El papa Francisco está preocupado por la situación económica argentina y ahora deja todo en manos de un milagro. Así lo expresó abiertamente en una carta que le escribió al presidente Alberto Fernández, en respuesta a un saludo enviado al Vaticano por el jefe de Estado argentino con motivo del aniversario de su asunción. Pero, aunque el máximo representante de la Iglesia católica esté preocupado por la grave situación de sus conciudadanos más humildes, debería hacer un mea culpa por la sintonía total de sus ideas y propuestas con las causas del fracaso económico de la coalición de gobierno con la que simpatiza.
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En el texto, que fue replicado íntegramente por los medios nacionales, Jorge Bergoglio dice que piensa “en las actuales dificultades que tantos hijos e hijas de la nación Argentina tienen que enfrentar”. En este sentido, el papa dijo: “Imploro el auxilio de nuestra señora de Luján para que, intercediendo ante el Señor Jesús, príncipe de paz, les obtenga a usted y a sus colaboradores la asistencia del espíritu de la verdad para trabajar por el bien común y procurar soluciones adecuadas a los problemas que afligen, de manera particular, a los más débiles y descartados”.
Lo cierto es que, a pesar de la gravedad de los problemas económicos argentinos, Alberto Fernández y sus colaboradores no necesitan ningún milagro o asistencia divina para revertir la situación. Lo único que tienen que hacer es cambiar el rumbo e implementar un plan económico y de reforma del Estado en las antípodas de lo que han hecho hasta ahora. Sin embargo, ni el gobierno ni el papa parecen estar dispuestos a cambiar sus fracasadas premisas. El sumo pontífice insiste en “el bien común” como horizonte, lo que deja en evidencia que sigue abrazado a las recetas fallidas que él permanentemente sugiere y prácticamente bendice: altos impuestos, controles de precios, redistribución del ingreso, Estado grande y permanente regulación a los empresarios que buscan exclusivamente “su propio beneficio”, supuestamente a costa de los pobres y necesitados. Si siguen en esta dirección, no hay milagro que pueda revertir el rumbo.
Si al papa Francisco le gusta hablar de “milagros”, podría ir a los libros de historia y ver lo que ocurrió a mitad del siglo pasado en la Alemania capitalista. Aunque tuvo una terminología religiosa, el “milagro alemán” (ocurrido luego de la Segunda Guerra Mundial en la parte Occidental de un país destrozado), ese proceso económico no fue más que lógica aplicada. Justamente, aquella batería de reformas económicas es bastante parecida a lo que necesita la Argentina, la cual no fue asolada por una guerra, pero sí por el desastre peronista con el que Bergoglio sigue comulgando filosóficamente.