En la última semana, la “banalización del Holocausto” estuvo en el medio del debate político argentino. Luego de unos bochornosos afiches del kirchnerismo en contra del PRO y unas absurdas acusaciones del cantante Patricio Fontanet contra Javier Milei, la DAIA y el diputado nacional consideraron que tiene que haber una respuesta de la justicia en contra de estas infamias de pésimo gusto.
“Exigimos a las autoridades medidas ejemplares para terminar con este tipo de sucesos”, señalaron desde la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas. En la misma sintonía, Milei confirmó que, como se trata de un delito, su abogado ya tomó cartas en el asunto como para iniciar las acciones legales correspondientes.
Vale señalar que considerar que estas acciones no deberían ser punibles, no significa que uno las tenga que pasar por alto. El kirchnerismo, aunque ya cayó en el descrédito total y nadie más que su núcleo duro festeja estas cuestiones, seguirá vociferando estupideces. Nadie relacionará a Mauricio Macri, María Eugenia Vidal o a Patricia Bullrich con el nacionalsocialismo por un afiche que peguen en la vía pública. Sin embargo, el repudio debe ser permanente, aunque los partidarios del oficialismo no convenzan a nadie con estas ridículas campañas.
En el caso de Milei, la cosa puede que sea más complicada, ya que se trata de un hostigamiento constante y permanente. La infundada acusación de “nazi”, se repite una y otra vez con los argumentos más absurdos. Desde los memes por sus camperas de cuero hasta la incalificable “acusación” por un águila en el pantalón deportivo de un fiscal suyo el día de las elecciones, que tenía un short de fútbol de la selección alemana. Puede que los hostigadores como Patricio Fontanet busquen algo de la premisa goebbeliana de mentir hasta que algo quede, pero el delirio de buscar asociar al economista liberal con el hitlerismo ya debe haber hartado al diputado nacional. Ante cada acusación delirante, en lo personal he considerado que los embates deberían ser respondidos con claridad y argumentos.
El riesgo de la judicialización y la amenaza del Estado
Existe algo más complicado que tener que defenderse uno mismo de las infamias y las mentiras. Esto es, que se haga carne en la sociedad que las opiniones, a pesar de que sean ataques verbales agraviantes infundados, puedan ser punibles. Aunque los que critican que estas cosas sean materia de intervención judicial y constituyan delito, lo hacen desde la perspectiva lógica que se iniciarán miles de expedientes en cuestiones poco trascendentes, mientras que otros trámites judiciales se demoran años, hay otro peligro del que tendríamos que tomar nota.
Si cuestiones como banalizar el Holocausto, o pintar a un político de fascista se convierte en un delito de efectiva condena (cabe recordar que la banalización es un delito ya tipificado y existente), el único que logrará beneficiarse de esto es el Estado y lo hará con finalidades represivas. Ya vimos la condena en tiempo récord a un influencer que mancilló supuestamente la honorabilidad de la primera dama. ¿Alguien piensa que un conflicto entre dos particulares iba a tener el mismo tratamiento, en pleno mes de enero?
Es un debate interesante si la libertad de expresión puede llegar hasta la calumnia. No debería. Sin embargo, pareciera que, ante la existencia de inmorales que realizan estas manifestaciones, buscar la condena judicial (que puede ser más que merecida) no haría otra cosa que darle más herramientas a los gobiernos, que cuentan con ejércitos de abogados y resortes en la justicia que el resto de los mortales no tenemos.
Como periodista, y como judío, me da más miedo comenzar a transitar el camino de la penalización que el de la anarquía de la libertad de expresión irrestricta, repleta de complicaciones, injusticias y desafíos.
El mercado corrige. Y no solamente en la economía. Cuando los impresentables dicen estupideces, la misma sociedad termina tratándolos como lo que son: impresentables y estúpidos. Aunque sea por una buena causa, mejor dejar de lado al Estado de esto (como ocurre con la mayoría de las cosas).