Es probable que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sea una de las personalidades políticas sobre la cual recaen una mayor cantidad de prejuicios. Es claro lo que la izquierda y el progresismo piensan de él, de eso no hay mucho que opinar o analizar al respecto. Sin embargo, desde los círculos liberales, también se cargan las tintas contra el exmilitar, muchas veces con relación a sus manifestaciones (la mayoría antes de llegar a la presidencia), y pocas con respecto a las políticas públicas adoptadas durante su mandato.
En el ámbito del debate ideológico, se suele separar a los gobiernos y las oposiciones entre izquierda y derecha. Aunque estas definiciones no digan demasiado por sí mismas, los periodistas y analistas suelen sentirse satisfechos a la hora de ubicar a los personajes de la política. Sin duda alguna, Bolsonaro está siempre ubicado en el bando derechista. A veces, como le ocurrió en los medios chilenos e internacionales a José Antonio Kast, se lo rotula de “ultraderechista”. A pesar de que muchos liberales y libertarios, de formación compleja en materia de ciencias políticas y filosofía, no caen en esos lugares tan comunes, sí reparan en las supuestas diferencias del perfil del mandatario con los principios del liberalismo clásico y el libertarianismo.
Si algo hay que reconocerles a los ideólogos de paladar negro es el permanente recordatorio que el liberalismo no se trata de una doctrina económica y que no alcanza con ser anticomunista para ser liberal. Aunque esto parezca una obviedad, el dirigismo estatal y el oscurantismo económico que prima en muchos países hacen que, casi inevitablemente, los argumentos libertarios se centren en ese ámbito. Pero John Locke estuvo antes que Adam Smith, y, como dice Alberto Benegas Lynch (h), lo “crematístico” no es lo fundamental ni lo únicamente relevante. La economía de mercado no es otra cosa que uno de los tantos resultantes de la interacción de seres humanos actuando en libertad y no hay cosa más fundamental y prioritaria que defender esas libertades individuales como un todo, que luego repercuten en lo económico, en lo político y en el resto de los ámbitos sociales.
Cuesta trabajo imaginar una causa más relevante a la defensa de la libertad personal por estos días que la oposición a la vacunación compulsiva y a la idea de los “pasaportes sanitarios”. Al lado de estos intentos de atropello inaceptables, la independencia de los bancos centrales, la presión impositiva y las empresas del Estado parecen muy poco relevantes. Jair Bolsonaro, que habrá tenido sus luces y sombras en la gestión si se la mira desde la lupa liberal, ha puesto el pecho y argumentado en contra de estas arbitrariedades infames liberticidas, desde el Poder Ejecutivo, con los principios liberales más puros que se hayan visto en la política en las últimas décadas a nivel mundial. Que no lo digan los medios ni las instituciones liberales de la región no quiere decir que no sea así. Los hechos hablan por sí solos, y a pesar de que a los radianos objetivistas Bolsonaro no les guste, “A es A”.
Más allá que resulte agradable escuchar a un presidente decir cosas como que el que cede su libertad en pos de seguridad termina sin obtener ninguna de las dos cosas, como si fuese alguno de los teóricos que estudiamos y admiramos, la posición de Jair Bolsonaro en este ámbito excede las buenas intenciones y los slogans superficiales. Desde lo más alto del poder político, le advierte a la población de su país que si acepta que se vulneren las libertades con algo que esta vez les parece razonable, en el futuro el monopolio de la fuerza lo hará con algo que las personas no estén de acuerdo.
Aunque no sea el personaje más popular, incluso para muchos liberales críticos, lo cierto es que hay que retrotraerse a contados momentos de la historia para encontrar semejante claridad conceptual ante un tema delicado y complejo como este desde la presidencia de un país. Bolsonaro, que se desgastó políticamente por enfrentar a gobernadores liberticidas de su país en pos de la coherencia, mostró una actitud que no tuvo ni Estados Unidos, ni Europa, ni el Reino Unido ni Israel durante la pandemia. Ningún otro mandatario se animó a decir que prefiere la muerte a la pérdida de la libertad.
Más liberal que eso, difícil…