Dicen que la historia la cuentan los que ganan. Y Winston Churchill ganó la externa y la interna. Fue una de las figuras que generó la derrota del nazismo en la Segunda Guerra Mundial, pero, de la mano con la victoria militar de 1945 junto a los aliados, también se anotó otro triunfo político que quedó grabado fuerte en el Reino Unido: demostró que tenía razón, cuando un país y su dirigencia celebraron a Neville Chamberlain, luego de su regreso de Múnich en 1938.
“Esto no es más que el primer sorbo, el primer anticipo de una copa amarga que nos ofrecerán año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, volvamos a levantarnos y a adoptar nuestra posición a favor de la libertad, como en los viejos tiempos. Les dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… eligieron el deshonor, y ahora tendrán la guerra”. Esas fueron las palabras de Churchill, emitidas en su momento sin reparos ni preocupaciones de quedar como un completo aguafiestas. El escenario era un Londres festivo, que celebraba el triunfo diplomático del actual primer ministro, luego de firmar con “Herr Hitler” una promesa de paz que no duraría absolutamente nada.
En “Múnich en vísperas de una guerra”, la producción de Netflix éxito del momento, Churchill ni siquiera aparece y nada de esto es casual. La película, que logra el cometido de brindar una ficción histórica de calidad, busca retratar las disyuntivas de un Chamberlain que pretende evitar la guerra casi a cualquier precio.
La interpretación magistral de Jeremy Irons, humaniza a un personaje repudiado por la historia oficial y muestra su lado b: el de un viejo y cansado mandatario, atormentado por las pérdidas de la Primera Guerra Mundial, que desea evitar un nuevo conflicto bélico que se traduzca una nueva masacre para Europa, pero sobre todo para su país.
Aunque la trama principal, que no es más que una excusa para mostrar un contexto bien logrado, es ficción, la película logra recrear con lujo de detalle lo que se vivía en Alemania y en Inglaterra en la víspera de la Segunda Guerra: el fanatismo creciente, la ilusión ante un populismo nacionalista que proponía restaurar el orgullo herido y la esperanza que se pudiera llegar a evitar otro trágico conflicto armado internacional. Aunque el espectador conoce de antemano el final de la trama (y de la historia), las buenas interpretaciones y la ambientación, sumadas al efecto del recurso de la cámara en mano que permite la ilusión de estar mirando los hechos históricos reales, hacen del film una producción recomendable.
Sin embargo, el público debería llegar a verla con algunos conocimientos históricos, para llegar a la propia conclusión, aunque no tenga una opinión tomada sobre el intento fallido de Chamberlain. Es que “Múnich en víspera de una guerra”, termina aseverando que, gracias al “tiempo” que ganó supuestamente el repudiado antecesor de Churchill, finalmente se pudo triunfar sobre el nazismo. Esta afirmación es, por lo menos, cuestionable. Claro que todas las interpretaciones “con el diario del lunes” son contra fácticas, pero el tiempo que tuvo Inglaterra para prepararse para el conflicto bélico también lo tuvo Hitler para su nefasto plan expansionista y genocida.
Al menos, la bajada de línea es sutil y el guion puede ser percibido como muy decente, si uno puede empatizar un poco con la perspectiva benevolente para con Chamberlain. Que uno no puede ganar la partida si no lo acompañan las cartas adecuadas, que sería en grandes rasgos el planteo del personaje histórico, es cierto. Pero también es verdad que la historia mostró que el nazismo sí podía ser derrotado, pero, por sobre todas las cosas, que hay causas por las que bien vale perder todo, hasta la vida. Por eso la historia le otorgó lugares de homenaje a los que cayeron combatiendo a Hitler y le dejó a Chamberlain el panteón gris de la deshonra. Ese lugar del que no lo sacará ninguna película, más allá de lograr humanizarlo, al punto, incluso, que algún espectador termine hasta comprendiéndolo.