Los impuestos, el banco central, los ministerios de educación, la legalización de las drogas, todos los debates en los que se nos iba la vida a los liberales hasta hace dos años pasaron a un segundo plano. El mundo se volvió un lugar sombrío donde las batallas por la libertad se volvieron algo más trascendentes, con cuestiones relevantes como evitar una vacuna forzosa, querer viajar en paz o, incluso, poder entrar a una entidad bancaria para tomar posesión de los ahorros propios. Sin embargo, en los clásicos que estudiamos en nuestra formación, podremos reencontrarnos con los aspectos importantes del liberalismo. Algo fundamental para las épocas oscuras que nos tocan vivir, pero, sobre todo, para pensar el futuro.
¿El poder “emana” del pueblo?
En muchos textos constitucionales vemos usualmente afirmaciones semejantes como que la raíz del poder que ejerce el Estado tiene como fundamento al “pueblo”. Al analizar la realidad desde el individualismo metodológico y no desde el colectivismo, los liberales tenemos lógicos reparo a la idea colectiva. Cuestiones como el contrato social roussoniano nos parecen una falacia peligrosa, que se utilizan más que nada para justificar el poder de las corporaciones políticas, que terminan comportándose como verdaderas oligarquías.
Sin embargo, más allá de esta cuestión, si quedó en evidencia en estos últimos meses que el Estado avanza hasta donde los individuos lo dejan. Aunque se generen estructuras totalitarias, simples actos de rebeldía civil logran hacer tambalear estructuras que parecen invencibles. Todos recordamos como una anciana en Argentina fue la encargada de desarticular el discurso único de la cuarentena de Alberto Fernández, simplemente sentándose en una reposera para tomar sol en una plaza. La imagen de la decena de policías que la rodeaban, sin tener la más pálida idea de lo que hacer, fue el catalizador para que comience una discusión pública, que se había demorado demasiado tiempo. Lo mismo con el caso del remero, que decidió subirse a su bote para poder entrenar y terminó con una causa penal, que afortunadamente acaba de quedar en la nada. Por estas horas, el ejemplo del tenista serbio Novak Djokovic, al que le niegan la entrada a Australia a pesar de estar sano y con los estudios al día, también llama a la reflexión de una población mundial bastante adormecida.
Si hay una conclusión que nos deja todo esto, es que como hace siglos, la valentía ciudadana y el ejemplo individual como en la época de los próceres, sigue siendo una necesidad de absoluta actualidad y vigencia. Puede que el poder no emane del pueblo. Pero con el pueblo en contra, no hay poder que aguante. Y sin rebeldías individuales valientes y ejemplares, parece que el pueblo no tiene ninguna chance de despertar ante la tiranía.
El vecino de la Stasi
Otra cuestión que recordamos durante estos años de locura es que el enemigo mayor puede no ser la burocracia exclusivamente. Es más, si nos tomamos unos minutos para reflexionar en detalle toda esta locura llegamos a la conclusión que el aparato gubernamental es extremadamente limitado a la hora del enforcement de sus arbitrariedades normativas. Cuando la sociedad da la espalda, los Ceaușescu de la vida se quedan vociferando en soledad. Sin embargo, cuando una parte de la población decide sumarse a la locura, ahí las consecuencias pueden ser demoledoras. En Argentina vimos como un número no menor de personas se convirtieron en denunciantes seriales y hostigadores de vecinos decentes, que osaban recibir la visita de una persona o de trabajar en la clandestinidad para poder llevar el pan a la mesa de la familia. Muchos de estos personajes nefastos actuaron por nulidad intelectual y obediencia, sin poder utilizar ningún filtro individual que los lleve a analizar sus acciones, y otros porque son lisa y llanamente fascistas. Lamentablemente, parece que en las sociedades hay demasiados ejemplares de ambos. Sin ellos, las órdenes autoritarias de los gobiernos son letra muerta.
Los empresarios no son virtuosos por el hecho de ser empresarios
Todas las herramientas que tuvieron las gestiones estatales para arremeter contra las libertades individuales fueron facilitadas por hombres de negocios, de amoralidad absolutamente inmoral, que encontraron una buena oportunidad para incrementar sus ingresos. Las plataformas digitales para los pases sanitarios, las aplicaciones vigilantes y todos los elementos de complejidad que para la burocracia serían imposibles de desarrollar, llegaron por el favor de un empresario que aprovechó la coyuntura para “sacarse la grande”.
La última semana vi como un “emprendedor” argentino le proponía al Estado una inyección que había inventado, de un elemento que incluye un microchip que se encuentra dentro de un líquido en la jeringa, que se solidifica al ser ingresado dentro del cuerpo humano. ¿Para qué? para que los individuos tengan dentro de su cuerpo los pases y permisos para que el gobierno pueda escanear. Sí, el delirio de los conspiranoicos de la derecha hecho realidad por la inventiva empresarial. Un peligro por donde se lo mire.
Como advirtió Adam Smith, hay que cuidarse de los hombres de negocios que estén alrededor del poder político. Hasta hace poco pensábamos desde el liberalismo usualmente que el problema eran los “empresaurios”, que recibían prebendas como subsidios o aranceles para evitar la competencia. Ahora recordamos que la “amenaza empresarial”, por así decirlo, puede ser mucho peor. Pueden salir incluso de esa clase (si se me permite la simpleza del recurso marxista), los responsables que les den las herramientas a los autoritarios para implementar cualquier aventura dictatorial. Claro que, como dijo Lenin, a la larga venderán las sogas donde ellos mismos serán ahorcados. El ejemplo del empresario argentino Claudio Belocopitt, que defendió las irresponsables cuarentenas a los gritos en televisión, por estas horas teme la estatización total del sistema de salud privado al que pertenece.
Claro que no todos los hombres de negocios son personajes nefastos carentes de principios. Pero también sería un tanto idealista caer en las definiciones randianas de calificar como “empresarios” a los que cumplan con la moral objetivista. El empresario, en un marco de gobierno limitado, sin prebendas ni favores, sujetos a las leyes del capitalismo puro y duro de la oferta y la demanda, es el elemento creador de riqueza que mejora la sociedad en su conjunto para bien. Pero cuidado con idealizarlo como “clase”, ya que con todo esto recordamos que puede ser tan peligroso como el burócrata, o el responsable de darle los elementos eficientes para arremeter contra los individuos.