El escándalo de la cocaína adulterada sigue vigente en el debate político argentino. Lógicamente, la legalización entró de lleno en la agenda y el kirchnerismo avanzó con algunas propuestas en ese sentido, pero con ciertas contradicciones evidentes que vale la pena discutir. Lo mismo que la izquierda, que siempre propuso la despenalización del consumo, pero manteniendo los prejuicios anticapitalistas que no permitirían un libre mercado de sustancias.
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En un programa televisivo consultaron al diputado nacional Javier Milei al respecto y el referente liberal aprovechó para mostrar un ejemplar del libro de Lysander Spooner. El clásico “Los vicios no son delito” (o “Los vicios no son crímenes), es una obra fundamental para comprender diferentes aspectos de las libertades individuales y la incompatibilidad del pensamiento libertario con lo que se conoce como “delitos sin víctima”.
Sin embargo, ante la pregunta del periodista sobre si se volcaría por la legalización, el legislador de La Libertad Avanza advirtió que hay un problema de incompatibilidad que debería ser resuelto. Milei argumentó que mientras exista lo que se conoce como “Estado de bienestar”, sobre todo en materia de salud, los que deciden drogarse, eventualmente terminarán “pasando la cuenta” al resto, al requerir los servicios que pagamos coercitivamente todos los contribuyentes.
La nutrida agenda de la coyuntura argentina, y el papelón de Alberto Fernández en su gira por Rusia y China, desvió la conversación y el diputado, que fue reconocido recientemente como el segundo economista más influyente del mundo, no se terminó de expedir sobre lo que podría ser su posición ante un debate legislativo: si considera que hay que avanzar en la legalización, tratando de generar una corrección en el sistema para que los adictos se hagan cargo de sus acciones, o si la mera existencia del Estado de bienestar en materia de salud es incompatible con la legalización.
Los grises que rodean el tema de la legalización de las drogas
Más allá su opinión y la eventual manifestación en el ámbito parlamentario, muchas personas consideran que mientras exista lo que se conoce como el sistema de salud pública, bastante fallido, la legalización no es una posibilidad, justamente, por esta externalidad negativa que impactaría en los recursos públicos y los impuestos de la ciudadanía.
Sin embargo, parafraseando al gran Frederic Bastiat, hay cosas que se ven y cosas que no se ven en el debate económico. La posición que mantendría la prohibición, argumentando la lógica injusticia que los no consumidores paguen la cuenta, parece pasar por alto otra cuenta, que en términos de números podría ser mayor y otra cuenta más, que incluso es todavía más grave.
Los prohibicionistas ya nos hacen pagar a los no consumidores el fallido “War on drugs”. A simple vista, todo parece indicar, que los costos que dedican los gobiernos (ni hablar de los Estados Unidos y la DEA) a esta fracasada batalla, serían superiores a los eventuales costos médicos de los adictos sin cobertura privada.
Pero la cuestión presupuestaria no es la única externalidad negativa que sufrimos los que no consumimos drogas. El narcotráfico, que sería desarticulado con la legalización (solamente quitándoles los ingresos de la cocaína y la marihuana, el negocio ya comenzaría a limitar los abultados márgenes de ganancia actuales) hoy corrompe indiscriminadamente a la política, a la justicia y a la policía. Los que no consumimos estupefacientes, tenemos funcionarios en áreas sensibles absolutamente corrompidos, por los incentivos de la prohibición.
Otra cuestión que afecta a consumidores, adictos y la sociedad toda es la basura que se vende en el mercado negro desde que se implementaron las prohibiciones. Las drogas están desde que el mundo es mundo y ni con los fumaderos de opio de hace siglos, ni con la cocaína que consumían los tangueros en la época de Carlos Gardel (que compraban en la farmacia) existían estos zombies desesperados por una dosis, capaces de matar a la madre para conseguir una dosis. Además de la pobreza estructural que habría que solucionar en estos ámbitos, estas sustancias nefastas y profundamente adictivas, también son hijas de una era post prohibición.
Aunque muchas personas temen que la legalización ponga en los comercios sustancias como el paco, cuya mera entrada es casi sinónimo de perdición y muerte, lo cierto es que habría que ver si una marca quiere poner su nombre y capital para semejante emprendimiento en lo legal. Y, como dijimos, el narcotráfico, que abastece de todas las sustancias en general, si pierde el flujo de ingreso de las drogas tradicionales, puede llegar a la conclusión que producir exclusivamente estas sustancias altamente adictivas (que podrían seguir siendo prohibidas) puede no ser un negocio. Recordemos que entre sus costos operativos están los sobornos a jueces, policías y políticos que mencionamos anteriormente.
Claro que es contra fáctico, pero legalizando algunas drogas, puede que los mismos incentivos de mercado terminen erradicando del panorama las peores y más adictivas, que mayores externalidades negativas generan para todos, y que, como señalamos, nacieron con la pésima idea de la prohibición.
Aunque hay muchas cuestiones para debatir y no hay soluciones perfectas, a simple vista no encuentro ningún motivo por el cual se considere más óptimo mantener las cosas como hasta este momento. Ni desde lo moral, ni de lo ético, pero tampoco desde lo utilitario.