
El boom libertario en Argentina vino poco después de otra moda reciente, que también explotó hace poco y no era demasiado usual en el país: el gato como mascota. Lo que hace tiempo era una excepción, se va tornando casi la regla. Cada vez hay más casas de argentinos con gatos adentro. El mercado tomó nota y proliferaron los emprendimientos relativos, los rascadores y todo tipo de productos que, a pesar de la inflación y la complicada crisis económica, la gente parece dispuesta a pagar por sus adorados felinos.
Ahora, ¿existe alguna relación entre el perfil de un liberal y el gato como mascota? Aunque sería exagerado establecer alguna relación directa, lo cierto es que hay algunas cuestiones como para tener en cuenta y que también podrían indicar cierta compatibilidad.
En comparación con un perro, la compañía de un gato es más significativa. El can puede seguir a todos lados a su dueño, siempre moviendo la cola, sacando la lengua y festejando cualquier interacción con su humano. El gato no. Está si quiere. Si no, hace la suya hasta que se le ocurra. Muchas personas consideran que el felino es, por esta característica, más arisco y distante. Sin embargo, esto no tiene por qué ser cierto. Los gatos tienen un individualismo más acentuado que los perros. Si tienen ganas de estar, están y si no, no.
Justo ahora, mientras escribo estas líneas, dos de mis tres gatos están a ambos costados de la computadora. El otro va por su décima siesta del día en una silla que está enfrente. Si yo quisiera que el dormilón esté encima o a mi lado y lo despierto, lo único que conseguiré es que me mire con cara de indignación y se regrese de nuevo a su lugar. Puedo intentarlo cientos de veces y se irá cada una de ellas. Claro que cuando el que tiene ganas de mimos es él, yo no puedo escribir en paz. Los reclamos son insoportables. Maullidos y cabezazos, como si uno tuviera la obligación de estar en el momento que él quiere.
¿Qué decimos con todo esto? Su compañía y arrumacos son en sus tiempos y en sus términos. Lo que, en cierta manera, nos iguala en una situación de pares. Nosotros hacemos lo mismo y los buscamos cuando tenemos tiempo y ganas. Sino, quién no ha dejado a su gato del otro lado de la puerta cuando quiere dormir y el felino despabilado está inquieto e insoportable por las noches. Ellos no tienen otra que respetar nuestro individualismo. Lo mejor que podemos hacer es respetar el de ellos. Aunque sean mascotas, los gatos esta característica la tienen muy marcada, tal como los liberales.
Otra cuestión no menor es una que tiene que ver con la libertad y la responsabilidad. La nuestra, en este caso. Tener un perro es un poco más limitante que tener un gato por el tema de los paseos. En lugar de las piedritas, al perro hay que sacarlo a pasear todos los días. Tanto para sus necesidades fisiológicas clásicas como para su gimnasia necesaria, ya que hay mucha energía por quemar.
A un gato se le puede dejar (si está acompañado por otros, mejor) más de un día. Todo esto mientras tenga su caja limpia, comida y agua. A lo sumo, al momento de retornar al hogar uno sufre el repudio temporal por ese individualismo que mencionamos recientemente. El perro acorta los márgenes de la libertad del humano. Lo tiene que sacar todos los días, pero los que tienen vida social en los caniles de las plazas tienen hasta un horario determinado.
En el caso del gato no hay que hacer nada de todo esto. Los márgenes de libertad son más amplios. Ni siquiera tenemos que lavarlos ya que se bañan solos, con un despliegue de autosuficiencia y de lengua que sorprendería a alguien acostumbrado a los perros y a su necesidad de bañarlos. La responsabilidad se limita a limpiarles la batea y cambiarles las piedras seguido.
Como ocurre con la filosofía de la libertad, sobre el gato existen muchos mitos. Se dicen que son engañosos, traicioneros y que hay que cuidarse de sus arañazos y eventuales ataques. Como dijo para los seres humanos Ortega y Gasset, somos nosotros, pero con nuestras circunstancias. La personalidad del gato, que también es él y sus circunstancias, deja en evidencia el clima donde transcurre su vida felina. En un hogar con amor y tranquilidad, seguramente será tan cariñoso como un perro faldero, pero siempre, como dijimos con anterioridad, en sus tiempos y sus términos. Si uno quiere obsecuencia en cuatro patas, el gato no es la mejor opción.
Habiendo dejado estos comentarios, y sin mucho más que agregar, terminamos por aquí ya que el dormilón despertó y, como mencionaba antes, maúlla, pega cabezazos y reclama mimos. Ahora sí quiere. Puede que lo único contrario a la idea liberal, es que ellos no parecen estar dispuestos a entender que su libertad termina cuando comienza la mía. Igual los mimos se le hacen igual, siempre. Puede que los marxistas lleguen a la misma conclusión. Ellos dirán que no percibimos la ignominia de la explotación de la patronal de la casa.