Desde el año 2003, con la llegada del kirchnerismo, se ha instalado un discurso monopólico, monocorde y monocolor con respecto a la violencia política en Argentina. El “relato”, poco tiene que ver con los hechos históricos documentados, indica que el 24 de marzo de 1976, un golpe cívico militar tomó el poder con dos finalidades concretas: instaurar un modelo económico “neoliberal” y hacer desaparecer a buena parte de la juventud política, que luchaba contra una dictadura para recuperar la libertad y la democracia. Lo único de cierto en todo esto es que en aquella fecha se rompió el orden institucional, pero también es verdad que la mayor parte de la política y la sociedad civil respiraron luego del final anticipado del gobierno de María Estela Martínez de Perón.
Este pasado inventado, que desconoce que la violencia política comenzó antes, que fue impulsada en parte por Juan Domingo Perón desde el exilio, que contó con el respaldo de un decreto en un gobierno peronista y, sobre todo, que tuvo como protagonistas a organizaciones armadas que no querían ni libertad ni democracia sino socialismo puro y duro, jamás fue cuestionado desde la oposición macrista. Incluso la gobernación de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires avaló la locura de que los documentos oficiales hagan referencia a la mentira de los 30.000 desaparecidos. Aquella insensatez tuvo como único voto en contra al que era legislador bonaerense por la Coalición Cívica, Guillermo Castello. El diputado, que asumió por Cambiemos, terminó eyectado de un espacio incómodo con su perfil, pero logró retornar a la legislatura provincial de la mano de José Luis Espert este año.
Pero como era evidente que ocurriría, el cuento se consolidó en statu quo, las organizaciones de “derechos humanos” se tornaron cada vez más cuestionadas y, lógicamente, desde la sociedad y el electorado se comenzó a solicitar otras visiones. En este sentido, fueron ganando pantalla comunicadores, escritores y dirigentes políticos que comenzaron a discutir lo que se convirtió en un relato oficial que duró demasiado tiempo.
Lamentablemente, no todas las voces apelan a la verdad histórica y desideologizada. Juan José Gómez Centurión, referente político del espacio conservador NOS, propone que Argentina pase de la mentira de los “jóvenes idealistas” a relativizar la figura inaceptable del desaparecido. En un intercambio con estudiantes de periodismo, el excombatiente de Malvinas manifestó:
“Desaparecido es una figura política. En una guerra, lo que hay es muertos de los que no aparece el cadáver. En la mayoría de las guerras hay cadáveres que nunca aparecen”.
De la misma manera que hicieron el kirchnerismo y la izquierda por casi dos décadas, la media verdad del militar retirado no es aceptable. Los cuerpos que no se encuentran ni son reconocidos en los campos de batalla regular, nada tienen que ver con las desapariciones adrede. La Junta Militar consideró que no había espacio para procesos penales y se embarcó en una guerra sucia. Muchos militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros cayeron en combate en plena vía pública y sus cuerpos fueron removidos por los mismos militares que los ultimaron. Más allá de lo que piense cada uno de todo esto, la analogía propuesta por Gómez Centurión es absolutamente inaceptable.
Parece que luego de años de hipocresías y persecución de la izquierda mentirosa, la lucha por la verdad y el sentido común tienen que seguir vigentes. Ahora también en el debate con una derecha que pretende capitalizar el hartazgo de la gente con el pensamiento políticamente correcto que dominó la escena desde el inicio del milenio.