Claro que, producto de la cuarentena, muchas cirugías agendadas durante 2020 fueron pospuestas y realizadas este año. Sin embargo, el encierro, el reflejo en el espejo de entrecasa, verse a uno mismo permanentemente en los tediosos zooms laborales y la utilización de las redes sociales, donde las caras se retocan mágicamente, generaron en el país una consecuencia innegable: la multiplicación de las intervenciones estéticas.
Solamente, con las registradas en el ámbito formal, se confirmó que el número de intervenciones se incrementó por tres. Claro que no hablamos de las “barrani” (en negro, sin factura, impuestos y fuera del sistema), como la que me hice yo. Con un profesional matriculado, por supuesto.
En realidad, tuve que leer el informe en cuestión para darme cuenta de que, si no hubiera sido por la pandemia, seguramente jamás me hubiese hecho lo que se podría denominar decorosamente como “redistribución capilar”. Como le ocurrió a mucha gente, el hecho de no poder salir a ningún lado, ni gastar en más nada que no fuera la comida y bebida, hizo que los afortunados argentinos que mantuvieron su sueldo (en pesos, cuyo poder adquisitivo se derrite) cambiaran su orden de prioridades subjetivas y se abrieran a posibilidades poco exploradas en circunstancias normales.
Luego de una foto en una cena íntima con amigos en la clandestinidad de la cuarentena, donde percibí que la coronilla y las entradas eran más notorias de lo que quería aceptar, decidí conversar con cirujanos esteticistas, escuchar propuestas y evaluar precios. Tras cuatro entrevistas, me incliné por uno que parecía serio, que aceptó mi contrapropuesta del precio y mis condiciones con respecto al IVA, a la factura y al financiamiento de un Estado hostil.
Lo único que me generaba una leve desconfianza es que era completamente pelado. Cuando me animé a hacer la pregunta obligada, me dijo que él no contaba con recursos capilares para la reubicación de las raíces. Folículos parece que les dicen. Y para mi sorpresa, aprendí que salen varios pelitos de cada uno. Dentro de todo, a mí me sobraban.
En resumidas cuentas, elegí un modelo de unos tres disponibles del menú, con entradas naturales como si se tratara de un combo de hamburguesa y papas y volví el día de la cita para lo que fue una intervención con todas las letras. En mi delirio pensé que si tenía suerte podría evitar hasta los pinchazos de la anestesia, que seguramente podrían reemplazarse por alguna crema o similar. Cuando empezó la milonga, me di cuenta en el baile que me había metido. Solamente la primera jeringa, que serviría para soportar los cientos de pinchazos que vendrían luego, tenía prácticamente el tamaño de mi cabeza. Fue un calvario que duró toda la tarde, que al menos pude amenizar solicitando que me pusieran como música ambiental la discografía de The Cross, la banda solista de Roger Taylor, baterista de Queen.
Hoy, con mejor poblada, veo que hay personas aún más extraviadas que yo, que pensaba que podía hacerme “el quincho” sin necesidad de inyecciones. Parece ser que una cantidad no menor de los argentinos que dan el paso, acuden a los cirujanos con sus fotos con filtros de Instagram, pidiendo que los dejen igualitos a lo que suben en sus publicaciones sutilmente artificiales.
“Quiero ser como el influencer”
Paul Nani, miembro de la comisión directiva de la Sociedad Argentina de Cirugía Plástica, Estética y Reparadora (SACPER), reconoció que las personas llegan a la consulta “con la foto de ellos mismos con filtros aplicados”. En una entrevista con Efe, donde confirmó que en el último año se multiplicaron las consultas y cirugías, el especialista manifestó que los pacientes solicitan que los cirujanos “imiten lo que el filtro lograba”.
En la mayoría de los casos, las personas utilizan una imagen modificada de sí mismos con un filtro que permite agrandar los ojos, obteniendo el efecto conocido como “foxy eyes”, aumentar los pómulos, retocar la nariz, rellenar los labios y…lógicamente, eliminar arrugas.
El cirujano agregó que el efecto de los influencers es notorio, ya que los pacientes llevan sus fotos artificiales, pidiendo que los dejen como ellos. “Se muestran de una forma casi caricaturesca”, advirtió el referente de SACPER.
Aunque hablamos de personas adultas, los especialistas pareciera que tienen que lidiar con niños en muchas oportunidades. Según le reconoció Nani a la prensa, los tiempos de las consultas se extienden, por los minutos extra que necesita para “hacerle entender a la gente que la piel es un tejido biológico” que “no reacciona como un algoritmo en la computadora”.
Las advertencias de los especialistas
Internet ha tenido mucho que ver con este incremento de consultas y de cirugías realizadas, pero, aunque los pacientes tienen al alcance de la mano una mayor cantidad de ofertas, a veces no consultan como deberían y terminan contactando a cirujanos mediante sus redes sociales.
Edgardo Bisquert, también miembro de SACPER, lamenta que mucha gente limite sus búsquedas a las redes sociales, donde muchos usurpadores de la profesión compran seguidores y realizan cirugías sin título habilitante. En muchas ocasiones, generando problemas que luego son muy difíciles de resolver medianamente de la mano de cirujanos serios.
En este sentido, el experimentado especialista pidió que los interesados sean responsables a la hora de buscar a los profesionales y que desconfíen de promociones conocidas como la de “traé a una amiga para el 50 % de descuento”.