados Unidos pensaron en este derecho para los ciudadanos. Por aquellos días, la delincuencia como la conocemos no era la principal preocupación de los intelectuales. Pensaban en el poder de la rebelión, en caso que algún gobierno pretenda vulnerar a las personas. Viendo la pérdida de libertades a manos de la política que tuvo lugar durante la pandemia, el que considere que en el occidente democrático no pueden surgir dictaduras, se equivoca.
La historia reciente muestra además que las armas de fuego no son las únicas herramientas para arremeter contra la sociedad civil en un acto de terrorismo. También sobran los ejemplos donde terroristas y agresores, que, cuando no utilizan otras cosas (como vehículos), también consiguen hasta arsenales en ciudades donde la tenencia está prohibida o altamente restringida. Sin embargo, nada de esto será considerado por los partidarios de la prohibición. Es que, en el fondo, no les interesa un debate honesto sobre esta delicada cuestión. Están encaprichados con una causa, que coincide con el marco conceptual de todas las otras que manejan: la defensa permanente del crecimiento del Estado en detrimento del individuo.
Que un trastornado obtenga de un arma de fuego y arremeta contra la ciudadanía es un tema serio, que no debe tomarse desde la demagogia ni desde las soluciones mágicas. Imagínense si cada vez que un agresor armado consigue un rifle en el mercado negro de un país con restricciones a la tenencia y comete un delito, que cause la pérdida de vida de un inocente, los partidarios de la posibilidad de armarse le achacáramos la tragedia a los voceros de la restricción. Ellos lo hacen. Sobre los cuerpos calientes de las víctimas. Permanentemente. No solo no reparan entre lo que sería la situación alternativa contra fáctica, la que ignoran, sino que comparan las miserias del mundo real con una utopía. Al fin y al cabo, es lo que siempre hacen los defensores del socialismo, en todas las áreas y en todas las discusiones.