Mi propio manual de estilo periodístico indica que, mientras más evidentes o indignantes son los hechos, menor la necesidad de adjetivación. Considero que, si se está ante una situación absolutamente aberrante, dar calificativos diversos a la cuestión no hace más que una redundancia que en muchos casos puede ser contraproducente. El lector puede ponerle a las circunstancias y sus protagonistas los epítetos y atribuciones que encuentre adecuados, cuando lo explícito de un acontecimiento no necesita editorialización alguna. Con Cristina Fernández de Kirchner se complica. Aunque el mamarracho de hoy fue tan obvio, evitar mencionar lo que uno piensa repasando el video del minuto de silencio por las víctimas de la invasión a Ucrania y por el coronavirus, es todo un desafío del oficio.
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Luego de la mención de Alberto Fernández a la “invasión” de Rusia a territorio ucraniano, el presidente argentino pidió un minuto de silencio por quienes han muerto durante este ataque, así como por los fallecidos a causa de la pandemia en Argentina. La transmisión oficial hizo un plano del presidente y su vice, luego hizo otro aéreo para mostrar el pleno del cuerpo legislativo y después volvió a mostrar a Sergio Massa, titular de Diputados, a Alberto y a Cristina. Luego de unos segundos, la señal del Congreso, que abastece a los medios de sus cámaras propias, tuvo que mostrar a un grupo de diputados, en un evidente apurado e improvisado movimiento. Es que el director seguramente comprendió que lo que estaba mostrando era una escena impresentable en todas sus formas: CFK sonreía impunemente en los segundos del homenaje y, como si fuera poco, se acomodaba el pelo como si estuviera frente al espejo en el baño de su casa.
Aunque esa nefasta actitud fue el bochorno más grande de la jornada, lo cierto es que no fue ni el único, ni el primero, mucho menos el último. El primer papelón había tenido lugar unos segundos antes, cuando se sentó junto al presidente, a quien le ordenó en un momento determinado que pida el minuto de silencio. Los micrófonos abiertos dejaron el sonido de la orden imperativa de CFK. La rebeldía de Fernández dio solo para hacer una introducción, como para no quedar como un autómata que obedece al instante al pie de la letra.
El momento cuando la vice da la orden, al igual que la cara de ambos fue uno de los instantes más replicados en las redes sociales. Todos los comentarios giraron en torno a la sumisión de Alberto para con su jefa política.
Aunque es evidente que quien manda es ella, a CFK le supera el odio que le genera que exista, aunque sea en lo formal, alguien por encima de su figura. Cuando ambos hicieron la entrada al parlamento, al momento de la firma protocolar, Alberto se detuvo por unos instantes para redactar unas palabras. La furia de la vicepresidente, al ver que su subalterno acaparaba los flashes por unos segundos, no dejó lugar a dudar. Cuando agarró la lapicera, se despachó con una firma apresurada, casi en muestra de desprecio, tratando de demostrar que no se necesita pasar tanto tiempo frente al libro. Aunque vista los trajes más caros del mundo y sus carteras cuesten una fortuna…más grasa no se consigue. Desubicadísima actitud, inaceptable, hasta para dos tías peleadas en un cumpleaños de quince en el conurbano bonaerense.