Durante muchos años, para mucha gente, vino argentino era sinónimo de Mendoza. Hay que reconocer que es algo que pasa hasta hoy. A lo sumo, alguna oferta de San Juan entraba en el radar, pero eso era todo. Sin embargo, el territorio nacional tiene una extensión compatible con la producción de la vid mucho más amplia que el famoso Valle de Uco. La sana competencia subió al ring al Valle Calchaquí, que se puso de moda al punto de tener que aprobar una ley de denominación de origen, para cuidar una marca que ya tiene presencia en todo el mercado interno y en el exterior.
“Traían el vino a granel de Mendoza y fraccionaban y embotellaban aquí. Entonces la vendían como si fuese un producto de Cafayate. Era imposible, toda esa producción hubiese requerido el triple de territorio”, cuenta el Ingeniero Marcelo Arzelán, uno de los propietarios de la bodega Fortaleza, que en la actualidad es un emprendimiento familiar.
La avivada mendocina que menciona el empresario, terminó con una ley de denominación de origen que se aprobó en Salta y que ya evalúan repetirla en Tucumán y Catamarca. En esas tres provincias se encuentra el Valle Calchaquí: abarca 190 kilómetros de territorio salteño, 38 kilómetros tucumanos y un aproximado de 70 en Catamarca.
Del lado tucumano, muy cerca de la “frontera” salteña está Fortaleza. La bodega de la tercera generación de los Arzelán, que además de sus otras actividades, decidieron dedicarle un espacio de sus vidas a la continuidad del trabajo del abuelo Abraham. Un inmigrante sirio que se dedicó a hacer vinos, entre otras cosas, en la década del treinta en su finca de Angastaco, Salta, a 70 kilómetros al Norte de Cafayate.
“Antes los vinos tintos de esta zona eran muy fuertes, alcohólicos y potentes. Eran vinos para tomar de a poco. No eran para consumir una botella, como podría pasar actualmente. Era otro mundo. No habían tanques de acero inoxidable y el vino fermentaba en barrica o piletones”, cuenta Arzelán, que hoy trabaja con nuevas tecnologías y produce una bebida muy distinta a la que se consumía hace casi un siglo.
Alrededor del Valle Calchaquí, los mismos salteños, tucumanos y catamarqueños fueron valorando de a poco el vino tinto que producía su tierra. Ahora tienen una especie de “nacionalismo” regional y consumen mayormente sus vinos, los que defienden a capa y espada.
Para Arzelán, el gran responsable del desarrollo vitivinícola en la zona fue el enólogo francés Michel Rolland, uno de los mejores del mundo, por si alguien no lo conoce. En una entrevista reciente, “el rey del vino”, reconoció que Argentina “es muy complicada para los inversores extranjeros”. Igualmente, el hombre que vio un potencial único en el Valle Calchaquí se enamoró del terruño argentino y echó raíces. Afortunadamente.
Si en algo coinciden las pequeñas bodegas del Valle es que no se puede competir con la gran industria en sus términos, por cuestiones de costos. “Tenemos que diferenciarnos en la calidad”, cuenta Arzelán, que ya mostró sus vinos en varios lugares del mundo como España, China y Alemania.
¿Existe algún prejuicio cuando presentás tus productos y contás que la bodega está en Tucumán?
Cada vez menos, pero todavía existe. Lo que hacemos entonces es no hablar primero de Tucumán, sino del Valle Calchaquí en general. Se lo asocia con eso, que la gente ya tiene alguna referencia con Salta.
¿Cómo recibieron los vinos del Norte los chinos?
La verdad que bien, pero se notaba que todavía no tenían mucha experiencia. Las mejores devoluciones de aquella presentación, las obtuvimos de los colegas de los stands de otros países, como España, que destacaban el cuerpo y color de nuestros vinos. En Alemania tienen una idea más clara de la geografía vitivinícola argentina.
¿Qué van a encontrar en los vinos del Valle Calchaquí los que todavía no lo probaron?
Vinos con color y aroma de mayor intensidad, si los comparamos con otras regiones. Versiones de Malbec con muy buen carácter y muchos Cabernet Sauvignon más amigables que antes, que se toman muy bien solos y se lucen en muchos blends elegantes.