El Gobierno argentino anunció un principio de acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Bajó el dólar casi diez pesos, cayó el riesgo país y subieron los bonos locales en Wall Street. Alberto Fernández, que escribió el discurso anoche, emitió un video dirigiéndose al país. A pesar del tono mesurado, todo parecía casi de celebración encubierta. Los empresarios respaldaron y hasta Juntos por el Cambio emitió un comunicado diciendo que era un paso en la buena dirección.
Solamente los diputados liberales Javier Milei y José Luis Espert alertaron esta tarde que todo lo que brillaba no era oro. Tienen razón. Lo que negociaron el oficialismo y FMI no trae ninguna solución a los problemas de fondo de la Argentina. Pero, viendo quienes son los dos jugadores que hoy se dieron la mano, lo cierto es que no había ninguna razón para esperar que saliera algo positivo del asunto, más que sacar “las papas del fuego”.
Si un privado toma deuda con un prestamista que pone en riesgo su patrimonio, claro que todo puede salir mal. Sin embargo, los incentivos están orientados como para que se preste y se devuelva. En circunstancias normales, una persona o una empresa no pediría más de lo que puede retornar con intereses razonables (ya que de lo contrario sufriría consecuencias) y el que otorga el crédito trataría de prestarle exclusivamente a los que pueden devolver el préstamo, según el acuerdo firmado.
Con el FMI y los gobiernos de los países, los incentivos están trastocados. Además de que se trata de dos entidades políticas, ninguno de los jugadores pone en riesgo sus recursos y, como si fuera poco, la plata que prestan y que piden ni siquiera es de ellos. Es de los contribuyentes. Sí, los taxpayers de los países que forman parte del Fondo aportan los recursos para los préstamos (además de los jugosos salarios de los burócratas) y los pagadores de impuestos de los países endeudados son los que cancelan la cuenta en algún momento. Como dice Alberto Benegas Lynch (h), esta “bicicleta” es incompatible con la democracia, ya que comprometen los recursos de personas que ni siquiera habían nacido cuando ocurrían los acontecimientos.
Mauricio Macri y Christine Lagarde cerraron un trato, pero hoy los jugadores son Alberto Fernández y Kristalina Gueorguieva. Igualmente, la discusión retórica de “tu país tomó el crédito” versus “el préstamo fue político e irresponsable” es para la tribuna. Detrás de bambalinas, de los dos lados de la mesa, las burocracias tenían que salir del paso. El presidente argentino debía impedir el default a toda costa y los funcionarios del FMI mostrar que el principal deudor mostraba predisposición de pago. Si se cumple o no con lo pautado, si existe un programa sustentable en el largo plazo, la verdad que no será problema ni de Fernández ni de Gueorguieva.
Si uno ve lo que preacordaron, no tiene que ser un analista profesional para llegar a la conclusión que el trabajo más sucio más serio empezará con el próximo Gobierno y que el pasivo importante se pagará recién de acá a una década. Alberto no estará en la Casa Rosada, pero tampoco estará la búlgara al frente del Fondo.
Aunque se pudo haber presentado un esquema de austeridad fiscal, donde el ajuste por una vez lo haga la política, lo cierto es que eso no estaba en los incentivos ni del Gobierno ni del FMI. El acreedor se conformó con que el único ajuste lo haga la ciudadanía con la exigencia de la reducción de las tarifas energéticas y no le pidió ningún esfuerzo a “la casta”, como le dice Milei. Por lo tanto, Fernández esperará que la inflación siga licuando el pasivo del agujero fiscal doméstico, mediante una recaudación que indexa automáticamente con el aumento de precios.
No forma parte del trato ni la reforma laboral ni un recorte en las funciones de un Estado absolutamente inútil. A la licuadora inflacionaria, lo único que se le agrega en el marco del programa inconsistente es el gradualismo macrista: consideran que se seguirá creciendo y que con esos recursos se podrá ir pagando la cuenta, mientras se reduce el rojo gradualmente. Claro que la economía no muestra ninguna señal de recuperación, ya que los índices que luce el oficialismo no son más que el rebote de lo peor de la pandemia y la cuarentena.
Como era de esperar, el Frente de Todos no aprovechó la renegociación para corregir los desajustes del Estado y el Fondo Monetario tampoco hizo mucha presión para conseguirlo. El necesario programa de reformas deberá esperar para el próximo gobierno que, aunque no comenzará probablemente en default, deberá cumplir con lo más complicado del acuerdo que comenzó a cerrarse hoy.