“Es el respeto irrestricto al proyecto de vida de otras personas”, dice el maestro Alberto Benegas Lynch (h) y todos sus discípulos reiteramos en cuanto escenario tenemos disponible. Pero el boom que generó el liberalismo recientemente, y los debates entre cientos de nuevos adeptos que se reconocen como defensores de las ideas de la libertad, dan a entender que es preciso repasar algunos conceptos fundamentales.
El liberalismo no es una doctrina económica
En cuanto a las ideas de la libertad y la economía cabe destacar un par de cuestiones importantes. Antes de defender el modelo económico de la economía de libre mercado, el liberalismo defiende dos principios fundamentales: las libertades individuales y la libertad de asociación.
Para un seguidor del Partido Liberal, un capitalismo libre sin regulaciones arbitrarias e interferencia gubernamental, es el resultado de un proceso y no algo que deba imponerse de arriba hacia abajo. Dentro de un esquema de libertades individuales, todas las asociaciones voluntarias que no afecten derechos de terceros ni gocen privilegios son válidas. Es tan liberal una empresa con un board de accionistas, otra con un propietario y varios empleados o una cooperativa donde hay una participación igualitaria de sus miembros, con exacta distribución de los ingresos. Dependerá de cada emprendimiento decidir su formato según sus intereses, anhelos, principios y deseos.
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La asociación del lucro económico como inherente al pensamiento liberal no es exacta. Una persona puede decidir vivir para incrementar su patrimonio, pero otra puede decidir trabajar solamente un par de horas al día porque desea priorizar el tiempo de ocio. El denominador común de todos los modelos de vida para el liberalismo es que las personas deben hacerse cargo de sus acciones y ser responsables por los resultados. La contracara de la libertad es la responsabilidad.
Caridad, cooperación y socialismo
Una broma común que suele darse en lo cotidiano, es la escena a la hora de pedir la cuenta en un restaurant luego de una cena de amigos. Cuando no hubo consumos extravagantes por parte de ningún comensal, es normal escuchar que un integrante del grupo, con poca ganas de hacer cuentas, propone “hacer comunismo“. Al instante todos asocian la propuesta a dividir el gasto de manera igualitaria entre los comensales y resolver fácilmente la situación.
Pero lo cierto es que esta escena tiene muy poco que ver con el comunismo y mucho con el liberalismo. Como dijimos, que antes de cualquier modelo “económico liberal”, la piedra fundamental del sistema es la autonomía personal, existe otra confusión respecto a las ideas socialistas. Antes del igualitarismo, el ADN del sistema es la coerción.
De la misma manera que para el liberalismo y los defensores del Partido Liberal no hay economía de mercado sin libertades individuales, para el socialismo no hay intento de igualitarismo sin el escenario de destrucción de esas mismas libertades personales. El esquema conceptual de las ideas colectivistas es la coerción, que eventualmente se manifiesta en la dictadura del proletariado (que jamás llegó a mutar en la sociedad sin clases ni Estado que proponen los marxistas).
Cabe destacar que toda agrupación colectiva voluntaria es absolutamente comparable con el liberalismo. Las ideas de la sociedad abierta avalan que un grupo de personas decida agruparse bajo la máxima de que cada uno aporte su posibilidad y se lleve su necesidad. Pero en lugar de impulsar emprendimientos colectivos de libre asociación, los socialistas buscan la coerción del Estado para imponerlo para todos. Un modelo liberal avala y permite proyectos desarrollados con principios igualitaristas. Un modelo socialista no permite ninguna manifestación liberal.
Discriminación y el debate del momento: la agenda de “género”
Antes que nada, con respecto a este punto, si deseamos abordar una discusión conceptual seria, tenemos que reconocer algo que podría sonar polémico a simple vista: todos discriminamos todo el tiempo. Al elegir las personas con las que nos relacionamos, las que dejamos pasar, nuestras parejas, nuestros ámbitos…constantemente discriminamos.
El liberalismo, técnicamente, avala la discriminación privada. Si una marca de ropa decide no hacer talles para personas con sobrepeso o un pastelero se niega a cocinar un pastel para una boda homosexual, estos comportamientos no son para las ideas de la libertad motivo de sanción gubernamental. Lo que no quita el repudio privado que puede generar de forma espontánea en la población. Es compatible con el liberalismo un boicot al pastelero y que un ciudadano pueda ponerse en la puerta del local a repartir panfletos informando de la homofobia del propietario, para que cada cliente decida si comprar o abstenerse. No es compatible un escrache que bloquee la entrada o dañe la propiedad privada. Los límites son claros.
Los Estados, que coercitivamente nos regulan a todos que vivimos en determinado territorio, para el liberalismo no deberían hacer ningún tipo de discriminación entre los ciudadanos. Volviendo a los conceptos básicos, todas las personas, en cuanto su comportamiento no dañen derechos de terceros, deben tener los mismos derechos y obligaciones. Si una religión decide no celebrar un contrato nupcial entre dos personas del mismo sexo está en todo su derecho. Un Estado, en opinión de un defensor del Partido Liberal, no puede incurrir en esa perspectiva.
Uno de los argumentos más usados por los conservadores para oponerse a las uniones formales del mismo sexo, es que estas son instituciones limitadas a la heterosexualidad, por su potencial reproductiva y sus implicancias “de bien público”. Pero si admitimos esta distinción, ¿una persona productiva debería tener prohibido el suicidio por razones de bien público? ¿un propietario de un campo que decida no cultivarlo, debería ser obligado a hacerlo? Para un liberal, claramente no.
Pero ¿entonces técnicamente sería compatible con el liberalismo que una persona decida no vincularse con otra por su orientación sexual o religión? Técnicamente sí. Pero definitivamente no sería algo usual. Los liberales, al exigir el respeto por la individualidad propia y ajena, tenemos una tendencia natural hacia la tolerancia (y una intolerancia a lo intolerante). Y lo cierto es que los prejuicios son parientes de la ignorancia. Lo habitual en un seguidor de las concepciones que plantea el Partido Liberal es encontrar cosas en común con los que nos rodean, sin preocuparnos por los ingresos que puedan tener nuestros contertulios, sus preferencias sexuales o sus creencias religiosas. Estos comportamientos prejuiciosos tienen mucho más que ver con construcciones mentales colectivistas, socialistas o conservadoras.