Desde las exitosas reformas pro mercado y, sobre todo, con el reconocimiento al derecho de propiedad privada en 2007, la pregunta sobre si China es comunista o no sigue generando acalorados debates entre los analistas y especialistas. Por un lado, sobre todo en círculos izquierdistas, se niega la tesis, argumentando la implementación de un supuesto “capitalismo salvaje”. Por el otro, los defensores de las democracias liberales ponen el acento en la dictadura del partido único, señalando que el gigante asiático no es más que un comunismo totalitario, con un modelo económico más eficiente.
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Sin embargo, las políticas restrictivas en el marco de la pandemia del COVID-19 dejaron en evidencia que las falencias ineludibles de la planificación centralizada, a la larga terminan afectando todo el sistema. Aunque se haya abandonado el modelo de producción colectivista, los incentivos del centralismo político, inevitablemente han terminado dinamitando el sistema chino. Los pésimos alicientes de la concentración de poder, sea en un líder único o en una corporación política como lo es el PCCh moderno, terminan generando los problemas que sufre China hoy. Represión, descontento, e incluso, crisis económica.
En un video al que accedió el Financial Times, Weijian Shan, fundador y titular de una de las mayores empresas de toda Asia –que se encuentra en Hong Kong– aseguró que, según sus estimaciones, la economía china está “en la peor forma de los últimos 30 años”. Shan también indicó que el descontento popular con respecto al régimen que encabeza Xi Jinping está en su punto más alto. Hace tres décadas que no se registran estos índices de rechazo al gobierno chino y sus medidas.
Es que se trata de una cuestión de instinto. Como la fábula del escorpión, la dictadura del partido único en China, sea comunista o capitalista, no puede esquivar los errores del centralismo ineficiente. Las instituciones como la democracia, la competencia política, el libre mercado, la república y la división de poderes, no son perfectas. Pero sí funcionan como un antídoto bastante eficiente a los errores y los abusos de los supuestos iluminados.
Casi que es inevitable que todas las personas creamos (equivocadamente) que sabemos lo que es lo mejor para todos. Sobre todo, si consideramos que nuestras intenciones son buenas. Sin embargo, la historia demostró que, siempre que ha existido la concentración de poder y planificación centralizada, ha sido imposible evitar la tiranía. Las instituciones que limitan el poder público han sido la garantía del respeto a los derechos humanos y las libertades individuales más eficientes en la historia moderna.
En China hoy, las durísimas e inhumanas restricciones impuestas en ciudades como Shanghái, están incrementando el descontento de una forma exponencial. A pesar de la represión, parece algo incontenible. “La censura es más eficaz que hace dos años, pero esto demuestra su límite”, señaló esta semana al New York Times Xiao Qiang. El investigador chino de la Universidad de California de Berkeley, aseguró que la población ya se dio cuenta de que los abusos en el marco de la campaña “Covid Cero” son tan inaceptables como inútiles. “No pueden resolver la raíz del problema. La gente ve que el gobierno podría estar equivocándose hasta el punto de ser un desastre”, indicó.
El mundo prácticamente ya salió de la pandemia. Ya se convive con el virus, que de a poco baja su letalidad, como la experiencia sugirió que sucedería. Aunque muchos países hayan caído en contraproducentes cuarentenas y violaciones a los derechos y las libertades básicas, las democracias y las repúblicas han dado respuestas tarde o temprano: fuerzas políticas opositoras levantaron los reclamos contra los oficialismos autoritarios, y poderes judiciales independientes pusieron límites claros a los abusos contra la sociedad civil por parte de gobiernos. Todos los sistemas son imperfectos, como todas las instituciones humanas.
Sin embargo, el centralismo autoritario chino carece de todos estos anticuerpos y vuelve a empezar con las más salvajes restricciones, como al principio de la pandemia o peor. Hasta su economía capitalista sufre los duros coletazos de la impericia gubernamental y pasa un mal momento. Es que los vicios del comunismo, antes que económicos son políticos. Lo que entorpece el desarrollo de la economía en el socialismo es esa planificación central que impide, entre otras cosas, que se manifiesten los precios y las preferencias de los individuos. Parece que lo que falla en el ámbito político es exactamente lo mismo.