Mucho se ha discutido sobre la posibilidad técnica y política de implementar la dolarización en Argentina. Sin embargo, con el correr de los años y las crisis, la moneda nacional sigue transitando un sube y baja, con más bajas que subas, empobreciendo a la sociedad en su conjunto, pero sobre todo a los asalariados de ingresos fijos y jubilados, que no pueden escaparle de la termita inflacionaria que afecta a la billetera.
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Han existido posibilidades inmejorables como para romper con el estigma de la moneda emitida por el Banco Central de la República Argentina (BCRA), como cuando se implementó el plan de convertibilidad de 1991, luego de la hiperinflación que dejó el gobierno radical de Raúl Alfonsín. En ese entonces, el circulante en pesos equivalía a las reservas en dólares del BCRA y el monopolio monetario solamente podía imprimir moneda nacional ante el ingreso de divisas equivalentes. Así se mantuvo el “1 a 1”, que planchó la inflación en tiempo récord, en el marco de mayor estabilidad que tuvo la Argentina durante las últimas décadas.
Sin embargo, la crisis de 2001-2002 fue interpretada por la mayoría de los argentinos como la consecuencia inevitable de una estabilidad ficticia. Esto no es casual, ya que fue la idea que fogoneó la política en general, que estaba deseosa de recuperar la máquina de imprimir billetes. Lo cierto es que el estallido que le costó el puesto a Fernando de la Rúa, nada tuvo que ver con la convertibilidad ni con la incuestionable estabilización económica que tuvo el país durante los años previos. Se trató de una crisis de deuda, como otras tantas de la historia argentina. La única relación de la convertibilidad con aquel drama fue la imposibilidad de maquillar la situación, empobreciendo a la gente mediante la emisión inflacionaria. El “1 a 1” y la imposibilidad de imprimir billetes dejó en evidencia lo insustentable del Estado argentino, en sus ámbitos nacional, provinciales y municipales.
“La Argentina es un desastre y la única opción es dolarizar”, dijo esta mañana Steve Hanke, economista de la Universidad Johns Hopkins. Algo sabe el hombre, ya que, además de haber asesorado a Carlos Menem en la década del noventa, ha seguido los vaivenes de la economía nacional todos estos años. Pero cada vez que la idea se pone sobre la mesa, lo único que se discute son las cuestiones técnicas de la implementación y los desafíos que enfrentaría la Argentina, ante la imposibilidad de maniobrar los diferentes shocks externos, de los que nunca se ha salvado, aún con tipo de cambio flexible y moneda nacional.
El problema no es técnico, ni siquiera monetario
Como explicó en varias oportunidades Javier Milei, sobre todo desde que reconoció sus pretensiones presidenciales para 2023, la dolarización en Argentina es un camino transitable. Requiere un programa complejo y de diferentes etapas, pero la liquidación del BCRA es absolutamente viable en el marco de una reforma estructural bien hecha.
Sí existe un enorme desafío, que nada tiene que ver con los engorrosos tecnicismos que habría que estudiar al detalle para semejante, pero viable y necesaria reforma. Lo único que separa al país de las cadenas del repudiado peso es la negación multipartidaria de seguir robándole a la gente. Para el que no comprenda la simple analogía, hablamos de la estafa de la emisión monetaria indiscriminada, que se traduce en la pérdida del valor de los pesos que tiene la gente en sus bolsillos.
Es tanta la negación que tiene la política argentina a la hora de limitar su capacidad de gasto, que somete a la economía nacional al desastre de los controles de cambios y precios, mientras inventa excusas esotéricas para justificar el valor del dólar y de los alimentos en las góndolas. Lo peor es que más de un incauto compra las barbaridades que dice, por ejemplo, Roberto Feletti, el delirante “secretario de Comercio” del Frente de Todos.
Para que la dolarización sea posible en Argentina, y la gente pueda manejarse en la moneda que libremente elige todos los días, lo más importante que tiene que ocurrir es que la dirigencia política acepte el desafío que enfrentamos todos los mortales a diario: la restricción presupuestaria. Mientras el gobierno considere que, además de los exorbitantes impuestos que cobra, necesita de la máquina impresora de billetes para solventar el gasto público, cualquier discusión sobre dolarizar será absolutamente inútil.
Probablemente, lo primero que tendría que ocurrir sería que una buena parte de los argentinos comprenda cuestiones básicas como que la soberanía no está en un billete, que los precios son libres o no son precios y que el Estado es el principal responsable de sus penurias económicas. Si se puede echar algo más de luz al debate económico, y la dirigencia queda expuesta en su estafa inflacionaria, ya se habrá hecho lo más difícil.